Ante el envejecimiento y la vejez
Durante la cuarta edad, el anciano y persona mayor, experimenta cómo avanza su proceso de envejecimiento, cómo se va transformando en un viejo-vieja y cómo se acerca a la muerte, final de su vida. A este protagonista le urge, antes que concretar unos objetivos adecuados para los años ochenta, afrontar con realismo, paz, humildad, valor, paciencia y esperanza lo que sucederá en esta década: el fenómeno inevitable de la vejez, fruto de un proceso biológico universal y el final de la vida con la muerte.
El proceso de envejecimiento
Pérdidas físicas y personales, limitaciones por la salud, aumento “de las pastillas” y riesgos graves por la edad avanzada, definen el proceso de envejecimiento y la futura situación de la persona calificada por los demás, y por ella misma, como vieja. Así lo confirman las palabras que escuché del Papa Montini. En 1977, un año antes de morir, tres sacerdotes preguntamos a Pablo VI por su salud. Su respuesta lacónica lo decía todo: “sono vecchio, sono vecchio”. Ciertamente que en los primeros meses de los ochenta, el gran Pontifice del postvaticano II, manifestaba algunos síntomas del envejecimiento, de ese “proceso deletéreo, progresivo, intrínseco y universal que con el tiempo ocurre en todo ser vivo a consecuencia de la interacción de la genética del individuo y su medio ambiente”( Dr. Juan F. Gómez Rinessi ).
Sigo copiando de los científicos: el envejecimiento de los organismos y particularmente el nuestro como especie humana, ha sido motivo de preocupación desde hace años. Los científicos definen este proceso como envejecimiento o senescencia, conjunto de modificaciones morfológicas y fisiológicas que aparecen como consecuencia de la acción del tiempo sobre los seres vivos, que supone una disminución de la capacidad de adaptación en cada uno de los órganos, aparatos y sistemas, así como de la capacidad de respuesta a los agentes lesivos (noxas) que inciden en el individuo.
La pérdida, rasgo predominante del envejecimiento humano. Pérdida en varias facultades: en la capacidad visual, la fuerza muscular, la agilidad, la capacidad para asociar ideas, la resistencia inmunitaria frente a los agentes contagiosos; pérdida progresiva de los sentidos del gusto, de la audición y de la libido. También pérdida de las tareas que ya no puede realizar y de las personas queridas que fallecieron.
Otros factores o manifestaciones. En el proceso que describimos se hace presente el degeneramiento de estructuras óseas: aparición de deformaciones debido a acromegalias, osteoporosis, artritis reumatoideas, aparición o aumento de demencias seniles: enfermedad de Alzheimer; distensión creciente de los tejidos de sostén muscular por efecto de la gravedad terrestre, pérdida de la tonicidadad muscular; aumento de la hipertensión arterial, alteración de la próstata en los varones con riesgo de cáncer; disminución del colágeno de la piel y de la absorción de proteínas, aparición de arrugas; disminución de la espermatogénesis en el hombre y la menopausia en la mujer.
Psicológicamente, se incrementa en este proceso la depresión y el temor a lo desconocido. Al tener conciencia de las crecientes pérdidas físicas e intelectuales, el anciano-a experimenta un gran sentimiento de inseguridad que conduce al aislamiento.
Ante el panorama tan negativo del envejecimiento, es lógica la reacción de temor y miedo, de exagerar los aspectos negativos de su vida, de ocultar los factores positivos y las ayudas que recibirá. Más aún: es posible que en la persona débil y con vida cristiana deficiente, la situación se agrave con un miedo tan exagerado que conduzca a la tentación del suicidio. Y algunos, hasta pueden justificar su posible decisión creyendo que la persona puede decidir pensando que el ser humano tiene el derecho a morir cuando ya no tiene ninguna esperanza de seguir llevando lo que según su entender es una existencia humana, al comprobar que la vida ya no tiene ningún sentido ni beneficio. Otra reacción más suave es la fatalista: no piensan y se refugian en un “sea lo que Dios quiera”.
La vivencia de la vejez
Son inseparables, el proceso de envejecimiento y la vivencia de la persona como viejo-vieja. Veamos cómo repercute el proceso en la psicología
Ante el deterioro de las funciones físicas por el desgaste provocado a lo largo de los años vividos, el anciano-a al principio experimentará, extrañeza y esperanza ingenua: lo superaré, pronto pasará.
Ante la menor adaptabilidad al cambio, por disminución de la versatilidad orgánica y psicológica, surgirán esfuerzos indebidos para adaptarse, con el riesgo de alguna enfermedad más.
Ante la mayor posibilidad de padecer enfermedades agudas, pues el organismo y la psicología son más vulnerables, son inevitables el miedo y la inseguridad, el no atreverse a lo que antes podía realizar pero ahora no.
Ante la reducción de la capacidad de ser autónomo, domina la humillación del que antes daba y ahora tiene que pedir.
Ante el aislamiento por carecer de recursos psicológicos para seguir la corriente social dominante, surgirá la timiez con el posible complejo de inferioridad ante los otros.
Ante la sensación de acabamiento por tener menor vitalidad, le dominará la convicción de que no vale nada que es un estorbo, una persona inútil.
Ante la conclusión de que su muerte se acerca, diversas serán las reacciones según la fortaleza humana y la fe del creyente. La persona débil y sin fe, será víctima del pánico con tentaciones de suicidio.
Modalidades de la persona vieja
El envejecimiento más usual o cotidiano es al que llega la mayoría de las personas cuando pasan los 70 años: alguna enfermedad crónica controlada y con algún achaque que otro sin descuidar el número y la hora de medicinas, pastillas, a tomar.
Envejecimiento satisfactorio es aquél al que nos gustaría llegar todos. Se trata del anciano que llega a los 70 años libre o casi libre de enfermedades y de achaques, que es completamente independiente para valerse por si mismo, (algunos los llaman ancianos robustos en contraposición a anciano frágil).
Envejecimiento acelerado. No es la persona de antes. En pocas semanas no puede ejercer tareas y relaciones porque le fallan las facultades y la misma salud física. Es el tiempo de la silla de ruedas y de la residencia. El mismo aspecto físico ha sufrido cambios muy visibles. Y así, quien pocos meses antes fuera considerado como persona mayor o un venerable anciano-a, ahora él mismo se autocalifica de viejo-a.
Envejecimiento patológico. Lo padece la persona que llega a los 60 con secuelas de enfermedades crónicas que la incapacitan, tal vez por secuelas de accidentes cerebro-vasculares ("derrame cerebral"). O bien por el mal de Parkinson, por enfisemas etc. Llegan dependientes y aparentan más edad de la que tienen.
Respuestas ante el envejecimiento y la vejez
Como resumen: saber afrontar con objetividad-realismo, paz, humildad, valor, paciencia y esperanza cuanto sucede de negativo en estas situaciones
Objetividad-realismo.
Ante el proceso, lento o acelerado, del envejecimiento se impone, ante todo, la serenidad para juzgar con realismo, ¡objetivamente!, una situación “normal” en los seres humanos. La reflexión prudente hará ver al anciano los aspectos negativos de la situación, sí, pero también los positivos, la botella medio llena o medio vacía. No es una meta pretendida, cierto, pero sí un final inevitable y universal que puede sublimarse sin dramatismos, con naturalidad y sin acudir, ni mucho menos, a la eutanasia personal o asistida.
Aceptación, valor y paciencia ante el proceso de envejecimiento
Más que nunca, el “viejo-vieja” debe aceptar con valor y humildad las pérdidas y limitaciones. La persona que supo afrontar tantos obstáculos en el pasado, tenga confianza en sí misma y saque fuerzas de flaqueza para superar el sufrimiento, dolor o cruz del presente. No es la hora de los cobardes sino de los valientes. Es la hora de actualizar las motivaciones humanas que dieron sentido a toda una vida y que ahora pueden actualizarse. Quien pasó por túneles, superó tormentas y venció en la lucha contra otras enfermedades, tiene ahora ocasión para afrontar la etapa más difícil con paciencia sin resignación, pasividad o derrotismo, sino con la fuerza que surge de su vigor personal, y, especialmente, de la fe coherente. Aconseja un técnico: “y es el momento de activar el compromiso ante lo que sucede, la responsabilidad activa, el empeño por la superación, la capacidad de dar un sentido y de reorientar la propia vida en la crisis. Todo, menos quedarse solo con un sufrimiento sin sentido alguno” (J. C. Bermejo).
Esperanza humana
Recuerda André Maurois: el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Como el proceso de envejecimiento se centra en el sufrimiento, es la ocasión para reflexionar en el para qué y no obsesionarse en el por qué, en las causas del grave deterioro que padece como enfermo. El sufrimiento, físico o espiritual, depende en buena parte de la manera cómo se enfoque-acepte la etapa final de la vida. Mucho ayudará la actuación de las motivaciones del amor familiar: la “utilidad” del abuelo-a para hijos y nietos; ¡es motivo de alegría, paz, amor, ejemplo en el sufrimiento, para la fe y la unión familiar. Sin olvidar su experiencia religiosa que reforzará el poder de la oración por las necesidades de todos. Hasta puede dirigirse a Dios con esta plegaria: “Ahora, sin embargo, Señor, veo todo con otros ojos: mi vida, siempre frágil, es un regalo precioso; ahora he descubierto el valor de las cosas pequeñas, de los detalles insignificante; ahora sé qué significa depende de los demás, sentir necesidad de todos (J.C. Bermejo, oc., pg 71)
La esperanza del creyente.
Si en el pasado la esperanza influyó en la persona de fe, ahora puede ejercerla con mayor razón. Para su situación, tiene una aplicación el mensaje bíblico sobre el sufrimiento, la cruz, el dolor aceptado, y el amor de Cristo en su pasión, muerte y resurrección, el valor escatológico de la cruz aceptada y ofrecida….
¿Y ante la meta final?
Tanto el anciano como la persona con proceso avanzado de envejecimiento, sabe que la muerte como meta final está cerca. ¿Cómo afrontarla? ¿Cómo será la preparación “de las maletas”? La respuesta, para el próximo artículo.
El proceso de envejecimiento
Pérdidas físicas y personales, limitaciones por la salud, aumento “de las pastillas” y riesgos graves por la edad avanzada, definen el proceso de envejecimiento y la futura situación de la persona calificada por los demás, y por ella misma, como vieja. Así lo confirman las palabras que escuché del Papa Montini. En 1977, un año antes de morir, tres sacerdotes preguntamos a Pablo VI por su salud. Su respuesta lacónica lo decía todo: “sono vecchio, sono vecchio”. Ciertamente que en los primeros meses de los ochenta, el gran Pontifice del postvaticano II, manifestaba algunos síntomas del envejecimiento, de ese “proceso deletéreo, progresivo, intrínseco y universal que con el tiempo ocurre en todo ser vivo a consecuencia de la interacción de la genética del individuo y su medio ambiente”( Dr. Juan F. Gómez Rinessi ).
Sigo copiando de los científicos: el envejecimiento de los organismos y particularmente el nuestro como especie humana, ha sido motivo de preocupación desde hace años. Los científicos definen este proceso como envejecimiento o senescencia, conjunto de modificaciones morfológicas y fisiológicas que aparecen como consecuencia de la acción del tiempo sobre los seres vivos, que supone una disminución de la capacidad de adaptación en cada uno de los órganos, aparatos y sistemas, así como de la capacidad de respuesta a los agentes lesivos (noxas) que inciden en el individuo.
La pérdida, rasgo predominante del envejecimiento humano. Pérdida en varias facultades: en la capacidad visual, la fuerza muscular, la agilidad, la capacidad para asociar ideas, la resistencia inmunitaria frente a los agentes contagiosos; pérdida progresiva de los sentidos del gusto, de la audición y de la libido. También pérdida de las tareas que ya no puede realizar y de las personas queridas que fallecieron.
Otros factores o manifestaciones. En el proceso que describimos se hace presente el degeneramiento de estructuras óseas: aparición de deformaciones debido a acromegalias, osteoporosis, artritis reumatoideas, aparición o aumento de demencias seniles: enfermedad de Alzheimer; distensión creciente de los tejidos de sostén muscular por efecto de la gravedad terrestre, pérdida de la tonicidadad muscular; aumento de la hipertensión arterial, alteración de la próstata en los varones con riesgo de cáncer; disminución del colágeno de la piel y de la absorción de proteínas, aparición de arrugas; disminución de la espermatogénesis en el hombre y la menopausia en la mujer.
Psicológicamente, se incrementa en este proceso la depresión y el temor a lo desconocido. Al tener conciencia de las crecientes pérdidas físicas e intelectuales, el anciano-a experimenta un gran sentimiento de inseguridad que conduce al aislamiento.
Ante el panorama tan negativo del envejecimiento, es lógica la reacción de temor y miedo, de exagerar los aspectos negativos de su vida, de ocultar los factores positivos y las ayudas que recibirá. Más aún: es posible que en la persona débil y con vida cristiana deficiente, la situación se agrave con un miedo tan exagerado que conduzca a la tentación del suicidio. Y algunos, hasta pueden justificar su posible decisión creyendo que la persona puede decidir pensando que el ser humano tiene el derecho a morir cuando ya no tiene ninguna esperanza de seguir llevando lo que según su entender es una existencia humana, al comprobar que la vida ya no tiene ningún sentido ni beneficio. Otra reacción más suave es la fatalista: no piensan y se refugian en un “sea lo que Dios quiera”.
La vivencia de la vejez
Son inseparables, el proceso de envejecimiento y la vivencia de la persona como viejo-vieja. Veamos cómo repercute el proceso en la psicología
Ante el deterioro de las funciones físicas por el desgaste provocado a lo largo de los años vividos, el anciano-a al principio experimentará, extrañeza y esperanza ingenua: lo superaré, pronto pasará.
Ante la menor adaptabilidad al cambio, por disminución de la versatilidad orgánica y psicológica, surgirán esfuerzos indebidos para adaptarse, con el riesgo de alguna enfermedad más.
Ante la mayor posibilidad de padecer enfermedades agudas, pues el organismo y la psicología son más vulnerables, son inevitables el miedo y la inseguridad, el no atreverse a lo que antes podía realizar pero ahora no.
Ante la reducción de la capacidad de ser autónomo, domina la humillación del que antes daba y ahora tiene que pedir.
Ante el aislamiento por carecer de recursos psicológicos para seguir la corriente social dominante, surgirá la timiez con el posible complejo de inferioridad ante los otros.
Ante la sensación de acabamiento por tener menor vitalidad, le dominará la convicción de que no vale nada que es un estorbo, una persona inútil.
Ante la conclusión de que su muerte se acerca, diversas serán las reacciones según la fortaleza humana y la fe del creyente. La persona débil y sin fe, será víctima del pánico con tentaciones de suicidio.
Modalidades de la persona vieja
El envejecimiento más usual o cotidiano es al que llega la mayoría de las personas cuando pasan los 70 años: alguna enfermedad crónica controlada y con algún achaque que otro sin descuidar el número y la hora de medicinas, pastillas, a tomar.
Envejecimiento satisfactorio es aquél al que nos gustaría llegar todos. Se trata del anciano que llega a los 70 años libre o casi libre de enfermedades y de achaques, que es completamente independiente para valerse por si mismo, (algunos los llaman ancianos robustos en contraposición a anciano frágil).
Envejecimiento acelerado. No es la persona de antes. En pocas semanas no puede ejercer tareas y relaciones porque le fallan las facultades y la misma salud física. Es el tiempo de la silla de ruedas y de la residencia. El mismo aspecto físico ha sufrido cambios muy visibles. Y así, quien pocos meses antes fuera considerado como persona mayor o un venerable anciano-a, ahora él mismo se autocalifica de viejo-a.
Envejecimiento patológico. Lo padece la persona que llega a los 60 con secuelas de enfermedades crónicas que la incapacitan, tal vez por secuelas de accidentes cerebro-vasculares ("derrame cerebral"). O bien por el mal de Parkinson, por enfisemas etc. Llegan dependientes y aparentan más edad de la que tienen.
Respuestas ante el envejecimiento y la vejez
Como resumen: saber afrontar con objetividad-realismo, paz, humildad, valor, paciencia y esperanza cuanto sucede de negativo en estas situaciones
Objetividad-realismo.
Ante el proceso, lento o acelerado, del envejecimiento se impone, ante todo, la serenidad para juzgar con realismo, ¡objetivamente!, una situación “normal” en los seres humanos. La reflexión prudente hará ver al anciano los aspectos negativos de la situación, sí, pero también los positivos, la botella medio llena o medio vacía. No es una meta pretendida, cierto, pero sí un final inevitable y universal que puede sublimarse sin dramatismos, con naturalidad y sin acudir, ni mucho menos, a la eutanasia personal o asistida.
Aceptación, valor y paciencia ante el proceso de envejecimiento
Más que nunca, el “viejo-vieja” debe aceptar con valor y humildad las pérdidas y limitaciones. La persona que supo afrontar tantos obstáculos en el pasado, tenga confianza en sí misma y saque fuerzas de flaqueza para superar el sufrimiento, dolor o cruz del presente. No es la hora de los cobardes sino de los valientes. Es la hora de actualizar las motivaciones humanas que dieron sentido a toda una vida y que ahora pueden actualizarse. Quien pasó por túneles, superó tormentas y venció en la lucha contra otras enfermedades, tiene ahora ocasión para afrontar la etapa más difícil con paciencia sin resignación, pasividad o derrotismo, sino con la fuerza que surge de su vigor personal, y, especialmente, de la fe coherente. Aconseja un técnico: “y es el momento de activar el compromiso ante lo que sucede, la responsabilidad activa, el empeño por la superación, la capacidad de dar un sentido y de reorientar la propia vida en la crisis. Todo, menos quedarse solo con un sufrimiento sin sentido alguno” (J. C. Bermejo).
Esperanza humana
Recuerda André Maurois: el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Como el proceso de envejecimiento se centra en el sufrimiento, es la ocasión para reflexionar en el para qué y no obsesionarse en el por qué, en las causas del grave deterioro que padece como enfermo. El sufrimiento, físico o espiritual, depende en buena parte de la manera cómo se enfoque-acepte la etapa final de la vida. Mucho ayudará la actuación de las motivaciones del amor familiar: la “utilidad” del abuelo-a para hijos y nietos; ¡es motivo de alegría, paz, amor, ejemplo en el sufrimiento, para la fe y la unión familiar. Sin olvidar su experiencia religiosa que reforzará el poder de la oración por las necesidades de todos. Hasta puede dirigirse a Dios con esta plegaria: “Ahora, sin embargo, Señor, veo todo con otros ojos: mi vida, siempre frágil, es un regalo precioso; ahora he descubierto el valor de las cosas pequeñas, de los detalles insignificante; ahora sé qué significa depende de los demás, sentir necesidad de todos (J.C. Bermejo, oc., pg 71)
La esperanza del creyente.
Si en el pasado la esperanza influyó en la persona de fe, ahora puede ejercerla con mayor razón. Para su situación, tiene una aplicación el mensaje bíblico sobre el sufrimiento, la cruz, el dolor aceptado, y el amor de Cristo en su pasión, muerte y resurrección, el valor escatológico de la cruz aceptada y ofrecida….
¿Y ante la meta final?
Tanto el anciano como la persona con proceso avanzado de envejecimiento, sabe que la muerte como meta final está cerca. ¿Cómo afrontarla? ¿Cómo será la preparación “de las maletas”? La respuesta, para el próximo artículo.