El final de la vida. Y después ¿qué?

Ser felices, vivir ilusionados y trabajar en la realización personal, son los objetivos y metas que preceden a la plenitud del ideal conseguido y al declive o envejecimiento de los humanos. Porque la persona puede gozar desde los 40 a los 60 años de una vida madura, con un posible éxito profesional, la satisfacción de quien casa a los hijos y disfruta de los primeros nietos. Pero pasados los 60, vienen, normalmente, las goteras en la salud, las enfermedades más serias, la jubilación en el trabajo, la pérdida de seres queridos y de amistades y la disminución de las facultades. Es la penúltima meta a la que no se quiere llegar pero el declive o envejecimiento es ley inevitable de vida. Cada persona podrá asistir al atardecer de su vida que terminará antes o después con la muerte como última etapa. Sobre estos tema expondré las preguntas formuladas y las respuestas del auditorio juvenil de Lima.

La cima. Entusiasmo para el ideal. La meta de la madurez.
Pregunté: y después, ¿cómo será vuestra vida como personas maduras que logran triunfar? Tres de los asistentes relataron un sueño a modo de respuesta. No podían imaginar el futuro aunque fuera agradable. Aproveché la ocasión para hablarles del ideal de vida con la exigencia del entusiasmo.
De jóvenes, eligieron un ideal de vida que ha sido la razón para amar, sufrir, gozar y esperar. Gracias a este ideal, (que siempre se identifica con una clase de amor), la persona posee un estímulo para vivir, un secreto para superarse, el medio más eficaz para combatir obstáculos, la compensación en el dolor, el criterio principal que coordina otros secundario, el eje que unifica las decisiones más heterogéneas de la voluntad, el fin que atrae y polariza deseos y pasiones, el motor que fortalece ante las dificultades y da el entusiasmo para relacionarse con el prójimo.
El valor elegido como meta-ideal de vida se convierte en el contenido de la opción fundamental, elección de una persona de un valor o de un ideal o de un fin o de un humanismo entre varios. El vocablo fundamental hace referencia a lo elegido como lo más importante, lo principal de la existencia personal, la fuente de un comportamiento coherente. ¿Presenta gran variedad? Sí, puede ser una determinada profesión, la política, el arte en alguna de sus manifestaciones, un ente colectivo como la patria, una afición, un deseo, la ayuda al necesitado, cosas materiales, un animal o el dinero. Pero el objeto ordinario del ideal elegido es una persona o grupo de personas a quienes se ama con plenitud y radicalidad: la familia, los amigos, los paisanos y todos los conciudadanos. . En sus manifestaciones es inseparable el amor en mayor o menor grado de la opción fundamental y del ideal de vida.
El entusiasmo. Entre las exigencias para lograr la plenitud en el ideal elegido destaca el entusiasmo o endiosamiento. Es una actitud compleja que comprende la valoración grande por el ideal-proyecto-misión o esperanza que se convierte en “la mística” de una vida. Esta valoración provoca un amor desbordante a modo de pasión ardiente que se experimenta y que se quiere comunicar a otros. Así se explica que la persona entusiasmada manifieste un dinamismo exuberante, ganas extraordinarias de hacer cosas para conseguir sus objetivos. Y como tiene los medios proporcionados, se siente segura ante el logro del proyecto de vida. Urge realizar las tareas ordinarias con el entusiasmo de quien está cooperando para una gran obra.

El declive hasta el envejecimiento,
Seguí con las preguntas: y después, ¿qué esperáis si os encontráis como jubilados, ancianos, en declive, solos y sin salud? Un asistente relató la situación de su abuelo un tanto lamentable pero bien atendido por su hija. Imposible que un joven se vea como anciano. Sueña con una plenitud permanente en el ideal elegido. Claro que el joven contempla la vida de sus abuelos, personas mayores con mayor o menor grado de envejecimiento.
La falta de entusiasmo puede presentarse en cualquier etapa de la vida humana. Pero normalmente el entusiasmo juvenil o de la edad madura, decae o desaparece ante los fracasos, enfermedades, ingratitudes, limitaciones, jubilación rechazada, soledad afectiva, etc
Ocasión propicia para afrontar, ya desde la juventud, el declive y el envejecimiento como ley de vida y la aceptación humilde como respuesta fundamental.
El declive hasta el envejecimiento es ley ordinaria de vida: pasados los 60, aparecen “las goteras” en la salud, las enfermedades más serias, la jubilación en el trabajo, la pérdida de seres queridos y de amistades, la disminución de las facultades.
Detrás del declive aparece el envejecimiento o proceso biológico de cambio en el organismo vivo producido por el paso del tiempo y con la alteración de las cualidades. ¿Causas? Además de la edad, influye la posible dependencia, los duelos, la jubilación, las enfermedades, los fracasos y otros factores socioeconómicos.
En el declive, y mucho más en el envejecimiento, la persona pierde normalmente entusiasmo, interés y muchas de sus esperanzas. Ya no tiene las motivaciones de la edad Lo que antes realizaba con prontitud y facilidad, ahora le cuesta más esfuerzo; le faltan “las fuerzas” físicas y las facultades para poder responder adecuadamente en una determinada situación; no siente satisfacción ni felicidad por lo que consigue. Le cuesta la decisión a la hora de elegir o de mantener un determinado comportamiento hasta alcanzar la meta propuesta.
En muchas ocasiones, la depresión es un efecto del declive y mucho más del envejecimiento. Otras manifestaciones: la persona deprimida puede mostrarse irritable, pierde el interés por actividades que antes le gustaban; se muestra apática, fatigada y con poca energía, con sentimientos de culpa, impotencia e inutilidad.
¿Qué aconsejar al joven como actitud fuerte para el posible y futuro declive y envejecimiento? Entre las muchas sugerencias: que sepa aceptarse a sí mimo y que aprenda a superar el sufrimiento. Se requiere una respuesta en la que estén presentes la humildad, la responsabilidad, el valor y la esperanza y valor para comenzar a trabajar según las actuales posibilidades. Otra gran sugerencia: aprender a sufrir, que es un arte difícil pero necesario. Urge también objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar.

Preguntas y respuestas agresivas
El final de la charla a los jóvenes de Lima fue un tanto dramático por las preguntas y respuestas agresivas: ¿Y qué haréis cuando os sorprenda una enfermedad grave como la leucemia? Fulgurante surgió una respuesta malhumorada: ¡pues nos moriremos! Sin inmutarme les lancé la última pregunta: Y después de la muerte, ¿qué? Ahora, sí, silencio total y disgusto en los rostros de mis alumnos. El profesor se había extralimitado
El próximo artículo abordará la respuesta que hoy daría los jóvenes limeños
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