¿Qué nuevas perspectivas da la justicia cristiana al compromiso cristiano?
Los misterios de la fe engrandecen las dimensiones antropológicas de la justicia. Y el católico tiene la justicia como un campo donde ejercitar su apostolado: él debe llenar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que vive (AA 13; PP 81). En unión con otros hombres de buena voluntad, debe “promover cuanto hay de verdadero, de justo, de santo,de amable” (AA 13 y cita de Flp 4,8). También es consciente de que donde no existe la práctica de la justicia, el culto a Dios es un insulto y una ceguera.
Jesucristo y el Reino de Dios dan nuevo sentido a la justicia cristiana
Según expusimos, Cristo es el gran referente y el testigo que más puede motivar. También es el maestro que, con su doctrina sobre el reino de Dios, ofrece los criterios básicos para un mundo humanizado por la justicia. La fe interpretó su pensamiento al presentar al cristiano como hombre nuevo, la caridad con unas perspectivas revolucionarias y la esperanza con la proyección escatológica de la justicia.
La vinculación con Cristo
Motiva una conducta justa saber que Cristo vino a ser para nosotros de parte de Dios, sabiduría, justicia, santificación y redención (cf 1 Cor 1,30; MM 263); su evangelio es guía para cumplir fielmente los deberes temporales entre los que destaca la justicia (GS 43). Consuela al cristiano saber que el trabajo y toda actividad temporal de justicia continúan la obra de Cristo (Jn 15,4; MM 259). El hombre alcanza su propia perfección en el ejercicio de su trabajo diario, unido a Dios por Cristo y para su gloria según el consejo de “ora comáis...” (Col 3,17; MM 256); toda su vocación facilita más el conocimiento de las “exigencias de la justicia en las distintas esferas, aun las más difíciles” (MM 257; Ef 5,8). En resumen, la vida cristiana, a imitación de Cristo, debe reflejar la síntesis del esfuerzo humano, familiar, profesional y los valores religiosos para la gloria de Dios (GS 43)
El reino de Dios, reino de justicia El Dios de la Alianza es un Dios justo que hace justicia como liberador de la injusticia en la tierra y como juez futuro que retribuirá a cada uno según sus obras (Os 2,21,: Is 9,5-6; Mt 25, 31-46; Rom 2,5 2Tes 1,5s). En la nueva Alianza, Jesús invita a buscar “primero el Reino de Dios y su justicia”(Mt 6,33-34) y Pablo concretará cuando escribe: “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo”(Rom 14,16). ¿Para quién será este Reino en su estadio escatológico? Para los que practiquen la justicia y no para los injustos “que no poseerán el Reino de Dios” (1Cor 6,9-10; cf. Mt 23; 2 Pe 3,13). Así mismo están excluidos los imprudentes y los irresponsables, los ricos insensibles ante las necesidades de los pobres como el epulón, los cobardes ante la invitación de Cristo (Mt 25, 14-30. Mt 19,23-24; Lc 16,21). Por el contrario, los comprometido en el Reino según la C.D. Lumen Gentium deben obrar de tal manera “que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en las paz”...(y)...”que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia” (LG 36).
Justicia con caridad
No se puede separar la justicia de las otras perspectivas del Reino que también son de verdad, libertad, paz, vida y amor. Todas forman un todo indivisible. En concreto, la justicia y la caridad quedan unidas cuando Jesús afirmó el “habéis escuchado” como ideal de mera justicia con el “pero yo os digo”, ideal de caridad que supone la justicia. Así lo entendieron los primeros cristianos que entregaron todos los bienes materiales para los necesitados, sin distinguir entre justicia y caridad (Hch 4,32; 2,44-45; 5, 1-11). El Apóstol Santiago fusiona la obligación con el amor (San 2,14-18; Gal 3,28; Rom 12,15)
Pero justicia y caridad son diferentes La persona justa da lo debido pero el que ama se da por encima de todo derecho. El fundamento de la justicia es la igualdad, mientras que el de la caridad es la benevolencia. En la justicia, la norma es la ley, pero en la caridad es la necesidad o el deseo de la persona amada. La justicia distingue muy bien entre lo mío y lo tuyo pero la caridad tiende a la comunión, a la total fusión sin límites. Ahora bien, en las funciones, caridad y justicia son completamentarias: no hay caridad sin justicia, y se hace inexplicable la justicia sin el amor. Dijo S. Agustín: “la justicia es un amor imperfecto; el amor es una justicia perfecta”. El ideal consiste en la comunión cristocéntrica: “quien, con obediencia a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad” (GS 72, con citas de Lc 3,11; 1 Jn 17-18). ¿Cómo poner en práctica el dúo justicia-caridad? Habló el Vaticano II: el proceso pide “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que se debe por razón de justicia; suprimir las causas y no sólo los efectos de los males y organizar los auxilios de tal forma que quienes lo reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos” (AA 8)
La dimensión escatológica del reino Dios, esperanza para la justicia
El seguidor de Cristo, comprometido en el Reino de Dios, de justicia y caridad, fusiona en su dinamismo de gracia toda virtud. Así aparece en el juicio final que será sobre las obras de caridad cuya omisión merecen el castigo, propio de una grave injusticia: los malditos irán al castigo eterno, y los “justos, a la vida eterna” (Mt 25, 31-46). De aquí la severa advertencia del Concilio Vaticano II: “el cristiano que falta a sus obligaciones temporales falta a sus deberes con el prójimo; falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación” (GS 43).
Otras repercusiones de la fe en la justicia
El cristiano asume y cumple la dimensión humana de la justicia en todas sus dimensiones. Así mismo rechaza todo lo que atente contra los derechos humanos, contra toda justicia. Pero desde la fe, actos de injusticia, son otros tantos pecados, otras tantas ofensas contra Dios. Por ejemplo, son errorres condenables como afirmó el Concilio,: descuidar la justicia en nombre de la vocación escatológica, desconectar los asuntos temporales de la vida religiosa, reducida al culto y a determinadas obligaciones morales (GS 43). Y como norma general: “debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” el divorcio entre la fe y la vida de justicia como uno de los escándalos condenados tanto por los profetas como por el mismo Cristo (GS 43; Is 58,1-12; Mt 23.33; Mc 7, 10-13).
Desde la ética, urge reparar el daño ocasionado y restituir el dinero robado. Desde la fe, esta obligación es una condición para recibir el perdón sacramental de los pecados. Así mismo, la vivencia de la eucaristía sin comunión fraterna puede anular la autenticidad de la participación en el acto litúrgico.
La fe presenta una justicia teologal
¿En qué consiste? En la actitud y en la opción de quien vive la justicia iluminada por la fe, motivada por la esperanza, vivificada por la gracia y potenciada por la caridad. Tal virtud, es la respuesta, individual o comunitaria desde el Evangelio a las relaciones con Dios, con el prójimo, personalizado o en grupos. Está conectada con la fe que es la fuente, luz que ilumina el criterio de valoración, y con la caridad que es el motor, la motivación que amplía y profundiza el compromiso. La justicia teologal está situada dentro del Reino de Dios, mística y marco de referencia que da sentido a la transformación del mundo y de las personas, objetivo que canaliza la liberación con sentido cristiano. Y se practica desde la Iglesia como ambiente o comunidad donde se comparte la opción corresponsable.
Jesucristo y el Reino de Dios dan nuevo sentido a la justicia cristiana
Según expusimos, Cristo es el gran referente y el testigo que más puede motivar. También es el maestro que, con su doctrina sobre el reino de Dios, ofrece los criterios básicos para un mundo humanizado por la justicia. La fe interpretó su pensamiento al presentar al cristiano como hombre nuevo, la caridad con unas perspectivas revolucionarias y la esperanza con la proyección escatológica de la justicia.
La vinculación con Cristo
Motiva una conducta justa saber que Cristo vino a ser para nosotros de parte de Dios, sabiduría, justicia, santificación y redención (cf 1 Cor 1,30; MM 263); su evangelio es guía para cumplir fielmente los deberes temporales entre los que destaca la justicia (GS 43). Consuela al cristiano saber que el trabajo y toda actividad temporal de justicia continúan la obra de Cristo (Jn 15,4; MM 259). El hombre alcanza su propia perfección en el ejercicio de su trabajo diario, unido a Dios por Cristo y para su gloria según el consejo de “ora comáis...” (Col 3,17; MM 256); toda su vocación facilita más el conocimiento de las “exigencias de la justicia en las distintas esferas, aun las más difíciles” (MM 257; Ef 5,8). En resumen, la vida cristiana, a imitación de Cristo, debe reflejar la síntesis del esfuerzo humano, familiar, profesional y los valores religiosos para la gloria de Dios (GS 43)
El reino de Dios, reino de justicia El Dios de la Alianza es un Dios justo que hace justicia como liberador de la injusticia en la tierra y como juez futuro que retribuirá a cada uno según sus obras (Os 2,21,: Is 9,5-6; Mt 25, 31-46; Rom 2,5 2Tes 1,5s). En la nueva Alianza, Jesús invita a buscar “primero el Reino de Dios y su justicia”(Mt 6,33-34) y Pablo concretará cuando escribe: “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo”(Rom 14,16). ¿Para quién será este Reino en su estadio escatológico? Para los que practiquen la justicia y no para los injustos “que no poseerán el Reino de Dios” (1Cor 6,9-10; cf. Mt 23; 2 Pe 3,13). Así mismo están excluidos los imprudentes y los irresponsables, los ricos insensibles ante las necesidades de los pobres como el epulón, los cobardes ante la invitación de Cristo (Mt 25, 14-30. Mt 19,23-24; Lc 16,21). Por el contrario, los comprometido en el Reino según la C.D. Lumen Gentium deben obrar de tal manera “que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en las paz”...(y)...”que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia” (LG 36).
Justicia con caridad
No se puede separar la justicia de las otras perspectivas del Reino que también son de verdad, libertad, paz, vida y amor. Todas forman un todo indivisible. En concreto, la justicia y la caridad quedan unidas cuando Jesús afirmó el “habéis escuchado” como ideal de mera justicia con el “pero yo os digo”, ideal de caridad que supone la justicia. Así lo entendieron los primeros cristianos que entregaron todos los bienes materiales para los necesitados, sin distinguir entre justicia y caridad (Hch 4,32; 2,44-45; 5, 1-11). El Apóstol Santiago fusiona la obligación con el amor (San 2,14-18; Gal 3,28; Rom 12,15)
Pero justicia y caridad son diferentes La persona justa da lo debido pero el que ama se da por encima de todo derecho. El fundamento de la justicia es la igualdad, mientras que el de la caridad es la benevolencia. En la justicia, la norma es la ley, pero en la caridad es la necesidad o el deseo de la persona amada. La justicia distingue muy bien entre lo mío y lo tuyo pero la caridad tiende a la comunión, a la total fusión sin límites. Ahora bien, en las funciones, caridad y justicia son completamentarias: no hay caridad sin justicia, y se hace inexplicable la justicia sin el amor. Dijo S. Agustín: “la justicia es un amor imperfecto; el amor es una justicia perfecta”. El ideal consiste en la comunión cristocéntrica: “quien, con obediencia a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad” (GS 72, con citas de Lc 3,11; 1 Jn 17-18). ¿Cómo poner en práctica el dúo justicia-caridad? Habló el Vaticano II: el proceso pide “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que se debe por razón de justicia; suprimir las causas y no sólo los efectos de los males y organizar los auxilios de tal forma que quienes lo reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos” (AA 8)
La dimensión escatológica del reino Dios, esperanza para la justicia
El seguidor de Cristo, comprometido en el Reino de Dios, de justicia y caridad, fusiona en su dinamismo de gracia toda virtud. Así aparece en el juicio final que será sobre las obras de caridad cuya omisión merecen el castigo, propio de una grave injusticia: los malditos irán al castigo eterno, y los “justos, a la vida eterna” (Mt 25, 31-46). De aquí la severa advertencia del Concilio Vaticano II: “el cristiano que falta a sus obligaciones temporales falta a sus deberes con el prójimo; falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación” (GS 43).
Otras repercusiones de la fe en la justicia
El cristiano asume y cumple la dimensión humana de la justicia en todas sus dimensiones. Así mismo rechaza todo lo que atente contra los derechos humanos, contra toda justicia. Pero desde la fe, actos de injusticia, son otros tantos pecados, otras tantas ofensas contra Dios. Por ejemplo, son errorres condenables como afirmó el Concilio,: descuidar la justicia en nombre de la vocación escatológica, desconectar los asuntos temporales de la vida religiosa, reducida al culto y a determinadas obligaciones morales (GS 43). Y como norma general: “debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” el divorcio entre la fe y la vida de justicia como uno de los escándalos condenados tanto por los profetas como por el mismo Cristo (GS 43; Is 58,1-12; Mt 23.33; Mc 7, 10-13).
Desde la ética, urge reparar el daño ocasionado y restituir el dinero robado. Desde la fe, esta obligación es una condición para recibir el perdón sacramental de los pecados. Así mismo, la vivencia de la eucaristía sin comunión fraterna puede anular la autenticidad de la participación en el acto litúrgico.
La fe presenta una justicia teologal
¿En qué consiste? En la actitud y en la opción de quien vive la justicia iluminada por la fe, motivada por la esperanza, vivificada por la gracia y potenciada por la caridad. Tal virtud, es la respuesta, individual o comunitaria desde el Evangelio a las relaciones con Dios, con el prójimo, personalizado o en grupos. Está conectada con la fe que es la fuente, luz que ilumina el criterio de valoración, y con la caridad que es el motor, la motivación que amplía y profundiza el compromiso. La justicia teologal está situada dentro del Reino de Dios, mística y marco de referencia que da sentido a la transformación del mundo y de las personas, objetivo que canaliza la liberación con sentido cristiano. Y se practica desde la Iglesia como ambiente o comunidad donde se comparte la opción corresponsable.