¿Se puede vivir sin un ideal, sin una esperanza en la vida?
El ideal es el resultado de unos valores interiorizados, de unas metas aceptadas y de unas motivaciones convertidas en razón para vivir. Tiene tanta importancia el ideal que caracteriza a las personas porque es fundamental para conseguir la realización personal. El ideal con sus factores de esperanza, entusiasmo, ilusión y compensaciones, es indispensable para la felicidad. Cierto que muchos viven sin un ideal de vida, pero, ¡qué poco vale una persona a la que le falta una razón para vivir!
Apasionados y cobardes: con y sin un ideal
La historia pasada y la experiencia actual, nos muestran a personas que tienen su ideal, su razón para vivir que ponen en los hijos, en la profesión, en Dios o en alguna amistad especial. Gran variedad según sea la profesión, el arte en alguna de sus manifestaciones, la lucha-entrega a una entidad colectiva como la patria, una afición, un deseo, cosas materiales, un animal o el dinero. Pero el objeto ordinario del ideal elegido suele ser una persona o grupo de personas a quienes se ama con plenitud y radicalidad como la familia, los amigos, los paisanos y todos los conciudadanos. En sus manifestaciones, se unen el ideal con el amor en mayor o menor grado. El amor es la fuerza que da vida, entusiasmo, alegría porque descubre una razón para vivir.
También la historia en el pasado y la experiencia en el presente, presentan a jóvenes, ancianos o de edad media que viven sin ilusión, sin una meta, sin nada que les motive. Manifiestan tristeza, desesperanza y pocas ganas para vivir. Muchos de ellos se entregan a la bebida, la droga, el sexo o la diversión como pasatiempo. Y algunos llegan hasta el suicidio al comprobar que la vida no tenía ningún sentido para ellos. A todos les faltaba el sentirse amados y sobre todo carecían de una razón para vivir. El ideal de vida había muerto.
Para qué sirve el ideal
Al definir el ideal, el Diccionario nos habla de algo excelente, magnífico, perfecto, genial, prototipo y modelo de perfección. También como el conjunto de principios, convicciones o creencias por las que se vive y lucha. En plan negativo, el ideal es sinónimo de algo utópico, irreal, puramente subjetivo.
Ahora bien, si atendemos a la vivencia de los que tienen un ideal de vida, comprobamos que han interiorizado un valor significativo que se convierte en el amor central y en la meta atrayente que polariza su pensar con ilusión, su sentir con entusiasmo, su querer y actuar con fortaleza. Bajo el ideal, la vida de las personas giran en torno a un absoluto, a una gran esperanza, al fin último y principal que traducen en un proyecto apasionante a la hora de trabajar y relacionarse con los demás
Sí, el ideal como amor estructurado sirve para mucho en la vida humana porque bajo su influjo la persona posee un estímulo para vivir, dispone de un secreto para superarse, tiene a su disposición el medio más eficaz para combatir obstáculos, recibe una grata compensación en el dolor, actúa el criterio principal que coordina otros valores secundarios, unifica las decisiones más heterogéneas de la voluntad, atrae y polariza deseos y pasiones, y pone en marcha al motor que fortalece ante las dificultades y potencia el entusiasmo para relacionarse con el prójimo.
La esperanza, elemento indispensable en el ideal de vida
El factor primero del ideal o razón para vivir es la esperanza. Es difícil separar un concepto de otro, porque el ideal es atraído por la esperanza. Y la esperanza es la que configura el ideal de vida. Todos están de acuerdo: la esperanza se sitúa en el corazón del hombre como uno de los valores que mejor definen una vida: "dime qué esperas y te diré quien eres". La persona que aspira a la felicidad o que trabaja por su realización personal está impulsada por una esperanza o deseo profundo. La esperanza pide la realización de los deseos y la satisfacción de las aspiraciones más profundas del ser humano. La persona que espera, posee una razón para vivir, y si es cristiana, tiene la respuesta más completa apara el anhelo de la felicidad.
¿Cómo definir la esperanza? Desde la reflexión: espera quien desea un bien futuro y posible de conseguir. Y admite estos enfoques: la meta se convierte en fuerza que atrae y pone en camino; el puente que une a la persona con el objeto deseado; la razón del vivir o bien el conjunto de motivaciones que justifican el trabajo, la superación del dolor o el riesgo desinteresado; la roca que da ánimos en las dificultades. Mientras exista el equilibrio entre el objetivo difícil y las posibilidades aparece la esperanza como fuente gozosa de fortaleza y confianza, como el estado de ánimo positivo de quien está satisfecho porque ve cómo se cumplen sus deseos y aspiraciones.
El entusiasmo, un fruto de la esperanza
Los valores que motivan, las esperanzas y metas que atraen y las motivaciones que generan amor, integran el entusiasmo de las personas. La fuerza de la persona es, gráficamente, como el agua de un pantano que se alimenta de varios arroyos-riachuelos: son los valores aceptados que generan amor para caminar. El entusiamo es la energía del amor que empuja a las personas.
Esta actitud compleja, el entusiasmo o endiosamiento, comprende la valoración grande por el ideal que se convierte en “la mística” de una vida. Al valorar el ideal surge un amor desbordante a modo de pasión ardiente que se experimenta y que se quiere comunicar a otros. Así se explica que la persona entusiasmada manifieste un dinamismo exuberante, unas ganas extraordinarias de hacer cosas para conseguir sus objetivos. Y cuando tiene los medios proporcionados, se siente segura ante el logro del proyecto de vida. Urge realizar las tareas ordinarias con el entusiasmo de quien está cooperando para una gran obra.
La ilusión y sus compensaciones Para toda persona, la ilusión consiste en una determinada esperanza que se vive con entusiasmo y como fuerza para superar las dificultades. Si la esperanza es la cadena completa hasta la meta, la ilusión es un eslabón conectado con algún deseo. Es plena la ilusión cuando la persona siente la atracción hacia una meta, proyecto o ideal que da sentido a su vida; está volcada hacia unas tareas que le llenan de alegría y felicidad; desea ardientemente cosas, objetos o personas que no posee pero espera obtenerlas; tiene mucho ánimo y muchas ganas de trabajar con optimismo vital.
¿Y las satisfacciones?
Si la ilusión es una esperanza concreta vivida con entusiasmo, la persona ilusionada experimenta una satisfacción, una especie de compensación afectiva que se alimenta con pequeñas ilusiones. Los padres esperan ver a sus hijos con una familia y una buena profesión. A ellos les ilusiona trabajar y sacrificarse para que sus hijos sean felices. Y este trabajo y sacrificio queda en buena parte compensado. Otro ejemplo: el que estudia tiene la ilusión por ser un profesional cualificado y le agrada mucho pensar en el bienestar o felicidad que tendrá en el futuro. La esperanza le recompensa y le satisface. Cuando falta el mínimo de satisfacciones corre peligro el ideal como razón para vivir, y, por supuesto, la felicidad.
Apasionados y cobardes: con y sin un ideal
La historia pasada y la experiencia actual, nos muestran a personas que tienen su ideal, su razón para vivir que ponen en los hijos, en la profesión, en Dios o en alguna amistad especial. Gran variedad según sea la profesión, el arte en alguna de sus manifestaciones, la lucha-entrega a una entidad colectiva como la patria, una afición, un deseo, cosas materiales, un animal o el dinero. Pero el objeto ordinario del ideal elegido suele ser una persona o grupo de personas a quienes se ama con plenitud y radicalidad como la familia, los amigos, los paisanos y todos los conciudadanos. En sus manifestaciones, se unen el ideal con el amor en mayor o menor grado. El amor es la fuerza que da vida, entusiasmo, alegría porque descubre una razón para vivir.
También la historia en el pasado y la experiencia en el presente, presentan a jóvenes, ancianos o de edad media que viven sin ilusión, sin una meta, sin nada que les motive. Manifiestan tristeza, desesperanza y pocas ganas para vivir. Muchos de ellos se entregan a la bebida, la droga, el sexo o la diversión como pasatiempo. Y algunos llegan hasta el suicidio al comprobar que la vida no tenía ningún sentido para ellos. A todos les faltaba el sentirse amados y sobre todo carecían de una razón para vivir. El ideal de vida había muerto.
Para qué sirve el ideal
Al definir el ideal, el Diccionario nos habla de algo excelente, magnífico, perfecto, genial, prototipo y modelo de perfección. También como el conjunto de principios, convicciones o creencias por las que se vive y lucha. En plan negativo, el ideal es sinónimo de algo utópico, irreal, puramente subjetivo.
Ahora bien, si atendemos a la vivencia de los que tienen un ideal de vida, comprobamos que han interiorizado un valor significativo que se convierte en el amor central y en la meta atrayente que polariza su pensar con ilusión, su sentir con entusiasmo, su querer y actuar con fortaleza. Bajo el ideal, la vida de las personas giran en torno a un absoluto, a una gran esperanza, al fin último y principal que traducen en un proyecto apasionante a la hora de trabajar y relacionarse con los demás
Sí, el ideal como amor estructurado sirve para mucho en la vida humana porque bajo su influjo la persona posee un estímulo para vivir, dispone de un secreto para superarse, tiene a su disposición el medio más eficaz para combatir obstáculos, recibe una grata compensación en el dolor, actúa el criterio principal que coordina otros valores secundarios, unifica las decisiones más heterogéneas de la voluntad, atrae y polariza deseos y pasiones, y pone en marcha al motor que fortalece ante las dificultades y potencia el entusiasmo para relacionarse con el prójimo.
La esperanza, elemento indispensable en el ideal de vida
El factor primero del ideal o razón para vivir es la esperanza. Es difícil separar un concepto de otro, porque el ideal es atraído por la esperanza. Y la esperanza es la que configura el ideal de vida. Todos están de acuerdo: la esperanza se sitúa en el corazón del hombre como uno de los valores que mejor definen una vida: "dime qué esperas y te diré quien eres". La persona que aspira a la felicidad o que trabaja por su realización personal está impulsada por una esperanza o deseo profundo. La esperanza pide la realización de los deseos y la satisfacción de las aspiraciones más profundas del ser humano. La persona que espera, posee una razón para vivir, y si es cristiana, tiene la respuesta más completa apara el anhelo de la felicidad.
¿Cómo definir la esperanza? Desde la reflexión: espera quien desea un bien futuro y posible de conseguir. Y admite estos enfoques: la meta se convierte en fuerza que atrae y pone en camino; el puente que une a la persona con el objeto deseado; la razón del vivir o bien el conjunto de motivaciones que justifican el trabajo, la superación del dolor o el riesgo desinteresado; la roca que da ánimos en las dificultades. Mientras exista el equilibrio entre el objetivo difícil y las posibilidades aparece la esperanza como fuente gozosa de fortaleza y confianza, como el estado de ánimo positivo de quien está satisfecho porque ve cómo se cumplen sus deseos y aspiraciones.
El entusiasmo, un fruto de la esperanza
Los valores que motivan, las esperanzas y metas que atraen y las motivaciones que generan amor, integran el entusiasmo de las personas. La fuerza de la persona es, gráficamente, como el agua de un pantano que se alimenta de varios arroyos-riachuelos: son los valores aceptados que generan amor para caminar. El entusiamo es la energía del amor que empuja a las personas.
Esta actitud compleja, el entusiasmo o endiosamiento, comprende la valoración grande por el ideal que se convierte en “la mística” de una vida. Al valorar el ideal surge un amor desbordante a modo de pasión ardiente que se experimenta y que se quiere comunicar a otros. Así se explica que la persona entusiasmada manifieste un dinamismo exuberante, unas ganas extraordinarias de hacer cosas para conseguir sus objetivos. Y cuando tiene los medios proporcionados, se siente segura ante el logro del proyecto de vida. Urge realizar las tareas ordinarias con el entusiasmo de quien está cooperando para una gran obra.
La ilusión y sus compensaciones Para toda persona, la ilusión consiste en una determinada esperanza que se vive con entusiasmo y como fuerza para superar las dificultades. Si la esperanza es la cadena completa hasta la meta, la ilusión es un eslabón conectado con algún deseo. Es plena la ilusión cuando la persona siente la atracción hacia una meta, proyecto o ideal que da sentido a su vida; está volcada hacia unas tareas que le llenan de alegría y felicidad; desea ardientemente cosas, objetos o personas que no posee pero espera obtenerlas; tiene mucho ánimo y muchas ganas de trabajar con optimismo vital.
¿Y las satisfacciones?
Si la ilusión es una esperanza concreta vivida con entusiasmo, la persona ilusionada experimenta una satisfacción, una especie de compensación afectiva que se alimenta con pequeñas ilusiones. Los padres esperan ver a sus hijos con una familia y una buena profesión. A ellos les ilusiona trabajar y sacrificarse para que sus hijos sean felices. Y este trabajo y sacrificio queda en buena parte compensado. Otro ejemplo: el que estudia tiene la ilusión por ser un profesional cualificado y le agrada mucho pensar en el bienestar o felicidad que tendrá en el futuro. La esperanza le recompensa y le satisface. Cuando falta el mínimo de satisfacciones corre peligro el ideal como razón para vivir, y, por supuesto, la felicidad.