Estoy en la cárcel desde hace 22 años porque Dios me amó y se entregó por mí. No pago una condena, sino que desde mi fragilidad intento responder a la vocación que el Señor me regaló de contemplarlo y servirlo en miles de mujeres privadas de libertad, la mayoría de ellas por delitos que cometieron como consecuencia de la pobreza en que nacieron. Me llamo Nelly León, soy religiosa de la Congregación del Buen Pastor, y actualmente administro uno de los pabellones del Penal Femenino de Santiago de Chile.
También dirijo la Fundación “Mujer, levántate”, que potencia la reinserción social, laboral y familiar de aquellas hermanas mías que, después de años tras las rejas, recuperan su libertad y no quieren volver a delinquir. Así, como capellana de la Cárcel de Mujeres entro y salgo todos los días de ese mundo marcado por el dolor, la rabia, la culpa, la frustración, pero, sobre todo, por el padecimiento de esas madres que viven separadas de sus hijos.
Lo mejor que me pudo haber pasado en mi vida
Cuando en 2020 el coronavirus se expandió por el mundo, las cárceles en Chile prohibieron totalmente las visitas, incluyendo el acompañamiento religioso. Ante mi insistencia por no abandonar a las mujeres, me ofrecieron permanecer dentro de la cárcel, pero sin la posibilidad de salir hasta que acabaran las restricciones.
Acepté convencida de que eso era lo que Dios me pedía, “porque estuve en la cárcel y me fuiste a ver”. El encierro duró 18 meses, y hoy puedo decir que ese tiempo en el penal fue lo mejor que me pudo haber pasado en mi vida consagrada. Antes, cuando me retiraba al terminar la jornada, se producía un quiebre, porque dejaba detrás mucha amargura, el llanto de las mujeres y los encuentros de consolación que habíamos compartido durante la jornada. El haberme quedado en la cárcel durante la pandemia me permitió atenderlas hasta más tarde y también recorrer los pasillos durante la noche, en medio de un gran silencio, que cada cierto rato se quebraba por los desgarradores gritos de angustia que salían desde las celdas.
Tarjetas de Navidad y regalos para los hijos
Esta experiencia, que marcó un antes y un después en mi vida, me llevó a conocer más profundamente a estas mujeres, sus historias, sus dolores y las motivaciones de sus corazones. Ellas habitan por años en un lugar donde no quieren estar y en condiciones que no quieren vivir, y esta es una herida abierta que genera sufrimiento y nostalgia, sentimientos que se acrecientan ahora que se aproxima la Navidad. Mientras en todos los hogares de Chile las familias se reunirán, en la cárcel las mujeres seguirán el mismo ritmo cotidiano de encierro y soledad.
Durante la Nochebuena su mayor angustia es no poder darles un regalo a sus hijos, y esa ansia fue mayor en tiempos de Covid. Por eso, ese 2020 recolectamos materiales y cada una preparó coloridas tarjetas de Navidad para sus hijos, que por medio de una red de colaboradores llevamos hasta sus hogares. A los niños más pequeños también les hicimos llegar regalos en nombre de sus madres. Igualmente, ese año la Providencia permitió que celebráramos la misa dentro del penal, aunque de modo más sobrio y menos concurrido, porque es una tradición que el 24 de diciembre nuestra misa de Navidad sea presidida por el Arzobispo de Santiago.