La perrita escuálida y coja andaba detrás de su dueño, aunque éste no le hacía mucho caso. Estuvo perdida durante meses, hasta que sor Consuelo la encontró merodeando coja y esquelética por los alrededores de Albera y la devolvió a su amo.
Como el dueño no le hacía mucho caso, sor Consuelo le dijo:
-Igual que esta perrita, debemos ser nosotros fieles a Dios, pase lo que pase.
El hombre remiso replicó:
-No soy muy creyente, hermana. Llévese a la perra si quiere.
Sor Consuelo llevó la perrita al veterinario, donde le curaron la pata herida. Luego se ocupó de darle de comer y cuidarla, así que el animal adquirió mucho mejor aspecto. Y a donde quiera que iba sor Consuelo, la perrita la seguía.