Una vez, en Albera ocurrió un crimen familiar, tremendo y múltiple. El horror.
Los familiares de la víctima, en especial la hermana, Cristina, no hallaban consuelo. Maldecían lo humano y lo divino. Decían que dónde está Dios.
Ni psicólogos ni asistentes sociales les surtían ningún efecto.
Una humilde monjita llamada sor Consuelo fue a verles. Primero la rechazaron también, después se agarraron a ella como a un clavo ardiendo.
Sor Consuelo les decía que debían aferrarse al Corazón de Jesús. Refugiarse en Él. Estar en contacto con Él, muy cerca y para siempre. Y que el paso del tiempo haría otra parte.
Cristina y otros familiares escucharon esa sanación.
Sus vidas nunca fueron ya muy buenas, pero tampoco del todo horribles.