Cuando sor Consuelo estaba de misionera en El Salvador, hubo una niña que la conmovió en especial. Se llamaba María Elena, tenía 8 años y había nacido con problemas de corazón, por lo que no viviría mucho tiempo.
María Elena vivía con las monjas, en la casa de acogida de San Jacinto, en San Salvador. Sus padres trabajaban en el campo y no se ocupaban de ella.
Era una niña muy buena, silenciosa. Sor Consuelo le preguntaba la lección y María Elena contestaba obediente, en voz bajita y tímida, con inocencia. Era una niña guapa, que miraba con sus grandes ojos muy abiertos.
Sor Consuelo pensaba: "Dios es más grande que todo".
"Cristo mismo en su pasión está en esta niña".
Aunque ésa fue una de las gotas que allí colmaron el vaso.