Sor Consuelo fue a visitar a los padres. Lo hacía aún con frecuencia. La recibían con mucha cordialidad, en el salón en penumbra. Sobre el mueble se entreveía la sempiterna foto de Marta, silenciosa pero obsesiva.
-Ya hace un año -dijo la monjita.
-Sí -repuso la madre.
El padre se mantenía sereno, con una serenidad patente, admirable, casi exagerada y artificial. Parecía el hombre más sereno del mundo.
La madre, aunque tranquila, traslucía más cosas con sus breves palabras.
-¿Por qué Dios lo consintió -dijo al cabo-, y nos mantiene así?
Sor Consuelo lo pensó unos instantes. No quería precipitarse en contestar.
-Jesucristo está en los crucificados -dijo-. Está en vosotros.