«los que habían comido los panes eran cinco mil hombres» "El Señor no es un llenador de necesidades, no se limita a dar lo necesario. Dios derrocha"
"Los doce discípulos estaban preocupados por aquella gente: pronto anochecería. Pronto se pondría el sol. ¿Dónde comerían? ¿Dónde pasarían la noche?"
"Jesús responde secamente: «Dadles vosotros de comer». Los discípulos no lo entienden, señal de una incomprensión más general de su mensaje"
"Se sientan todos, en grupos de ciento cincuenta. Jesús especifica: en la «hierba verde»
"Se sientan todos, en grupos de ciento cincuenta. Jesús especifica: en la «hierba verde»
Jesús, hablando a una gran multitud. Mira a la gente y la percibe desconcertada. Tiene en mente la imagen de las ovejas que no tienen pastor, y esta imagen se solapa con la escena que tiene ante sí. Se hace tarde. Sus discípulos se le acercan para susurrarle: «El lugar está desierto y ya es tarde; despídelos para que, recorriendo el campo y las aldeas de los alrededores, compren alimentos». Los doce discípulos estaban preocupados por aquella gente: pronto anochecería. Pronto se pondría el sol. ¿Dónde comerían? ¿Dónde pasarían la noche?
Jesús responde secamente: «Dadles vosotros de comer». Los discípulos no lo entienden, señal de una incomprensión más general de su mensaje. ¿Cómo hacer? ¿Qué hacer? La respuesta que le llega a Jesús es cortés, pero parece un intento de razonar con él: «¿Vamos a comprar doscientos denarios de pan y les damos de comer?».
Evidentemente, disponían de ese dinero. En lugar de enviarlos en pequeño número, los propios discípulos podrían comprar comida para todos, tal vez. Pero no es ésta la idea de Jesús, que responde a la pregunta de los discípulos con otra pregunta. Pregunta, razona con datos objetivos: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver».
Los discípulos preguntan. ¿Dónde? ¿Con quién? ¿A quién preguntan? No lo sabemos. Y, sin embargo, parecen calcular con precisión la cantidad de comida disponible: «Cinco y dos peces». Pan y pescado salado era la dieta ordinaria de los galileos, pero la respuesta suena ridícula. No añaden ni una sola palabra de comentario. No dicen nada para una multitud. Hacen los cálculos precisos, de forma casi irritada. Como diciendo: venga, ¿qué vamos a hacer? ¡Vamos a echarlos! No tenemos nada.
La suya era una manera de hacer «entrar en razón» a Jesús, induciéndole a desprenderse de aquella gente. Y entonces tal vez pensaron: ¿no se suponía que Jesús estaba solo con ellos, todo para ellos? Querían contarles el éxito de su misión, los resultados de sus hazañas. Ésa, en el fondo, es la cuestión: tenía que estar entre ellos. Jesús estaba reservado, reservado, para esa noche.
Jesús responde con una orden precisa: «que se sienten todos, por grupos, sobre la hierba verde». Los discípulos no comprenden ese detalle logístico. Su petición era: despídanlos ahora y que se apresuren a buscar comida y cobijo. Jesús pide que se sienten en grupos, donde estaban. Así lo hacen. Se sientan todos, en grupos de ciento cincuenta. Jesús especifica: en la «hierba verde». En la zona desértica al noreste de Betsaida, la hierba verde sólo está presente en primavera, época de la Pascua. Quizá no sea un detalle menor. Pero también es agradable imaginar a la gente sentada en el desierto, pero sobre la hierba verde y no sobre la arena estéril.
Jesús toma entonces los cinco panes y los dos peces, levanta los ojos al cielo, recita la bendición, parte los panes y se los da a sus discípulos para que los repartan; y reparte los dos peces entre todos. Las cuentas no cuadran. Sin embargo, «comieron todos hasta saciarse, y de los pedazos de pan se llevaron doce cestas llenas y lo que sobró de los peces», relata Marcos (6,35-44), que finalmente nos da el número de los presentes: «los que habían comido los panes eran cinco mil hombres».
Jesús no se limitó a servir la cena. Lo más importante no es el hecho de que Jesús diera de comer a aquellas personas reunidas en medio de la nada. Lo que importa es que la gente se sació y sobró comida para llevar. El Señor no es un llenador de necesidades, no se limita a dar lo necesario. Dios derrocha. Cuando alimenta, su medida es la abundancia, el desbordamiento, el ir más allá del límite de la imaginación y del deseo.
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