"Llegáis al extremo de rechazar el mandamiento de Dios para observar la tradición que habéis creado" "Lo que altera a Jesús es la hipocresía que aleja el corazón de los labios"
La gente entra corriendo llevando enfermos a hombros y en camillas para que Jesús los cure. La multitud se le echa encima. Marcos (7, 1-31), sin embargo, en cierto momento, observa que los fariseos y algunos escribas, que habían venido de Jerusalén, se reúnen en torno a él. La dinámica de la reunión no está clara, pero es como si la llegada de los escribas y fariseos hiciera desaparecer al pueblo de la escena. Sólo están ellos. Jesús estaba a punto de adentrarse en territorio pagano, hacia Tiro: no es un detalle menor.
Un interrogatorio está en marcha. Marcos elabora una escena dramática, hecha de intercambios de frases secas en discursos articulados. «¿Por qué tus discípulos no se comportan según la tradición de los antiguos, sino que toman alimentos con manos impuras?», le preguntan a Jesús los escribas y fariseos. Habían observado atentamente el comportamiento de los que le seguían. La estrategia es clara: atribuir al maestro el comportamiento incongruente del discípulo.
Los escribas y fariseos se habían dado cuenta de que los discípulos tomaban la comida sin lavarse antes las manos. Decidieron no interrogarlos sobre la doctrina, sino observarlos bien y con precisión en los gestos más ordinarios y comunes, como comer. Y observan que con ello rompen la observancia de una tradición de los antiguos. De hecho, los fariseos y todos los judíos no comen si no se han lavado bien las manos. Había muchas otras reglas: al volver del mercado, por ejemplo, no comían sin lavarse bien las manos. Luego tenían mucho cuidado al lavar vasos, platos, objetos de cobre, camas, etc. Se trata, por supuesto, de buenas normas de higiene. Pero aquí hay algo más, algo diferente: algo muy serio.
Los escribas y fariseos sopesan el hecho de que la Ley es estricta en cuanto a la distinción entre lo «puro» y lo «impuro». No observar las normas tradicionales, como lavarse las manos antes de comer, no es sólo una deficiencia higiénica, sino que significa ser legalmente 'impuro'. Esta distinción constituye una barrera infranqueable entre los judíos y el mundo pagano, que hace caso omiso de estas minúsculas normas externas que afectan a la vida ordinaria. Con el tiempo, se convertirían en un pesado obstáculo para la difusión del Evangelio entre los paganos, hacia los que Jesús se dirigía. Para adherirse a su mensaje, ¿habrían tenido que seguir también todas esas normas?
El interrogatorio tiene un fuerte impacto emocional en Jesús, que reacciona con fría cólera y un discurso elocuente citando las Escrituras: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de hombres. Descuidando el mandamiento de Dios, observan la tradición de los hombres».
Jesús ataca e invierte la situación. Ahora es él quien los acusa en el tribunal ideal que habían montado escribas y fariseos. Lo que le altera es la hipocresía que aleja el corazón de los labios. Y entonces, ¿qué son esas tradiciones? La elaboración de doctrinas fruto de elucubraciones humanas hechas pasar por mandamientos de Dios. Y vosotros sois verdaderamente hábiles en vuestra hipocresía, admite irónicamente. Llegáis al extremo de rechazar el mandamiento de Dios para observar la tradición que habéis creado.
¿Un ejemplo? El mandamiento de Dios es 'honra a tu padre y a tu madre'. ¿Y qué hacen ustedes? Habéis inventado la norma de que si un hijo declara que todas sus posesiones son una ofrenda sagrada a Dios, en virtud de este voto ya no puede utilizarlas para ayudar a sus padres y se quedan en su bolsillo. «Así anuláis la palabra de Dios», acusa Jesús. Y añade indignado: «De tales cosas hacéis muchas».
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