¡Ay mamá Maurita!
Guillermo Gazanini Espinoza / 10 de marzo.- El 23 de septiembre de 1977, Maura Degollado Guízar escribía a su hijo sacerdote: “Mi hijito tan querido, quisiera decirte muchas cositas que llevo en mi corazón, pero mi mano no me ayuda, sólo te digo que te quiero mucho, y que cuando estés solo o cansado y triste, abre tus ojitos y verás que estoy a tu lado con Jesús, yo así lo siento y así te busco y sentirás mucho consuelo”. Para los Legionarios de Cristo, Mamá Maurita ha sido un modelo de santidad, su causa de canonización está vigente, es sierva de Dios y, según su biografía fue “siempre una mujer de bien y se le recuerda porque supo hacerlo a todos. Era inagotable su caridad con el prójimo, en palabras y en obras. Puso su corazón en los pobres y enfermos, leprosos y moribundos. A todos cuidaba y socorría espiritual, moral y materialmente con limosnas y visitas, porque en todos veía a Cristo. Siempre hablaba bien y en su presencia estaba terminantemente prohibido murmurar”.
Para las mujeres del Regnum Christi, Maurita es un modelo de santidad, son invitadas a imitar sus virtudes. Y hay fieles en ese movimiento que se encomiendan a ella, seguros de su intercesión. Dicen que Mamá, al poner el nacimiento o Belén navideño, hacía representar a sus hijos por las ovejas que se acercaban al pesebre, según su conducta: “Durante el adviento cada uno de sus hijos era representado por un borreguito, que se acercaba o se alejaba del pesebre según se portara. En Navidad ella preparaba con gran cariño el nacimiento. Ella misma tejía la ropita con la que adornaría la imagen del Niño Dios, le cantaba, lo abrazaba, lo besaba… Entronizó la imagen del Sagrado Corazón en su casa y en su habitación. Nunca se apagó la lamparita de aceite ni hubo flores marchitas a los pies del Sagrado Corazón”.
Seguramente su hijo sacerdote estaría más cerca del niño Jesús, es lógico, era el consagrado, el Fundador, el encargado de extender el Reino por una Legión, el gran pedagogo, alguna vez así le llamaron por atraer a la juventud; un fundador que sería, eventualmente, llamado a la santidad después de morir por haber influido en la vida de la Iglesia gracias a la creación de una Congregación religiosa, ¿Por qué no? Tal vez Maurita, en su celo y orgullo de madre, en sus meditaciones y éxtasis místicos, ya veía a su hijito codeándose con los santos de la Iglesia, con Francisco e Ignacio, con Juan Bosco y Felipe de Jesús.
Sí, la bondadosa Maurita, el modelo de cada Legionario y consagrado en el Regnum Christi, era la otra madre, ¿además de María? quien había engendrado en su vientre a un hombre escogido. Y Maurita aconsejaba a los Legionarios y los visitaba en cada casa, acompañó a su hijo, no el simple sacerdote, sino el Director general, a “nuestro padre y fundador” para atender las necesidades de una congregación que subía como la espuma, todo estaba bien, todo hablaba de las bendiciones de Dios y de la presencia de su Espíritu. Eran buenos tiempos.
¡Ay mamá Maurita! ¿Sirvieron tus consejos hermosos y edificantes? Tu hijo sacerdote resultó más lobo que pastor, tu hijo a quien tanto querías y acercaste a Jesús engañó y defraudó.
¡Ay mamá Maurita! Qué bueno que ya descansas. Si vivieras, ¿dónde pondrías a la ovejita de tu hijo sacerdote? ¿La habrías alejado del pesebre de Jesús? ¿Estaría cerquita de la cueva del Diablo?