Francisco Orozco y Jiménez, defensor de la fe



Un hombre de Dios, fuerte en las pruebas. Mónica Livier Alcalá Gómez / El Semanario de Guadalajara25 de febrero.- Como un hombre que vivió prácticamente toda su vida envuelto en tribulaciones, así definió al Arzobispo Orozco y Jiménez el Padre Armando González Escoto, Cronista de la Ciudad y de la Arquidiócesis de Guadalajara, quien el 17 de febrero dictó una Conferencia para recordarle, en la cual señaló: “Vivió 36 años en el Siglo XIX y 36 años en el Siglo XX, y de todo este tiempo, sólo diez años disfrutó de relativa paz”.

Este Arzobispo, nacido en Zamora, Michoacán, el 19 de noviembre de 1864, en plena invasión francesa, en un México sometido a las pruebas de la guerra, apenas contaba con 12 años de edad cuando fue enviado a Roma, al Colegio Pío Latino, debido a que en nuestro país se recrudecía el acoso liberal contra la fe católica. Pero, ¿en qué tipo de Roma le tocó vivir al joven Francisco?, se preguntó el Padre González, y respondió que fue en una Roma donde el Papa Pío IX era prácticamente un prisionero en El Vaticano por quienes acababan de proclamar en Italia la República:

“Desde allí, pudo palpar la situación dramática de la Iglesia en persecución; parece ser que lo único que se quería era aniquilarla”.

Permanece en Roma hasta los 24 años, y es entonces cuando vuelve a su Diócesis, Zamora, ya ordenado sacerdote, doctorado en Filosofía y reconocido por su actuar dinámico y de una profunda espiritualidad; se le encomienda la atención al Seminario y a una Capellanía.

10 años de paz… y nuevamente
la tribulación

Con todo, sus pruebas apenas comenzaban, pues, a juicio del conferencista, el joven sacerdote Francisco era de un carácter irreductible, lo cual acaba acarreándole problemas en su propia Diócesis, de tal forma que le son retiradas sus encomiendas, tanto en el Seminario como en la Capellanía, quedando en suspenso hasta que se le fijan nuevas tareas… las cuales nunca se le asignaron, por lo que decide trasladarse al Arzobispado de México, en donde se hace cargo de cuidar del Arzobispo titular, ya muy anciano: “Ésta es su etapa de tranquilidad.

Da clases en el Seminario y en la Universidad Pontificia de México. Le va muy bien; descubren sus brillantes aptitudes y es nombrado Secretario del V Concilio Provincial Mexicano y del Concilio Plenario de América Latina, labor que realizó con gran acierto”.

Gracias a esto, pasó a ser designado Obispo de Chiapas; sin embargo, sin demeritar la dignidad episcopal, ese destino no era precisamente el más cómodo de México: “Parte del camino hacia su Sede, tenía que hacerlo a pie; su Diócesis estaba infestada de liberalismo anticlerical, y la masonería había calado hasta los estratos más humildes de la población.

Con todo, y sin amedrentarse, logró llevar a cabo una renovación total, por lo que muchos comenzaron a considerarlo una amenaza, sobre todo entre los cacicazgos imperantes en aquellos lugares.

“Lo primero que hace el nuevo Obispo es aprender la lengua indígena, con lo que logra establecer comunicación directa con los chamulas y se convierte, así, en su defensor, tanto que éstos le llegaron a nombrar como el Obispo Chamula”

En sus 10 años como Obispo en Chiapas, se erigió como una persona con una “temible” firmeza y una decisión sin igual para defender -no ya los privilegios, pues no existían- sino los derechos de la Iglesia.

En el momento idóneo,fue la persona idónea…

Y en la Sociedad idónea, según consideró, el Cronista, el nombramiento de Monseñor Francisco Orozco y Jiménez como Arzobispo de Guadalajara, cargo que asumió el 9 de febrero de 1913. Fue precisamente en esta Sede -que comparada con la chiapaneca parecería un premio, pero en realidad fue un Calvario-, donde el Obispo pasó el resto de sus días y donde alcanzó la cima de su Gólgota.

Justamente en ese día dio inicio en México la llamada “Decena Trágica” con el asesinato de Francisco I. Madero González, por lo que en el país se desató una anarquía que se prolongaría hasta 1935. Al poco de llegar el Arzobispo, el ejército del General Álvaro Obregón Salido confiscó los bienes de la Iglesia. Guadalajara no fue la excepción, y se apropió del Seminario y de la Casa Arzobispal.

Los Obispos de México protestaron, lo que les valió el destierro, el primero de cinco que habría de vivir el Arzobispo Francisco. Interminable sería narrar lo que significó su presidencia en esta Diócesis, concluyó diciendo el Padre Armando: “Sólo es sabido bien que la comunidad tapatía católica acabó amando a su Pastor de manera extraordinaria, porque él mismo fue un Arzobispo y un personaje extraordinario”.
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