De la expectación al desconcierto…. La carta que el cardenal Aguiar despreció…
Un revelador documento del presbiterio de la hoy diócesis de Xochimilco indicó la necesidad de una pastoral horizontal. El desmembramiento de la arquidiócesis merecía una conversión y la infraestructura necesarias. “Algo que nos está lastimando por la forma en la que se ha estado ejecutando”… dirían los presbíteros quienes no ocultaron su decepción por el gobierno del cardenal Aguiar Retes. Esta es la carta que el cardenal menospreció.
| Guillermo Gazanini Espinoza
Hace un año, la 106 asamblea de la Conferencia de la Episcopado Mexicano aprobó la solicitud del arzobispo Carlos Aguiar para el desmembramiento de la arquidiócesis de México. El 15 de noviembre de 2018, tras el “voto unánime” de los prelados, se daba vía libre para llevar hasta las instancias vaticanas la creación de la diócesis y reducir a la mínima y conveniente expresión, los límites de una acomodada arquidiócesis primada de México, justo modelo para las ambiciones y deseos de un arzobispo cada vez más solo y cuestionado.
El proceso fue expedito, las palancas se pusieron en los justos puntos de apoyo para apresurar el desmembramiento y la primera semana de noviembre de 2019, los deseos del cardenal Aguiar se consumaron con la creación de las iglesias de Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco. Diócesis que nacen en medio de esperanza y retos, entre el caminar propio con fuerza para conducir su futuro o bien bajo el riesgo de ser satélites de la influencia de Aguiar bajo una acomodada provincia eclesiástica que se deshizo de las antiguas sufragáneas, entre ellas, Cuernavaca.
Todo mundo cree que este logro de Aguiar Retes fue producto de la suma de esfuerzos, del consenso gracias al tan cacareado huevo de la sinodalidad. No pasa desapercibido que el arzobispo de México llegará, un año después de la aprobación del desmembramiento, como uno de los sinodales para exponer ante la 108 asamblea de la CEM sobre la controvertida reunión de la Amazonia justo como lo que es, candil de la calle y oscuridad de la casa, exhibirá lo que no puede lograr en casa: Convencer.
Lo que nos han hecho creer, es que este proceso pasó por las más amplias consultas en donde laicos y, sobre todo al presbiterio, expusieron sus razones, a favor y en contra, para el desmembramiento aguiarista. De hecho, tanto el nuncio apostólico como la comisión del episcopado encargado de la creación de las nuevas diócesis, deben guardar los expedientes con toda la documentación que se haya generado. En estos tiempos donde la transparencia es exigencia, no se puede opacar lo que beneficie o perjudique al pueblo de Dios. No en estos tiempos donde la Iglesia dice instalarse en los caminos de la sinodalidad.
A lo largo de este gobierno del arzobispo Aguiar, el cual cumplirá dos años en diciembre próximo desde su anuncio como sucesor del Norberto Rivera, se ha dado un doble discurso que no deja de ser preocupante. Prácticamente aislado, el cardenal arzobispo sólo escucha a quienes quiere y rechaza a los que pretenden un diálogo más cuestionante e incómodo a su Eminencia. En la práctica, como en los tiempos de los políticos que admiró, la de los afiliados al PRI, Aguiar mantiene la política de los “ni los veo, ni los oigo”, para llevar adelante sus ambiciosos proyectos que, poco a poco, van descubriendo sus intenciones en el poder eclesiástico.
En plena convulsión de la noticia del desmembramiento, el 19 de julio de 2018, de México, el arzobispo tuvo en sus manos una carta de seis fojas firmada, en Cristo Buen pastor, por los presbíteros y diáconos de la arquidiócesis de México en la VIII vicaría. Hoy se sabe que esa carta, prácticamente, tuvo el desdén del cardenal Aguiar y fue puesta en el bote de la basura. Aguiar Retes no toleraría tales insolencias a su magno proyecto y menos de un grupo reducido de presbíteros de un área marginal, de una zona difícil y complicada de la Ciudad, siempre periféricos, que no empatan con su proyecto de arquidiócesis empresarial como potencia económica para sus planes.
La carta hoy se reproduce en este medio. No sólo se trata de los cuestionamientos legítimos de un presbiterio por saber del futuro pastoral. Y aunque la historia ya tiene otros derroteros, el documento es vigente porque refleja el maltrato, los golpes de báculo, bajo la voracidad del mercenario. A eso se encuentra sometida ahora la reducida arquidiócesis de México. Mientras se da la pausada lectura y reflexión de estos folios, aparecerán las inquietudes de los presbiterios quienes deseaban alcanzar a un inaccesible arzobispo siempre blindado de secretarios particulares e intermediarios.
Las significativas argumentaciones cuestionaban desde la complejidad de la Ciudad y la renovación de sus estructuras pastorales sin dinamitar lo logrado hasta la llegada de Aguiar. No deja de llamar poderosamente la atención la intención de los solicitantes: “Queremos expresarle que nos ubicamos como parte de una historia en la que se ha ido configurando nuestra Iglesia particular. La realización de planes y proyectos de pastoral, así como su ejecución, son nuestra participación cotidiana en la tarea de la Iglesia…”
La lectura del documento sitúa al espectador en la historia de la arquidiócesis y cómo se consideró la ventaja de la creación de las vicarías. Apelando al cada vez más olvidado II Sínodo promovido por el cardenal Corripio, los presbíteros advierten que más que una configuración territorial, la extinta arquidiócesis obedecía a una “unidad pastoral” para la megalópolis. Una estructura operativa aglutinante en en conjunto de las potencialidades de la Iglesia desmantelada. El documento señala: “las vicarias territoriales… fueron creadas y se han desarrollado con el fin de mantener la unidad en la diversidad… el conjunto de las 8 vicarías constituye la primera unidad pastoral en el conjunto de la ciudad…”
La descentralización era la clave para el trabajo misionero. Hoy, contra lo que se apelaba, Aguiar ha revertido esta figura para centralizar todo hasta la economía bajo el control de un grupo. Contrario a lo que sufre la arquidiócesis de México, la idea de los vicarios episcopales tendía a la permanencia del servicio y de la autoridad como reflejo de la unidad pastoral: “verdaderos obispos de la grey que dirigen, constituyendo cada uno, son su presbiterio, una segunda unidad pastoral”.
No obstante, las rogativas concretas de los sacerdotes de la extinta VIII vicaría, exigían el diálogo que, sencillamente, fue despreciado. Así lo advertían, de no realizarse este caminar sinodal, sería una desastrosa “decisión cupular” de consecuencias que afectarían la vida de las personas.
Sin embargo, la cosa no era tan sencilla. De aceptarse el desmembramiento, debería darse con antelación la “preparación” para consumarla. Los presbíteros lo llaman “conversión pastoral de sus miembros”. La advertencia no deja lugar a dudas: “Si se pretende una desmembración sin un trabajo de conversión de mentalidad pastoral, en el mediano y largo plazo, esto no llevará a nada bueno; por el contrario, puede constituir un elemento de confrontación, sobre todo si pensamos que la Ciudad de México, que está en continua expansión, seguirá permaneciendo a pesar de su tamaño y de su crecimiento y muy independiente de nuestra organización pastoral.”
Otro problema era la carencia de infraestructura adecuada, especialmente en Xochimilco que sufre los daños del sismo de 2017. Sin rodeos, la carta expresa: “Esta parte de la arquidiócesis presenta serias dificultades económicas pues varios de sus templos están seriamente dañados, incluso cerrados, y si de por sí no contábamos con la infraestructura suficiente, en las circunstancias actuales menos estamos en condiciones de formar una Iglesia particular que subsista por sí misma”.
Pero estos señalamientos daban justo en el blanco. La unidad pastoral esgrimida no era consecuencia “de la buena voluntad y el interés particular de cada obispo diocesano”. La garantía era el gobierno pastoral horizontal que ahora es revertido por la verticalidad impresa por Aguiar y ejecutada por un núcleo selecto. En este punto, el planteamiento ya no tiene vuelta, el desmembramiento ¿Cómo garantizaría la conversión pastoral y la unidad? Para el presbiterio, el bien de los fieles debería ser la primacía, “no son números sino personas, se hace necesario escuchar la voz de los párrocos de esas zonas”. Desde luego, eso nunca sucedió.
Las conclusiones de la carta no dan lugar a más interpretaciones. Sin tapujos ni cortesías, pero siempre en el ámbito del respeto, los presbíteros apuntaron hacia el desconcierto y la desilusión característicos del gobierno de Aguiar. No ocultan la manera “empresarial” en la que se ha puesto a la arquidiócesis. Así lo expresan: “De la expectación e ilusión ante su arribo entre nosotros, hemos pasado a la sorpresa, al desconcierto y a la reflexión. Nos cuestionan las formas como usted está llevando lo que ha llamado “reingeniería pastoral”, lo cual, más bien, nos parece una ruptura con nuestra historia diocesana y por eso nos hemos preguntado sobre lo que hemos hecho. La visión empresarial de hoy nos demuestra que en la implementación de políticas de bienes y servicios, la disposición del ánimo de los trabajadores juega un papel fundamental para que el rendimiento sea óptimo. Si esto se dice y se hace en las empresas donde las personas son trabajadores remunerados que no tiene más vínculo que hacer aquello para los que les pagan, tanto más cuando los presbíteros no son empleados del obispo y han hecho una opción de fe por la que han ofrecido su vida”.
“A pesar de nosotros” afirman, el proceso de desmembramiento se ejecutó y sólo atinan a expresar lo que mejor refleja en su ánimo. “Algo que nos está lastimando por la forma en la que se ha estado ejecutando”, sin consultas, a pesar de que es una exigencia del derecho, y sin contribuir con los necesarios argumentos derivados de la sinodalidad. Aunque el nacimiento de la iglesia de Xochimilco representaría un bien, para ellos el bien mayor era el de la unidad arquidiocesana. En el fondo, el anhelo era el de ser escuchados y ser partícipes en la determinación de una decisión que veían como histórica.
Esa historia es irreversible. La diócesis de Xochimilco ha nacido. Un reducido clero asume el reto y ve con esperanza su futuro sin ignorar los problemas que ocupan el presente. Su primer obispo toma las riendas que Aguiar Retes rechazó. Y su confianza en Dios y saberse apoyado por un presbiterio y la fe de un gran pueblo, harán de esa Iglesia modelo de caridad de la cual es incapaz el cardenal Aguiar.
La alegoría puede ser válida. Su Eminencia sacudió pelusas de su traje talar. Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco eran las máculas que ensuciaban la sotana roja. Y, sin embargo, surgen las preguntas que son legítimas sobre todo porque al arzobispo de México se le entroniza como el campeón de la sinodalidad, del diálogo y del encuentro. ¿Quiénes en la estructura aguiarista sabían de este documento? ¿Qué dijo el nuncio sobre esta carta? Los obispos, ¿qué opinaron al respecto? El arzobispo ¿tuvo por lo menos, el mínimo de sinceridad para integrar a los supuestos expedientes estos reclamos, ahora ya parte de la historia arquidiocesana?
Este documento es testimonio patente de lo que significa este período del gobierno de Carlos Aguiar, un entramado de mentiras fincando la desmedida ambición de un arzobispo que ha conseguido lo que quiere: Su iglesia para soñar a modo… despreciando a sus colaboradores, todo bajo acontecimientos que revelan comportamientos del abuso pastoral oculto bajo la bondadosa máscara de la sinodalidad.
Aguiar Retes se encontrará con los obispos en la 108 asamblea ordinaria de la CEM este miércoles 13 de noviembre para exponer la narrativa a la cual nos tiene acostumbrados. Y hablará de la conversión ecológica y la necesidad de transformar las conciencias. Pura doblez e incongruencias… típicas de la megalomanía.
Enseguida, el texto completo de la carta de los presbíteros de la extinta VIII vicaría: