Pastoral misionera “en salida” pospandémica André Luiz: "La comunidad eclesial más espiritual y mística no se preocupa de ordenar los armarios de mitras, estolas, cestos de pedir dinero"
"La esencia de la fe cristiana se localiza en la experiencia misericordiosa de sanar las heridas"
"La comunidad necesita apegarse a lo esencial que Jesús dejó como ejemplo, el bajarse para lavar los pies, en lugar de la mundanalidad de las prácticas corrientes en el mercado religioso, como estar en el poder, cumplir tareas y planes o retrocesos"
"La dirección de la Iglesia 'tradicionalista' y de marketing es preocuparse por las cosas de la religión y la inercia que no la permite sanar, dialogar, ver y sentir compasión por el próximo"
"La dirección de la Iglesia 'tradicionalista' y de marketing es preocuparse por las cosas de la religión y la inercia que no la permite sanar, dialogar, ver y sentir compasión por el próximo"
| André Luiz Bordignon-Meira
El Papa Francisco ha propuesto que la Iglesia salga de sí misma, en dirección a las periferias reales y existenciales, y las situaciones desveladas por la pandemia lo demandan cada vez más. La motivación es proponer a la comunidad evangelizadora que camine inspirada y motivada por Jesús y su Evangelio, comprometida con la apertura y creación de procesos humanizadores para el Reino de Dios. La meta de la Iglesia “en salida” nos impulsa a primerear, como nos enseñó el Maestro, “involucrándonos, acompañando, dando frutos y celebrando” (EG 24) las formas evangélicas y humanas de servir y amar.
Las direcciones trazadas por la Iglesia “en salida” no implican ofrecer recetas y esquemas misionero-pastorales listos, para las generaciones futuras de comunidades evangelizadoras, y sí hacer posible generar procesos de acciones transformadoras en un cambio de tiempo a través del testimonio del Evangelio. La esencia de la fe cristiana se localiza en la experiencia neumática, encarnada y misericordiosa de “sanar las heridas, de construir puentes y estrechar lazos” (EG 67) en las relaciones humanas para recuperar la solidaridad, la justicia y la humanización del proyecto de la Trinidad encarnada en el Hijo.
Esta reflexión propone pensar cómo nuestras comunidades evangelizadoras pueden ser signos de esperanza concreta al encender, por el kerigma vivir abiertamente la novedad del Espíritu y leer los signos de los tiempos, con la prioridad de insertarse en una praxis totalmente evangélica, liberadora y transformadora. Entonces la comunidad necesita apegarse a lo esencial que Jesús dejó como ejemplo, el bajarse para lavar los pies, en lugar de la mundanalidad de las prácticas corrientes en el mercado religioso, como estar en el poder, de cumplir tareas y planes o retrocesos.
Salir a sanar las heridas
El esfuerzo de la Iglesia debe estar siempre en la dinámica samaritana que en los dos pasajes bíblicos de Lc 10, 25-37 y Jn 4,1-29 nos invitan a pensar en la cercanía con las personas humanas. Este cuidado tiene su gran motivación en la encarnación del Cristo que descendió y tomó un camino horizontal de relaciones de fraternidad y solidaridad, en lugar de la verticalidad que tenemos hoy con obispos, sacerdotes y laicos clericalizados. La imagen de la Iglesia samaritana a través del diálogo y la compasión misericordiosa, permite renovar y reavivar la esperanza divina que se encarnó. Los segmentos eclesiales que se apegan a devociones con posturas reaccionarias y refractarias no están dispuestos a salir a sanar las diversas heridas abiertas como la violencia moral, social y de relaciones que impiden la vida de su plenitud (EG 69). La dirección de la Iglesia "tradicionalista" y de marketing es preocuparse por las cosas de la religión y la inercia que no la permite sanar, dialogar, ver y sentir compasión por el próximo.
La tarea de cuidar de las cosas de la religión impide desde el alto clero mitrado hasta los fieles mirar las heridas del corazón, el hambre, la miseria, el desprecio, el dolor, la violencia sexual y moral de niños y mujeres. La tarea principal de la Iglesia, que ha salido de sí misma para encontrar las fronteras humanas, es sanar las heridas con más comunión, sinodalidad, misericordia, esperanza y cuidado, para transformar las relaciones humanas de pasividad a la acción humanizadora. Los esbirros de la Iglesia creen que el clericalismo, las ambiciones, el poder moralizador y el mantenimiento de la doctrina son la única forma de existir de la Iglesia.
"Los esbirros de la Iglesia creen que el clericalismo, las ambiciones, el poder moralizador y el mantenimiento de la doctrina son la única forma de existir de la Iglesia"
La Iglesia en este cambio de época pandémica, acelerada por los efectos dañosos de una globalización de la indiferencia (LS 101), pero movida por una espiritualidad trinitaria crea un proceso que rompe con la enfermedad eclesial y social, y parafraseado Dom Joaquin Mol, obispo auxiliar de Belo Horizonte, “con más carisma evangélico, más misericordia, más diálogo, más comunión, más amor, más tolerante, más humano, más cuidadoso y más abierto al soplo del Espíritu Santo”. Él es más pneumatológico y espiritual porque está más encarnado e inclinado a usar el ánfora del lava pies que cura las relaciones heridas por las enfermedades del virus del pecado.
Mientras que la Iglesia mitrada-eclesial-esbirra, preocupada con su autoconservación organizativa y de rancia, resiste al profetismo, al diálogo con creyentes y no creyentes, acaba enfermándose en sí misma. La comunidad eclesial más espiritual y mística no se preocupa de ordenar los armarios de mitras, casullas, estolas, libros, cestos de pedir dinero, sino con el kerigma que enciende la esperanza de los discípulos y discípulas atentos a la escucha de la Palabra y preocupados con el amor cristiano.
Salir a construir puentes
La fe cristiana tiene vocación de construir puentes, especialmente en esta época de cambios, que anhela los diálogos transformadores. El paradigma tecnocrático, junto con la globalización de la indiferencia (LS 101) cuestiona cómo el ser humano puede dialogar para superar las enfermedades, la violencia y las amenazas que este ritmo deshumanizador genera.
La Iglesia “en salida” va al encuentro de estos deseos humanos creando, a través del diálogo entre religiones, culturas, no creyentes, jefes de estado, movimientos sociales, la oportunidad de establecer puentes para buscar el bien común. La iniciativa de promover la construcción de puentes entre creyentes y no creyentes es la posibilidad de que la humanidad experimente, a través de la cultura del encuentro, una humanidad fraterna y solidaria.
La Iglesia necesita abandonar su autorreferencialidad y sus enfrentamientos estériles para hacer fructificar a través del diálogo el futuro de la humanidad en sus diferencias de pluralidad política, cultural y social. Se trata de construir puentes que permitan ir al encuentro de la personas capaces de proteger la vida humana y la naturaleza con sus cuestiones de fronteras migratorias, pobreza, disposición, ambientales, sociales, climáticas, culturales, éticas y espirituales. La pandemia del coronavirus expresa una única crisis que hay que superar: la falta de diálogo fraterno y solidario en la humanidad.
Salir a construir puentes es tener la parresia de posibilitar el desarrollo humano al despertar que permanecemos impávidos e inmóviles ante un mundo enfermo. La construcción de puentes es asumir con tolerabilidad y paciencia apostólica un diálogo que lleve a un tiempo de discernimiento para estar del lado de quienes más sufren estos efectos: los pobres y los descartados. La vida y la naturaleza necesitan que todos se unan para proteger a las generaciones futuras de los efectos dañinos de descartar elecciones intolerantes. Será favorecer una mirada solidaria que permita encontrar respuestas creativas ante el sufrimiento con dinámicas capaces de incluir, cuidar y aliviar el sufrimiento humano, especialmente de los más pobres.
Salir para estrechar lazos
La Iglesia que sale a estrechar lazos es aquella que nutre la experiencia de Dios como comunidad y busca vivir la novedad privilegiada del Espíritu Santo. Las pequeñas comunidades reunidas en torno al Evangelio señalan claramente en su oración y acción la necesidad de reconciliar las realidades heridas por la violencia deformante. Las comunidades de fe dispersas dan testimonio de su unidad como Trinidad unida por el vínculo del amor y la fraternidad como praxis en las periferias reales y existenciales. El soplo del Espíritu Santo lleva con la radicalidad de la misericordia, la comunidad al encuentro de las víctimas de la indiferencia, pobreza, los incrédulos, los descartados, los heridos existencialmente.
La Iglesia misericordiosa tiene características femeninas de amor arraigado que hace posible ver, sentir compasión y cuidado (Lc 10, 25-37). Se trata de escuchar e involucrarse en temas que hieren y lesionan la dignidad humana, más que una práctica sentimental. Es una misericordia que busca fortalecer los lazos que el adoctrinamiento agresivo hace que las personas se retiren con el corazón del Evangelio: la misericordia de Dios para la humanidad. La misericordia nos permite pasar de cuestiones eclesiásticas a cuestiones humanas y desfiguradas como las causas de la pobreza y el descarte.
La misericordia permite hacer arder el corazón eclesial con la práctica generosa de cuidar y escuchar el próximo. Esta práctica refuerza los lazos que rompen con los prejuicios y las etiquetas que impiden que las personas sientan cerca a la Iglesia y el amor de Dios. Reavivar las brasas de la Iglesia, para que arda y sea signo vivo en el mundo, demanda retirar las cenizas que intentan apagarla. La comunidad se convierte en misionera “en salida” al insertarse en los asuntos humanos y recuperar el proyecto del Reino anunciado por Jesús.
Consideraciones
El fundamento de la fe es irradiar y proclamar, a través del testimonio, la práctica del amor misericordioso que necesita primerear la cercanía evangélica. El testimonio vivencial del Papa Francisco motiva a soplar las brasas de la Iglesia para que quemen y rescatan la frescura original en una Iglesia envejecida por el arribismo eclesiástico. Escuchar al Espíritu Santo y leer los signos de los tiempos, requiere una conversión personal y pastoral de todo bautizado, sea clérigo o laico.
La Iglesia en este camino pospandémico podrá cambiar las direcciones viejas que la cierran en sí misma por sus ritualismos, burocracias, fundamentalismos doctrinales que alejan las personas necesitadas de misericordia de recibir este bálsamo que cura las heridas. La preocupación de ir al encuentro de curar enfermedades, construir puentes y estrechar lazos debe superar la pastoral del mantenimiento clerical que se convierte en una aduana de fe con peajes sacramentales.
Por eso, una pastoral decididamente misionera se logra en pequeñas comunidades que tienen como único objetivo acercar misericordiosamente a las personas al corazón amoroso de la Trinidad. El icono de la Trinidad que se rebaja en la misión del Padre de reunir un Pueblo, encarnarse en medio de él y continuar en la historia por el soplo con el Espíritu Santo proponiendo una comunidad evangelizadora “en salida” se encuentra con el mundo con sus anhelos y necesidades en este tiempo de cambio.