El miedo de los gobernantes al pueblo
Cuando el gobernante gobierna de manera que “legalmente” utiliza así el poder, más pronto o más tarde llega el día en que al gobernante le entra miedo. Si hasta los dictadores han acabado muertos de miedo, ¿no van a tener miedo los que mandan desde una mayoría absoluta que tiene sus días contados?
No me cansaré de repetir que el Evangelio, antes que un “libro de religión”, es un “proyecto para la vida”. Bueno, pues en ese proyecto se nos dice que los gobernantes del tiempo de Jesús “tenían miedo” (Mc 11, 18. 32; 12, 12; Mt 14, 5; 21, 26. 46; Lc 20, 19; 22, 2). Para decir esto, los evangelios usan siempre un verbo que viene del sustantivo griego fóbos, que expresa angustia, pánico, temor.
Lo más importante aquí es señalar que quienes estaban muertos de miedo no eran ni los pobres, ni los súbditos, ni los simples ciudadanos. El miedo lo tenían dentro del cuerpo los gobernantes del Sanedrín (Sumos Sacerdotes, Senadores y Doctores de la ley). A estos señores tan importantes no les llegaba la camisa al cuerpo, si es cierto lo que cuentan los evangelios. ¿Por qué este miedo? Muy sencillo. Porque el pueblo estaba de parte de Jesús. Y aquellos gobernantes sabían que, si mataban a Jesús, lo más seguro es que se produciría un levantamiento popular. Cosa que el Sanedrín no quería de ninguna manera. Porque, en caso de levantamientos populares, Roma no se andaba con tonterías. La represión sería inevitable y casi siempre brutal (cf. Jn 11, 47-53).
¿Es que Jesús era un agitador social que levantaba al pueblo contra la dominación romana? No parece que la cosa fuera por ahí. Al menos, no tenemos argumentos seguros que demuestren tal cosa. Entonces, ¿por qué el miedo de los gobernantes judíos a cualquier agitación social, ya fuera de origen político o por motivos religiosos?
Hay un hecho que se da por seguro: “en el mundo romano del siglo primero, a nadie se le ocurría pensar que la religión y la política estuvieran separadas” (Warren Carter). El problema se planteó desde el momento en que Jesús las separó. No sólo por aquello de “dad al César lo es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21 par). Sino, sobre todo, por algo mucho más radical. Jesús desplazó el centro de la religión. Para los romanos y (en la práctica) para los dirigentes judíos, el centro de la religión estaba en el ritual y en lo sagrado. Para Jesús, el centro de la religión está en la ética y en lo profano. Para el buen romano y el buen fariseo, lo decisivo es cumplir con los rituales. Para Jesús, lo decisivo es la bondad, la honradez, la rectitud, remediar el sufrimiento, contagiar felicidad.... Por eso, en la religión romana y judía, lo decisivo era el orden. Para Jesús, sin embargo, lo decisivo es el inevitable desorden que supone el cambio radical: los primeros son los últimos, y los últimos los primeros.
Es notable que, ahora mismo en España, se privilegie la religión de los ritos, los templos, los obispos y los clérigos, al tiempo que se imponen leyes laborales, fiscales, educativas, sanitarias... que hunden a los pobres, a los inmigrantes y las clases bajas en un presente de miseria y en un futuro de inseguridad que dan miedo. Uno tiene la impresión de que en este país funciona mejor la religión de los romanos que el Evangelio de Jesús. De ahí que la gente, que grita por nuestras calles y plazas diciendo que ya está harta y no aguanta, les da miedo a nuestros gobernantes. Como a los gobernantes judíos y romanos les daba miedo el sufrido pueblo que daba señales de no soportar más el pesado yugo (Mt 11, 28-30) del que vino a liberarlos Jesús. Los que hoy tienen el poder del yugo (aunque sea sin flechas) tienen motivos para temer.