La reforma de la liturgia
¿Qué explicación puede tener esta pretensión de inmovilismo y conservadurismo del cardenal Sarah? ¿Por qué hay todavía gente que echa de menos la misa en latín o las ceremonias litúrgicas a la antigua usanza? El problema, que plantean estas preguntas, es más serio de lo que algunos se imaginan. El “hecho religioso” es tan antiguo como el ser humano. O sea, la religión nació hace unos cien mil años.
Pero la religión nació de tal manera que lo primero, lo más original, en el hecho religioso, no fue Dios, sino los ritos. Concretamente, los ritos de sacrificio. Se mataba un animal, según un ceremonial predeterminado, y eso aglutinaba al grupo (de cazadores trashumantes) y, según parece, producía un efecto tranquilizante y pacificador de los naturales sentimientos de culpa, que brotan en todo ser humano. Seguramente el trasfondo de estas conductas se comprende a partir de lo que es el sacrificio en sí. En efecto, la práctica sacrificial expresa simbólicamente que toda vida se mantiene y perdura a costa matar otras vidas (H. Seiwert, G. Theissen). Esto es duro. Pero es así. Y vale también para los vegetarianos (los vegetales son vidas). Sí, podemos seguir viviendo porque matamos otras vidas.
Esto supuesto, lo que se puede asegurar (como hecho sobradamente demostrado), es que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. van der Leeuw, K. Lorenz, W. Burkert). ¿Cuándo empezaron los humanos a pensar en Dios? No es posible precisarlo. Se sabe con seguridad que la idea de Dios está indisociablemente unida a la práctica del sacrificio. En todo caso, en las prácticas religiosas, que conocemos hasta el Neolítico (unos 11.000 años a. C.), al menos en Europa, no hay rastro de creencias o relación alguna con Dios. O sea, el ser humano practicó rituales religiosos relacionados con la caza, con la muerte, con el paso a otra posible forma de vida. Y ésa fue su religión durante unos 90.000 años.
Se comprende por eso que, por ejemplo, la profesora Ina Wunn (Universidad de Hannover) haya escrito una historia, de más de 500 páginas, sobre “Las religiones en la Prehistoria”, un gran volumen donde ni se menciona a Dios. Sin duda alguna, el ser humano tiene integrada, en su larga existencia de 100.000 años, la práctica fija y firme de los rituales sagrados. Una experiencia que los humanos tenemos más integrada en nosotros que la idea de Dios o nuestra relación con él.
Esto es lo que explica que haya tanta gente que es más fiel a la exacta observancia de los ritos sagrados, que a su correcta relación con Dios. Y es que los ritos son acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, llegan a constituir un fin en sí mismos. De donde resulta que, en el ámbito de la conducta, ocurre con frecuencia que el “rito” se sobrepone al “ethos” (G. Theissen). Y, entonces, nos encontramos con el hecho, tan frecuente entre los cristianos, de quienes son fieles observantes de normas y ceremonias sagradas, pero al mismo tiempo dejan mucho que desear en su conducta. O son sencillamente gente sin vergüenza.
Pues bien, habida cuenta de lo que acabo de explicar, se comprende que, ya en el Antiguo Testamento, el enfrentamiento de los Profetas con los Sacerdotes fue frecuente y hasta mortal. Pero, sobre todo, esto es lo que explica la originalidad de la vida, la conducta y las enseñanzas de Jesús. La relación de Jesús con los observantes (sacerdotes, levitas, fariseos, maestros de la Ley) fue un constante enfrentamiento. Como fue un conflicto su relación con el Templo. Jesús no instituyó ningún ritual. Ni la cena de despedida fue un ritual, cosa que dejó patente el IV evangelio. Ni la muerte de Jesús fue un sacrificio sagrado. Aquella muerte no podía ser un “sacrificio ritual”. Fue un “sacrificio existencial”, como quedó patente en la carta a los Hebreos (7, 27; 9, 9-14) (A. Vanhoye). De ahí, la exhortación final: “No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que esos sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16).
El integrismo litúrgico del cardenal Sarah es un asunto grave, muy grave. Es un asunto que toca el corazón mismo del Evangelio. El que tranquiliza su conciencia porque va a misa, reza por la mañana y por la noche o cosas por el estilo, si no es honrado, transparente y practica la justicia, por encima de todo, es un farsante que, más que engañar a la sociedad y a la Iglesia, es un indeseable que se engaña a sí mismo. Mientras la Iglesia no resuelva esta gran mentira, no va a ninguna parte. ¿Se comprende por qué hay tantos cristianos que no soportan al Papa Francisco?