Dicen por ahí.... Tiempo de paradojas
Aquí sube todo menos la sensatez...
Dicen por ahí que los tiempos que vivimos no son propicios para la fe. Que los hombres y mujeres han alcanzado ya una adultez envidiable y no necesitan de consuelos celestiales para vivir felices y realizarse como personas. Que lo religioso forma parte de las supersticiones de la antigüedad de las que, poco a poco, nos vamos a ir liberando. Que preferimos el olor del gasoil al del incienso. Dicen por ahí…
Pero lo cierto es que lejos de Dios y de la apuesta por la transcendencia todo aparece revestido de una profunda superficialidad y terminamos por pensar que todo da igual. Nos amenaza la vulgaridad con mucha facilidad. La gran preocupación hoy entre los padres y educadores es la falta de valores para construir una sociedad madura y libre. Nos hemos alejado de Dios ¿y a dónde no hemos acercado? Y ahí es cuando la creencia y la fe contrastadas aportan nutrientes muy interesantes para la vida en sociedad y para el equilibrio de las personas. Una sociedad lejos de Dios languidece antes de que pueda darse cuenta. ¿A dónde iremos?
Los tiempos que vivimos están marcados por la paradoja. Seguimos apostando por el matrimonio y, sin embargo, cada día se bautizan menos niños; no sólo porque hay menos nacimientos en virtud de una mentalidad hedonista que quiere imponerse sino también porque nos hemos desenganchado de una hermosa tradición donde dábamos a nuestros niños todo lo que era más valioso para nosotros. Y la fe era un valor socialmente asumido de la que nos convertíamos en trasmisores. Ahora los valores son otros.
Todo esto ya empieza a ponerse en duda y aunque lo digan las reflexiones sinodales no parece que nos preocupe demasiado.
Vivimos un tiempo de búsqueda de lo esencial y en la iglesia aún nos perdemos en lo superficial y nos quedamos en la cáscara, puntillas, latines, jaculatorias, normas y leyes… Lo primero que hacen los nuevos cardenales es encargar su vestido principesco aunque sea excesivamente caro como algunos han denunciado.
Nos falta un paso adelante para descubrir que estamos descuidando los derechos de la mujer para que sea igual al varón, los gais iguales a los héteros, los casados iguales a los divorciados y los sacerdotes, según la misma iglesia nos ha enseñado, que lo son para toda la vida (Aunque se enamoren y se casen) Mejor es casarse que abrasarse, dijo alguien con mucha autoridad.
Vivimos un tiempo de protección y sostenibilidad de la vida y se aprueban leyes para que aborten las niñas sin que lo sepan sus padres y una ley de eutanasia para facilitar no tanto los cuidados paliativos cuanto las muerte. ¡Menudo progreso!
Vivimos tiempos de progreso vendido a los cuatro vientos -¡Ay de quien no sea progresista! Y defendemos que la mujer con su cuerpo puede hacer lo que quiera para luego quejarnos de la prostitución como algo pernicioso, cuando, precisamente, es en la prostitución cuando la mujer hace con su cuerpo lo que quiere.
Vivimos en el tiempo del culmen de la técnica y un loco narcisista, como Putin, tiene a medio mundo contra las cuerdas, sin capacidad para poder reaccionar, mientras él destruye ciudades y mata sin piedad civiles y niños. Hemos alcanzado cotas de seguridad y progreso inimaginables. Mientras tanto acude a la celebración ortodoxa de la Epifanía con cara de devoción y sin despeimarse. Paradojas...
Considero que hay que seguir promocionando los valores del Evangelio porque son profundamente humanizadores para nosotros y nos devuelven la felicidad que andamos buscando sin saber muy bien por dónde.
Sólo la lógica del evangelio, siempre paradógica, nos devuelve a la cordura que estamos perdiendo entre inesperadas pandemias, crisis estructurales y la dichosa subida del IPC que nos tiene a todos contra las cuerdas.
Aquí sube todo menos la sensatez.
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