Los dones del Espíritu Pascual Siete deseos para una Pascua resucitada

Agradecidos al Papa Francisco por la misión realizada. 

Conozco a una amiga de Canarias que ha dejado de ver los noticiarios porque la dejan deprimida y escasa de esperanza. Y lo comprendo, cada boletín de noticias está abarrotado de tanta tristeza, sangre, bombardeos, violencia indiscriminada, corrupciones, amenazas… tenemos una necesidad imperiosa de Pascua que descosa esta tela humana de estameña y nos conduzca a una buena noticia deseada. En la sociedad y en la Iglesia porque ésta no es otra cosa que un reflejo de la sociedad en la que vive. Hemos tenido el corazón metido en un puño mientras estaba el Papa afectado por una neumonía en la clínica Agostino Gemelli porque ya se oían a su alrededor movimientos sospechosos de cardenales moviendo las sillas, unos más que otros, y nos temíamos, yo me temía, que pudiera colocarse en ventaja algún Sarah de turno que echara abajo la inmensa labor de renovación que Francisco ha llevado a cabo en sus trece años de servicio pontificio a la chita callando. El Papa ha estado muy limitado físicamente pero con la mente muy despejada de la fidelidad y servicio a la Iglesia peregrina en tiempo de esperanza jubilar. Lo pude comprobar personalmente hace unas semanas en mi encuentro personal con él. Un cuerpo débil en una mente ágil y prodigiosa. Estamos más necesitados de Pascua que nunca. Y se me antoja que el Espíritu de Jesús resucitado nos podía regalar otros siete dones, que no parece pedir mucho cuando regala tantos y a tantos. ¿No creéis? La marcha del Papa Francisco nos ha conmocionado a todos y nos ha convocado a la esperanza ahora más que nunca. 

Podíamos comenzar pidiendo el don de la paz, no solo de la paz de aranceles sino, sobre todo, de la paz humana que tanto necesitamos en este infierno cruzado de misiles y drones que siegan tantas vidas humanas. Entre Putin y Trump nos están amargando bien la pascua. Cuando veo a Putin poner velas en las iglesias ortodoxas, tan devoto él, os juro que se me hiela la sangre.

Otro don que el Espíritu pascual podía regalarnos es una iglesia sinodal. ¿Ah pero no es ya sinodal? De momento solo en lo que a algunos les interesa, en los documentos, porque hay temas que no quieren abordarse porque aún nos dan miedo y nos producen traumas aunque el pueblo de Dios pide que se aborden y no se les escucha porque “son temas cerrados” ¿Ah pero no estaban abiertos todos los temas en la sonodalidad? ¿El Espíritu Santo no es abierto? Yo juraría que sí.

Que no se nos pase el don de la tolerancia porque este mundo nuestro, o, mejor de Dios, está cambiando con una fuerza inusitada y nos coge con el hocico torcido. Hay una diversidad que aún no hemos hecho nuestra porque en el fondo no somos tan diversos de mente como quisiéramos. Jesús era diverso y tolerante hasta extremos que escandalizaban a los bien pensantes de su pueblo. Nos queda mucho que aprender de él.

Si al Espíritu santo no le parece mal nos podía regalar también el don de la profecía. Esa radicalidad que llevó a los primeros cristianos a una coherencia tan grande que se convirtieron en denuncia incómoda y permanente hasta el derramamiento de su sangre, con un estilo de vida desde la sencillez que impresionaba: “Mirad cómo se aman”. Algo, ayer y hoy, revolucionario.

Podemos pedirle también una mirada alta – que no prepotente- y dirigida hacia adelante, allí hacia donde el mundo evoluciona. Las miradas nostálgicas y formalistas nos convierten en líquenes sobre las rocas del presente, escasas de vida y de esperanza. De éstas hay muchas y algunas con cierto éxito pero no dejan de ser pan para hoy y hambre para mañana. El inmovilismo será siempre eso, inmovilismo. Y el Evangelio de inmovilista tiene muy poco

Que no se nos olvide el don del servicio desinteresado que acabe con los clericalismos enraizados y eternos. Que él vino para servir y no para ser servido. Y esto nos cuesta mucho entenderlo desde nuestra autoridad y nuestras prestigiosas cátedras.

El último don que pedimos, que tenemos derecho a pedir siete, es el don del discipulado. Que lo damos por supuesto y no lo es tanto. No conseguimos quitarnos la casulla de doctores ni la capa pluvial de maestros y si algo merece la pena ser ante él, es discípulos dispuestos a aprender, a comer y a beber en su mesa y a repartir incluso fuera de los horarios oficiales.

Estos siete dones te pedimos, Espíritu Santo Pascual, dador de todo bien y fuego pascual inextinguible: Paz, espíritu sinodal, tolerancia, profecía, mirada alta, servicio y discipulado.

Si, además, nos concede un nuevo Papa cercano y sinodal, abierto a los desafíos del mundo y dispuesto a escuchar a las minorías marginadas, que haga una síntexis entre los tres últimos papas, sería el lote completo.

Estos dones pascuales se resumen en dos, diría san Agustín, “Ama y haz lo que quieras” y deja que los otros lo hagan también.

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