Me presento ante Ti, Señor, con humildad y fragilidad,
hincando las rodillas en la arena
de este desierto en el que me encuentro.
Estoy en tu sagrada presencia,
herida de burlas y atropellos,
enferma de fe,
cansada de fracasos,
de proyectos que mi soberbia pensó lograr sin Ti.
Padre, desarraiga mi miseria,
sácame de la jaula del abandono,
permíteme ver la luz de tu Espíritu
para retomar mi camino
en gloria tuya
y de mis hermanas y hermanos.
No deseo poder,
ni el control sobre la otra, el otro,
mucho menos la alabanza de mi imagen.
Soy solo lo que tu gracia ha hecho de mí,
una pequeña en medio de la pesadilla,
la misma que te despierta
en la altura de la negra noche
para ser acogida en tu regazo.
Ven a mí con la tiza ardiente,
enciende mi corazón hasta el incendio,
purifícalo,
hazlo digno de tu Nombre.
Solo entonces,
y hasta entonces,
permíteme ir al encuentro del abrazo amoroso
que se reparte en cada mirada que me busca,
en cada mano que sale a mi encuentro.
Jesús, amor mío,
que mi alma nunca deje de buscarte,
que este deseo de Ti permanezca siempre.
Acompáñame con más fuerza
cuando llegue el momento de salir del desierto.
Sostén mi fe débil,
dirige la barca de mi vida,
y no dejaremos que el abismo nos devore.
Llevo días, meses, años,
echando mis redes en un mar estéril,
pero esta noche lo haré una vez más,
porque Tú me lo has pedido.