Agradecimiento a Pajares y García Viejo. Su voto de hospitalidad, una realidad viva
Las palabras abstractas se hacen comprensibles cuando se hacen reales en la vida de una persona. El voto de hospitalidad que formulan todos los miembros de la Orden de San Juan de Dios se ha convertido en una realidad cercana y comprensible en la vida y en la muerte de Miguel Pajares y de Manuel García Viejo.
Toda la prensa -escrita, hablada y visual- ha informado hasta la saciedad de la traída a España de estos dos miembros de la Orden de San Juan de Dios, fijándose muchas veces en aspectos menos importantes o incluso malamente intencionados -la discusión sobre si debían venir a España y si habría que cobrarle a su Orden religiosa los gastos de su desplazamiento-, sin resaltar los aspectos más ejemplares de estas vidas y estas muertes.
Manuel García Viejo y Miguel Pajares eran dos nombres totalmente desconocidos hasta que el ébola prendió en ellos y se decidió traerlos a España. (Personalmente, a Miguel Pajares lo había conocido hace un par de años, en una tanda de Ejercicios para los Hermanos de San Juan de Dios en Los Molinos, en la Sierra de Madrid, de forma casi ignominada junto a una treintena de compañeros de su Orden, aunque a él lo recuerdo bien por sus vistosas camisas de colores vivos africanos.) Ahora se han convertido ambos en famosos, por sus espectaculares traslados a España y por la impotencia de la medicina ante el ébola implacable. La noticia de sus muertes ha entristecido a mucha gente.
Lo que me ha sorprendido de estos dos religiosos es que su muerte ha sido un verdadero martirio. La Orden de San Juan de Dios, a los votos de pobreza-castidad-obediencia de todos los religiosos añaden un cuarto voto de hospitalidad, de estar al servicio de los enfermos que padecen enfermedades. Por ser coherentes con su votos, y en especial por el de hospitalidad, estos dos religiosos han vivido en África al servicio de los enfermos en sus hospitales y, al llegar el lobo feroz del ébola, han caído en sus fauces y han sido y han sido víctimas de esta enfermedad incurable. Como el que entrega su sangre ante el tirano que le martiriza, estos dos religiosos han entregado sus vidas ante el ataque implacable de este cruel enfermedad. Son auténticos mártires, que con la entrega de sus vidas han dado testimonio de la verdad que encerraba su voto de vivir al servicio de los enfermos.
Recordaba un libro de Gabino Urribari sj, Portar las marcas de Jesús (estos días pasados, este profesor de la Universidad de Comillas ha sido nombrado miembro de la Comisión Teológica Internacional), que ponía en el martirio la esencia de la vida religiosa: "La significación del martirio en la Iglesia antigua nos puede suministrar el suelo más firme para garantizar tanto una identidad teológica consistente, como una espiritualidad vigorosa de la vida consagrada (...) Se da un nexo íntimo entre el martirio, su teología y su espiritualidad, y la vida consagrada", he releído ahora en la Introducción de aquel libro. La entrega de su vida del mártir es el testimonio más elocuente de lo que es y pretende el religioso al hacer sus votos.
Cuando Ignacio Ellacuría y sus compañeros fueron asesinados una noche de Diciembre en El Salvador, por estar muy cercanos a las causas de los más pobres de su país, hicieron comprensible con su martirio el intento jesuítico de buscar la promoción de la fe en el servicio a la justicia. Ahora estos dos ejemplares miembros de la Orden de San Juan de Dios, con su muerte martirial, han dado testimonio de lo que perseguían sus prolongadas vidas en África y del sentido que para todo el que lo quiere observar tiene su voto de hospitalidad: estar voluntariamente al servicio de los enfermos, hasta el punto de morir por el contagio de su enfermedad del ébola que el contacto con ellos les ha producido. Su muerte ha ha hecho patente lo que antes nos resultaba distante y desconocido, lo que no nosimpresonaba.
La muerte de Miguel Pajares y de Manuel Ruiz Viejo ha hecho comprensible para todos el significado abstracto de sus votos religiosos, la pobreza-castidad-obediencia como vehículos de su entrega personal y la hospitalidad como sentido y finalidad de lo que su vida de entrega persigue. Estos dos cercanos testimonios merecen el agradecimiento de cuantos lo hemos recibido.
Toda la prensa -escrita, hablada y visual- ha informado hasta la saciedad de la traída a España de estos dos miembros de la Orden de San Juan de Dios, fijándose muchas veces en aspectos menos importantes o incluso malamente intencionados -la discusión sobre si debían venir a España y si habría que cobrarle a su Orden religiosa los gastos de su desplazamiento-, sin resaltar los aspectos más ejemplares de estas vidas y estas muertes.
Manuel García Viejo y Miguel Pajares eran dos nombres totalmente desconocidos hasta que el ébola prendió en ellos y se decidió traerlos a España. (Personalmente, a Miguel Pajares lo había conocido hace un par de años, en una tanda de Ejercicios para los Hermanos de San Juan de Dios en Los Molinos, en la Sierra de Madrid, de forma casi ignominada junto a una treintena de compañeros de su Orden, aunque a él lo recuerdo bien por sus vistosas camisas de colores vivos africanos.) Ahora se han convertido ambos en famosos, por sus espectaculares traslados a España y por la impotencia de la medicina ante el ébola implacable. La noticia de sus muertes ha entristecido a mucha gente.
Lo que me ha sorprendido de estos dos religiosos es que su muerte ha sido un verdadero martirio. La Orden de San Juan de Dios, a los votos de pobreza-castidad-obediencia de todos los religiosos añaden un cuarto voto de hospitalidad, de estar al servicio de los enfermos que padecen enfermedades. Por ser coherentes con su votos, y en especial por el de hospitalidad, estos dos religiosos han vivido en África al servicio de los enfermos en sus hospitales y, al llegar el lobo feroz del ébola, han caído en sus fauces y han sido y han sido víctimas de esta enfermedad incurable. Como el que entrega su sangre ante el tirano que le martiriza, estos dos religiosos han entregado sus vidas ante el ataque implacable de este cruel enfermedad. Son auténticos mártires, que con la entrega de sus vidas han dado testimonio de la verdad que encerraba su voto de vivir al servicio de los enfermos.
Recordaba un libro de Gabino Urribari sj, Portar las marcas de Jesús (estos días pasados, este profesor de la Universidad de Comillas ha sido nombrado miembro de la Comisión Teológica Internacional), que ponía en el martirio la esencia de la vida religiosa: "La significación del martirio en la Iglesia antigua nos puede suministrar el suelo más firme para garantizar tanto una identidad teológica consistente, como una espiritualidad vigorosa de la vida consagrada (...) Se da un nexo íntimo entre el martirio, su teología y su espiritualidad, y la vida consagrada", he releído ahora en la Introducción de aquel libro. La entrega de su vida del mártir es el testimonio más elocuente de lo que es y pretende el religioso al hacer sus votos.
Cuando Ignacio Ellacuría y sus compañeros fueron asesinados una noche de Diciembre en El Salvador, por estar muy cercanos a las causas de los más pobres de su país, hicieron comprensible con su martirio el intento jesuítico de buscar la promoción de la fe en el servicio a la justicia. Ahora estos dos ejemplares miembros de la Orden de San Juan de Dios, con su muerte martirial, han dado testimonio de lo que perseguían sus prolongadas vidas en África y del sentido que para todo el que lo quiere observar tiene su voto de hospitalidad: estar voluntariamente al servicio de los enfermos, hasta el punto de morir por el contagio de su enfermedad del ébola que el contacto con ellos les ha producido. Su muerte ha ha hecho patente lo que antes nos resultaba distante y desconocido, lo que no nosimpresonaba.
La muerte de Miguel Pajares y de Manuel Ruiz Viejo ha hecho comprensible para todos el significado abstracto de sus votos religiosos, la pobreza-castidad-obediencia como vehículos de su entrega personal y la hospitalidad como sentido y finalidad de lo que su vida de entrega persigue. Estos dos cercanos testimonios merecen el agradecimiento de cuantos lo hemos recibido.