¿Navidad degradada?



No conozco personalmente las fiestas de San Fermín. Pero desearía haberlas vivido directamente en Pamplona, porque probablemente me ayudarían a comprender mejor lo que ahora ocurre en todos sitios con la celebración de la Navidad. El origen religioso de la Navidad se ha desvirtuado dentro del macro-ambiente de las Fiestas sin más, que hoy celebra mucha gente.


Descubro un comportamiento al parecer directamente intencionado de laicizar el tiempo navideño. La luces que invaden las calles han descartado del todo los motivos de alguna manera relacionados con la Navidad cristiana que tuvieron en otros tiempos. Ya no hay renos, estrellas, angelitos, ni siquiera la mención de la palabra "Navidad", sino luces con figuras geométricas no siempre de buen gusto, a lo más iluminaciones con goteos titilantes y la mención neutra de "Felices Fiestas". La iluminación además se inicia mucho tiempo antes, en el mes de noviembre, e incluso los encendidos oficiales se hacen antes de la celebración de la Inmaculada, que en otros tiempos marcaba el inicio de la celebración de la Navidad.


El carácter dominante ahora es el comercial. Los establecimientos y las marcas -sobre todo, las alimentarias, las de juguetes, las de perfumes y de regalos similares- saben que en este tiempo tienen un alto porcentaje de sus ventas anuales, y van a por todas en publicidades y en toda suerte de reclamos para llamar la atención de sus posibles clientes. Los números extraordinarios que en estos tiempos suelen sacar los medios impresos tienen su origen, más que en los contenidos de alguna manera navideños, en servir de soporte para la invasión de publicidad que se origina en este tiempo.


La concentración familiar es otro tema importante en estos días. Los miembros dispersos de las familias se reúnen alrededor de los padres, si aún viven, o en los primitivos hogares familiares, muchas veces en los pueblos o en los campos donde se originaron las primeras procedencias. Estos días he visto en los telediarios los grandes abrazos producidos en los aeropuertos o en las estaciones, al volver a los lugares de origen los miembros de la familia que viven en el extranjero o en otros lugares alejados por motivos de estudio o de trabajo. Las familias intentan reunirse en la Navidad, y, cuando no pueden hacerlo por cualquier causa, sienten muy particularmente en estos días las ausencias.


En la sociedad española actual, ¿Cuánta gente descubre y vive la connotación religiosa en la celebración de la Navidad? Es cierto que en la Misa del Gallo -muchas veces con horarios adelantados, para dar más facilidades a los participantes- y en otras celebraciones religiosas de estos días, aumenta algo el número de los asistentes. Pero, en cualquier caso, la participación no es mucho mayor que la de los reducidos porcentajes que acuden normalmente a los templos. En muchas familias, el árbol y el Papá Noel, como nuevos sustitutivos de los símbolos cristianos, han desplazado a los Nacimientos.


¿Es todo esto radicalmente negativo? Es desde luego una clara manifestación de la creciente secularización de la sociedad actual, en la que lo negativo se mezcla indisolublemente con algunos rasgos más positivos. El que se cribe lo auténtico de lo meramente aparente, la religiosidad verdadera de la que era sólo postiza y superficial, no resulta negativo sino manifestativo de una sana libertad interior de las personas con sus conciencias. El que los que acuden lo hagan más de verdad es un signo positivo de la religiosidad actual.


Por otra parte, no se puede exclusivizar la religiosidad actual con la asistencia a los templos o con las prácticas externas. Sólo Dios conoce el fondo de los corazones, y diagnosticar el grado de religiosidad existente en las personas no se puede realizar atendiendo sólo a los comportamientos mas superficiales. La Navidad es precisamente un tiempo en el que se remueven los rescoldos religiosos, incluso entre los no practicantes, entre los que no acuden regularmente a las Iglesias. La puesta de los Nacimientos en los hogares o la misma celebración de las reuniones familiares, ocultan en ocasiones vagos e imprecisos sentimientos "a lo divino", el nombre del imperecedero villancico canario. No se puede olvidar que, en los relatos evangélicos, los que perciben el reclamo de la estrella y acuden a adorar al Niño en Belén, no fueron los religiosos de aquellos tiempos sino los pobres pastores y los magos, que eran paganos y no miembros del pueblo sagrado judío.


La laicización progresiva de la Navidad es un hecho innegable, pero ante el que no cabe sólo el escandalo. La completa parafernalia que actualmente despliega la Navidad, en general, no es toda mala, porque extiende además sentimientos de paz, de mayor vinculación familiar, de solidaridad y de otros comportamientos, que, aunque no lleven siempre en marchamo cristiano, no son malos y en muchas ocasiones resultan incluso claramente buenos. Es cierto que el aluvión comercial es descaradamente excesivo, pero hay otras manifestaciones que equilibran un resultado total del conjunto, que probablemente no es negativo.


Para los creyentes, por lo demás, el recuerdo del nacimiento de Jesucristo, la aparición actualizada del Amor del Padre, sigue constituyendo la esencia de la Navidad, algo que es siempre Buena Noticia, que proporciona profunda alegría y que justifica sobradamente los deseos de felicidad que en estos días todos nos prodigamos.
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