Procesión de la Patrona





La solemne procesión de la Patrona de Huelva por las calles de la ciudad es un acontecimiento destacado, que me ha impresionado mucho. En estos días, se celebran además procesiones patronales en otras muchas ciudades. El fenómeno desbordante merece una reflexión.


Manifestación ciudadana
La procesión de la Virgen de la Cita, Patrona de Huelva, se ha celebrado en el 25 Aniversario de su coronación canónica, como culminación del Año Jubilar en el que se ha podido ganar el Jubileo Canónico durante todo el año. Una ocasión especial, que no se repite cada año, en el que la Patrona ha procesionado por la calles de la ciudad, hasta la Plaza de la Constitución y el Ayuntamiento, para recibir allí un homenaje popular y ciudadano, y volver después a la Catedral, a la que había sido traslada desde su ermita hace pocos días para la celebración de una solemne novena. La ida y la vuelta, desde la ermita hasta la catedral y desde la catedral de nuevo a su ermita, ha paseado dos veces más a la Virgen por las calles de forma también multitudinaria.

Los detalles de esta procesión son privativos de la ciudad de Huelva, pero el fenómeno masivo de una procesión patronal ofrece un interés más universal. La manifestación popular que supone una procesión patronal se repite en otros muchos lugares.

Por lo pronto, impresiona la majestuosidad de la comitiva. Tras la cruz de guía y una primera numerosísima banda de música, sigue el desfile de todas las hermandades y asociaciones religiosas de la ciudad. Esto es tal vez lo que más impresiona, no sólo por las muchas decenas de estandartes e insignias desfilantes, sino por las personas que acompañan a cada institución. En esta larguísima comitiva desfilaban probablemente varios miles de personas. La representación en algunos casos era exigua, pero en la mayoría era muy numerosa, y siempre iban todos los participantes elegantemente vestidos, en muchos casos con trajes de gala los hombres y con peineta y mantilla las mujeres. (El largo recorrido de muchos centenares de metros de esta comitiva tan numerosa ya invita a la reflexión de por qué tanta gente se siente motivada para engalanarse de esta forma en una tarde todavía de verano). En la procesión sigue la representación escalonada de las diversas autoridades militares y civiles -el Alcalde socialista, con impecable chaquet y cortejado por maceros-, para terminar con la representación de la Junta de la Hermandad de la Cinta, en el momento actual Comisión Gestora. Tras el grupo de turiferarios y la nube de inciensos, el paso con la pequeña imagen de la Virgen de la Cinta -imagen de procesión, pues el original de la Virgen de la Cinta es un cuadro-, constantemente mecida por los costaleros escondidos bajo el paso. (También los costaleros plantean el interrogante sobre el por qué de su interés y de su hercúleo esfuerzo). Al final, el Obispo revestido y acompañado de dos sacerdotes clausura todo el cortejo.


Esta procesión es evocada al día siguiente por el periódico local Huelva Información con destacada llamada y foto en primera página, más cuatro páginas interiores completas, con información escrita y reportaje gráfico de 11 fotografías (de él, las aquí reproducidas). El tono de texto informativo bordea la épica: "La Virgen de la Cinta lució todo su esplendor en una procesión histórica por las calles céntricas de la capital en la antesala de su festividad (el 8 de septiembre es la fiesta, y el 7 fue la procesión). Un recorrido histórico en un marco incomparable... La Virgen aparecía engalanada con 2.000 nardos, rosas de pitiminí en las jarras y variedad de rosas en las esquinas... La Patrona llevaba la Medalla de la Ciudad que se le impuso el día de su coronación... El Niño llevaba la Medalla del Consejo de Hermandades y Cofradías de Huelva... La hora no entiende minutos ni de colores en el cielo...".


¿Qué significa todo esto?
La interpretación de todo este fenómeno popular de Huelva, y el de manifestaciones similares en otras muchas localidades en estos días, no resulta nada fácil.

No resulta procedente ni el panegírico que no contempla las sombras, ni la visión negativa y completamente descalificadora que sólo ve fanatismo o nacionalcatolicismo en todo esto. Las valoraciones extremas no son válidas para la interpretación de este complejo fenómeno.

Un primer aspecto parece claro. Una manifestación de este tipo es religiosa, pero desborda también el ámbito de lo religioso. Todos los miles de participantes en la procesión, desde el Obispo hasta el último monaguillo, no tienen evidentemente el mismo sentido de lo religioso. La interminable comitiva de todas las hermandades y cofradías, lo mas impresionante de todo el cortejo, aportan sin duda una muestra del poderío que en Andalucía tienen estas organizaciones; pero resulta obvio que la participación de todas esta personas no es homogénea, que al amor a la Virgen de la Cinta y a la propia Hermandad se unen también sentimientos y afanes de índole menos religiosa.

Tampoco resulta procedente demandar de los actos de religiosidad popular una integridad que no se exigen de otras manifestaciones religiosas: bodas, Primeras Comuniones, Bautizos o incluso las Eucaristías. Nada es del todo puro, y ninguna manifestación de religiosidad lo es tampoco. La religiosidad popular requiere mucha comprensión sobre la complejidad de sus contenidos.

La ocupación de la calle por un acto religioso, también necesita ser comprendida. El que un gobierno o una autoridad se deba mantener oficialmente de manera religiosamente no confesional, no debe conducir a afirmar que lo religioso no tenga derecho a ocupar ocasionalmente la calle. Lo que se otorga a lo político, a lo sindical, a los defensores de género, a los y las feministas, a los anti-taurinos o a los defensores de cualquier derecho laboral o ciudadano, también tiene derecho a participarlo los defensores de un valor religioso. No hay de ninguna manera que mantener que la religión se deba mantener sólo en las iglesias o en las sacristías. Lo religioso tiene el mismo derecho a ocupar la calle y a manifestarse en público que cualquier otra actividad u opinión humana. Las autoridades no confesionales, incluso, podrán participar en ellas cuando estimen que el tema merece apoyo humano, como ha ocurrido hace pocos días en Barcelona.

En resumen, la procesión de la Virgen de la Cinta ha sido un acto bello, seriamente organizado y rebosante de valores religiosos, populares y ciudadanos. Pero sólo Dios, por supuesto, podrá entrar a juzgar el nivel de profundidad religiosa de cada uno de los participantes.

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