Ha muerto un santo
Resulta fuerte decir que "ha muerto un santo". Más amortiguado parecería quedar el sentido de la frase con la expresión "ha muerto un santo varón", pero uso la frase extrema porque la persona que ha muerto desborda los moldes adocenados y se introduce en el esquema de lo extraordinario e insólito.
El que ha muerto es José Martin, un jesuita que no era Sacerdote sino Hermano. Y lo que resulta insólito y extraordinario en él es que, sin ser sacerdote, es una figura de una dimensión igual o superior a la de todos los presbíteros, doctores, profesores, Superiores y otros puestos de relumbrón existentes en la Compañía de Jesús.
La vida de José Martín no contiene importantes hechos destacables, pues es aparentemente muy vulgar. Comenzó, eso sí, hace mucho tiempo, pues ha muerto a los 98 años cumplidos, siendo al morir uno de los más viejos jesuitas españoles.
Antes de entrar en la Compañía de Jesús vivió una vida intensa, pues fue reclutado desde su Alhama de Granada natal por el Gobierno Republicano para alistarse en el ejército y tomar parte en la Guerra Civil, pero pasó al final al ejército contrario de Franco en el que tuvo que prolongar el servicio militar -una vez terminada la Guerra- durante un periodo superior a los 4 años. El recuerdo de estos años intensos -sin hablar mal de ninguno de los dos ejércitos en los que militó- lo tuvo siempre muy vivo, como todas las personas que vivieron personalmente los años de la Guerra.
Ya como jesuita, lo que caracteriza más la trayectoria externa de su vida es el periodo tan prolongado que pasó en los muy pocos "destinos" que tuvo en su larga vida. En El Puerto de Santa María, donde entró e hizo el Noviciado, permaneció 8 años; en Granada, ayudando en la Faculta de Teología, estuvo 17 años; en la Residencia y Parroquia de los jesuitas de Jerez, 11 años; y en las parroquias que la Compañía lleva en la barriada extrema de Sevilla, en Torreblanca, 32 años. Unas estancias tan dilatadas dejan claro que en todos sitios estuvo sin ofrecer problemas a los demás, sólo preocupado por servir a todos desde el oficio que le encomendaban. Fueron tareas humildes casi todo el tiempo, como zapatero en El Puerto y como portero en Granada, sin mostrar nunca apetencias por ocupar puestos y trabajos de más relieve.
En Jerez y en Torreblanca, Comunidades apostólicas pequeñas y sin tareas internas domésticas, mostró una creatividad del todo inusual. Sin contar con especial preparación previa, montó primero una doméstica academia para enseñar a escribir a máquina y, cuando las máquinas de escribir dejaron de usarse, se atrevió a empezar a enseñar el uso del ordenador. Esta tarea docente profesional, que le requería a él mismo un denodado esfuerzo previo de aprendizaje, la acometió porque estaba convencido que a los niños, jóvenes y adultos que acudían a su "academia" les ofrecía algo útil para que pudiesen empezar a trabajar con más facilidad y, también, porque le deparaba unas ocasiones de contacto que él, humildemente y sin molestar, aprovechaba para "hacer apostolado", para invitar al camino del bien y de la religión.
Lo que hace "santa" la vida del H. Martín es, sobre todo, lo que dejaba entrever en su trato con los demás, tanto jesuitas como no jesuitas. Sólo buscaba agradar, ponerse a disposición de los demás. Siempre estaba dispuesto a lo que se le pedía o se le insinuaba, pues no había que rogarle mucho cualquier tipo de ayuda que se le requería. Ni conjugaba mucho el verbo "querer" ni usaba casi nunca el pronombre "yo", pues siempre estaba contento con lo que le daban o se le ofrecía. No era nada mojigato, ni ensimismado en si mismo, pues tenía un fino sentido del humor y gustaba además de la cariñosa broma con los demás. No obstante, tenía un carácter entero y fuerte, muy bien dominado en general pero que en ocasiones dejaba entrever a lo que había sometido su natural forma de ser. Era extraordinariamente austero en su vida, bien trajeado y encorbatado normalmente pero viviendo siempre sólo con lo más estrictamente indispensable. Lo más impresionante en su vida, con todo, era su totalmente asimilada y plenamente natural familiaridad con Dios, no sólo porque hacía constantes "visitas" a la Capilla durante el día sino porque hablaba de Dios con plena naturalidad, como de un amigo del que se sentía siempre y a todas horas acompañado.
Por todo esto era "santo" en su vida el H. Martín. No sería extraño que, en el futuro, pueda ser también algún día declarado oficialmente santo. Por lo pronto, a la pregunta de "¿Cómo estás?", que se le hacía cuando ya estaba muy envejecido, siempre respondía: "¡¡Vivo!!". En el futuro, sin responder a esta pregunta, ya está vivo para siempre. Descanse en paz.
El que ha muerto es José Martin, un jesuita que no era Sacerdote sino Hermano. Y lo que resulta insólito y extraordinario en él es que, sin ser sacerdote, es una figura de una dimensión igual o superior a la de todos los presbíteros, doctores, profesores, Superiores y otros puestos de relumbrón existentes en la Compañía de Jesús.
La vida de José Martín no contiene importantes hechos destacables, pues es aparentemente muy vulgar. Comenzó, eso sí, hace mucho tiempo, pues ha muerto a los 98 años cumplidos, siendo al morir uno de los más viejos jesuitas españoles.
Antes de entrar en la Compañía de Jesús vivió una vida intensa, pues fue reclutado desde su Alhama de Granada natal por el Gobierno Republicano para alistarse en el ejército y tomar parte en la Guerra Civil, pero pasó al final al ejército contrario de Franco en el que tuvo que prolongar el servicio militar -una vez terminada la Guerra- durante un periodo superior a los 4 años. El recuerdo de estos años intensos -sin hablar mal de ninguno de los dos ejércitos en los que militó- lo tuvo siempre muy vivo, como todas las personas que vivieron personalmente los años de la Guerra.
Ya como jesuita, lo que caracteriza más la trayectoria externa de su vida es el periodo tan prolongado que pasó en los muy pocos "destinos" que tuvo en su larga vida. En El Puerto de Santa María, donde entró e hizo el Noviciado, permaneció 8 años; en Granada, ayudando en la Faculta de Teología, estuvo 17 años; en la Residencia y Parroquia de los jesuitas de Jerez, 11 años; y en las parroquias que la Compañía lleva en la barriada extrema de Sevilla, en Torreblanca, 32 años. Unas estancias tan dilatadas dejan claro que en todos sitios estuvo sin ofrecer problemas a los demás, sólo preocupado por servir a todos desde el oficio que le encomendaban. Fueron tareas humildes casi todo el tiempo, como zapatero en El Puerto y como portero en Granada, sin mostrar nunca apetencias por ocupar puestos y trabajos de más relieve.
En Jerez y en Torreblanca, Comunidades apostólicas pequeñas y sin tareas internas domésticas, mostró una creatividad del todo inusual. Sin contar con especial preparación previa, montó primero una doméstica academia para enseñar a escribir a máquina y, cuando las máquinas de escribir dejaron de usarse, se atrevió a empezar a enseñar el uso del ordenador. Esta tarea docente profesional, que le requería a él mismo un denodado esfuerzo previo de aprendizaje, la acometió porque estaba convencido que a los niños, jóvenes y adultos que acudían a su "academia" les ofrecía algo útil para que pudiesen empezar a trabajar con más facilidad y, también, porque le deparaba unas ocasiones de contacto que él, humildemente y sin molestar, aprovechaba para "hacer apostolado", para invitar al camino del bien y de la religión.
Lo que hace "santa" la vida del H. Martín es, sobre todo, lo que dejaba entrever en su trato con los demás, tanto jesuitas como no jesuitas. Sólo buscaba agradar, ponerse a disposición de los demás. Siempre estaba dispuesto a lo que se le pedía o se le insinuaba, pues no había que rogarle mucho cualquier tipo de ayuda que se le requería. Ni conjugaba mucho el verbo "querer" ni usaba casi nunca el pronombre "yo", pues siempre estaba contento con lo que le daban o se le ofrecía. No era nada mojigato, ni ensimismado en si mismo, pues tenía un fino sentido del humor y gustaba además de la cariñosa broma con los demás. No obstante, tenía un carácter entero y fuerte, muy bien dominado en general pero que en ocasiones dejaba entrever a lo que había sometido su natural forma de ser. Era extraordinariamente austero en su vida, bien trajeado y encorbatado normalmente pero viviendo siempre sólo con lo más estrictamente indispensable. Lo más impresionante en su vida, con todo, era su totalmente asimilada y plenamente natural familiaridad con Dios, no sólo porque hacía constantes "visitas" a la Capilla durante el día sino porque hablaba de Dios con plena naturalidad, como de un amigo del que se sentía siempre y a todas horas acompañado.
Por todo esto era "santo" en su vida el H. Martín. No sería extraño que, en el futuro, pueda ser también algún día declarado oficialmente santo. Por lo pronto, a la pregunta de "¿Cómo estás?", que se le hacía cuando ya estaba muy envejecido, siempre respondía: "¡¡Vivo!!". En el futuro, sin responder a esta pregunta, ya está vivo para siempre. Descanse en paz.