El perdón, ¿también por y para los políticos?
Al clausurar el Año de la Misericordia, el Papa Francisco ha hablado del don y el mandato de Jesús sobre el perdón. Pero el perdón no debería ser una práctica sólo cristiana. Hay muchos campos en la vida en los que el perdón debería tener también aplicación. El terreno tan inhóspito actualmente de la política podría reverdecer y humanizarse si la conjugación del verbo perdonar se introdujese de alguna manera en el hablar y en el vivir ordinarios.
Toda la relación humana se bloquea y se endurece si cada una de las partes no está dispuesta a perdonar lo que considera que es una ofensa que se le ha hecho, una falta que ha tenido el otro o, simplemente, algo que una parte no entiende y lo adjudica malévolamente a la otra parte, lo considera culpa del otro. La vida humana está llena de situaciones, en las que o se esfuerzan las partes hacia el perdón o se precipitan irremediablemente hacia el odio cada vez más creciente. En la familia,
en el trabajo y en toda la relación entre personas, o se práctica con generosidad el perdón o se camina progresivamente hacia el enfrentamiento y el odio.
La vida política española ha estado bloqueada tan largo periodo de tiempo porque las partes no eran capaces de perdonar lo que consideraban que los otros habían hecho mal. En lugar de buscar los caminos de la comprensión y de intentar los acercamientos, se ahondaba cada vez más en el desenmascaramiento de las actitudes consideradas inaceptables en los demás y se practicaba cada vez con más inquina el lanzamiento de proyectiles verbales contra los comportamientos ajenos.
Se llegó a un cierto armisticio, se desbloqueó mínimamente la situación para formar un nuevo gobierno, porque todos veían que la alternativa del empecinamiento era aún más nefasta para todos, que las nuevas elecciones enfangaban más a todos. El ver las orejas al lobo hizo posible por miedo lo que por deseos nobles de comprensión no se había podido antes conseguir.
Ahora, en la situación nueva que comienza, si no llega al perdón de algo en los demás, el bloqueo perdurará y las situaciones resultarán invivibles. Aun a una persona muerta le han negado algunos el mínimo de comprensión necesaria para no caer en la falta de respeto. Hace falta atrevimiento para poner en juego el concepto de perdón. Se requiere mirarse a los ojos sin odio y ponerse a hablar, desde el perdón iniciar el camino de la mutua comprensión.
Francisco ha recordado, en la carta pastoral que cierra el Año de la Misericordia, que el perdón libera. Siendo aún más explícito, ha hablado de la liberación del rencor, la rabia y la venganza; esto es, de las situaciones que se viven cuando los enfrentamientos no se domeñan y el perdón no se conjuga.
La política enrarece mucho, provoca agresividades aun en los que no practican la política, en los que sólo son observadores de lo que está pasando en el foro público. Muchas personas reposadas en otros aspectos se encrespan fieramente cuando hablan de política. El tener comprensión y el saber perdonar los comportamientos que cada cual no entiende de los políticos es algo que falta mucho a los ciudadanos en general y, también, a la población católica en particular. Los hombres y las mujeres aparentemente muy pacíficas, también las personas muy religiosas, caen en los términos virulentos al hablar de los sectores de la izquierda más alejados de sus propios posicionamientos. En ocasiones, da vergüenza oír hablar de los políticos.
Para todos es la conveniencia del perdón, pero los creyentes deberían extremar la sensibilidad hacia esta palabra y hacia esta realidad considerando la actitud misericordiosa del Padre, que acoge y perdona aun a los más alejados. La fe madura conduce al perdón. La humanidad sincera, aun sin fe, debería terminar también en el perdón, al menos para poder convivir humanamente, para no vivir como lobos en la selva.