Lo siento, Muñoz Molina
Antonio Muñoz Molina es un autor al que aprecio máximamente entre los españoles vivos (juntamente con Javier Marías). He leído hasta siete de sus obras largas, y una menos citada como "Sefarad" me cautivó particularmente. Normalmente presto atención a las entrevistas que concede, incluso a las ocasionales para promover alguna obra reciente. Procuro leer también las colaboraciones de prensa suyas que encuentro en los periódicos, breves pero menos ligeras de lo que suelen ser los artículos en los periódicos. En una ocasión, hasta tuve un contacto personal con él, en una visita que hizo a la SAFA de Úbeda, centro educativo del que fue alumno en su primera infancia y al que él ha agradecido públicamente que allí le enseñaran a leer y -le escuché directamente afirmar- en el que "nunca me avergoncé de ser pobre".
Por todo esto me ha dolido ahora constatar la incomprensión mostrada por este autor con las manifestaciones religiosas populares de la Semana Santa, en una de sus colaboraciones periódicas en Babelia (el suplemento literario semanal de El País, en su edición del 07/04/2018). Incomprensión del aspecto popular de la Semana Santa, paralelo a una comprensión admirable de las manifestaciones culturales de la Semana Santa.
Incomprensión
La incomprensión de Muñoz Molina con los aspectos populares de la Semana Santa me sorprende más porque en su Úbeda natal y de toda su infancia, la fiesta semanasantera tiene una singular importancia hasta convertirse en su momento anual más importante. De toda la manifestación popular ubetense, sólo afirma en este artículo: "Yo me acuerdo de cuando era niño y veía en las procesiones de mi ciudad los tronos escoltados por guardias civiles con mosquetones al hombro".
De todas las manifestaciones populares habla con mucha ironía: "Los canales públicos de televisión transmiten procesiones sin descanso y en directo. Los telediarios informan de las procesiones de la Semana Santa más extenuadoramente aún que de los partidos de futbol. Una parte de la vida española parece varada sin remedio en la Contrarreforma, en las exhibiciones públicas de penitencias, de imágenes ensangrentadas de martirios". Ridiculiza un poco los testimonios vehementes" de la gente sencilla: "Esto no se puede explicar. Hay que vivirlo. Hay que sentirlo", y, al hacer un recuento de todo "lo que vuelve porque nunca se ha ido", agrupa una serie de frases casi hirientes: "la religión ostentosa y milagrera de la Contrarreforma", "las exhibiciones públicas de ortodoxia que fueron obligatorias durante el franquismo", "la mescolanza de lo político y de los eclesiástico", "la ocupación irrespetuosa de los espacio públicos", "la afirmación jactanciosa de una sola tradición por encima de todas las otras". Todas estas afirmaciones resultan nada comprensivas de la entraña popular que también poseen las celebraciones más hondas de la Semana Santa.
No entro a valorar lo que a Muñoz Molina más indignación le provoca, la presencia de cuatro Ministros del Gobierno español en la procesión del Cristo de Mena de Málaga, con el canto del Soy el novio de la muerte, en un acto mixtificado que puede resultar más difícil de entender y de justificar.
Comprensión
La poca simpatía con el fenómeno popular la mantiene Muñoz Molina conjuntamente con una admirable comprensión de la riqueza cultural de lo que en Semana Santa se celebra, incluso cuando no llega al más puro sentimiento religioso de estos días. Esto lo hace, dejando antes escrupulosamente claro -¡lo políticamente correcto!- que busca y celebra la "santidad laica" que estos días tienen, en un Madrid descongestionado y "por fortuna grande y descreído, incluso en la mañana del Viernes Santo".
La celebración laica de la Semana Santa de Muñoz Molina consiste en "volver a las palabras y a las músicas del relato evangélico", con una anualmente repetida escucha de La Pasión según san Matero de Bach, en una versión "tan imponente como una catedral gótica" o en otra versión "más cercana a la llaneza y el despojamiento del texto evangélico". Atrae particularmente su atención "la deslealtad del discípulo Pedro, que su maestro ha presentido con extraña agudeza: el que se declara tan firme y tan fiel cuando no hay peligro comete a la hora de la verdad una cobardía para la que tal vez habrá perdón, pero no consuelo. No hay otro momento así en la literatura, ni en la música". El drama del apóstol también lo vivía intensamente Muñoz Molina en sus años norteamericanos, visitando el cuadro de Caravaggio, La negación de san Pedro, que se conserva en el Metropolitan de Nueva York, "que representa lo más hondo de la negrura del miedo y el remordimiento". Concluye Muñoz Molina que "en el retiro breve de la Semana Santa, escuchando a Bach, leyendo a San Mateo, acordándome de ese cuadro de Caravaggio que he visto tantas veces, agradezco que el arte sea capaz al mismo tiempo de retratar el sufrimiento y consolarnos de él". Con los valores culturales de Semana Santa, ciertamente, muestra tener empatía.
Lo siento
Siento que la admirable comprensión del valor cultural de la Semana Santa no esté acompañada en esta ocasión de una paralela sintonía con su dimensión popular. Estando tan arraigado en su Úbeda natal el sentimiento popular de los días de la Semana Santa, es una lástima que el autor más insigne de este pueblo no haya comprendido y respetado los más hondos sentimientos que su pueblo -y muchos otros pueblos de España- experimentan durante toda la Semana Santa. Una carencia, en este gran autor.