Recados

Tenemos muy leídos y releídos los relatos pascuales pero quizá hemos agudizado menos el oído para captar las modalidades del tejido sonoro que brota de ellos, la "ebullición comunicativa" que transmiten, el rumor creciente que avanza como por ondas concéntricas y que va alcanzando cada vez a más gente. Si nos centramos ahí, a lo mejor nos sorprende la frecuencia con que aparece el género “recado”, “mensaje que se envía o se recibe de palabra o por escrito y en el que se da una respuesta o se comunica una noticia” según la RAE.

Si nos hubieran encargado a nosotros de componer la banda sonora del kerygma pascual, inclinados como somos a la pompa y al fasto, seguramente habríamos insertado himnos triunfales y corales apoteósicas, mucho más acordes con nuestra idea de lo que merece algo tan decisivo y trascendente: ¿Darlo a conocer a través del formato modesto de un recado? ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Pero los textos están ahí, impertérritos en su elección de ese modesto formato como vehículo preferido del anuncio pascual. Es un ángel quien inaugura el género y encomienda su contenido a las mujeres: “Id corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea: allí lo veréis. Este es mi mensaje” (Mt 28,7) “Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea” (Mc 16,7). Más tarde es Jesús mismo quien reincide en el género y elige como depositarias del recado primero al grupo de mujeres y después a María Magdalena: “Id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28,10). “Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17).

No esperemos voces de orfeón, proclamaciones majestuosas ni pregones sublimes: los mensajes del Viviente nos esperan escondidos en los rincones de nuestra vida cotidiana, en lugares tan corrientes como son, en palabras de Francisco, los vecinos de la puerta de al lado.
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