De un tiempo a esta parte despedirse diciendo adiós empieza a resultar raro y está siendo desalojado por otras fórmulas: “Hasta luego” (aunque el
luego no esté en el horizonte), “Suerte”, “Cuídate” o “Que tengas un buen día”.
Lo del
buen día te lo desean por igual los que te asaltan a la salida del metro con sus carpetas de causas benéficas, o la gitana del ramito de romero, y además te lo repiten aunque no firmes nada ni cojas el ramito, dejándote un poco abochornada ante su amabilidad.
Quizá sea una consigna municipal y diocesana: hasta los curas que parecían más adustos han sucumbido a la frase y nos lo desean al final de la misa, esbozando un amago de sonrisa.
Si pienso en lo que considero “tener un buen día” (que las cosas salgan según mis planes, no tener contratiempos…), veo que mi coincidencia con el Evangelio es nula porque
Jesús pone como modelo de “buen día” el de aquel samaritano al que se le fastidió su itinerario por atender al herido. En todo caso me suena bien la posibilidad de que le dijera al joven rico aunque le dejaba plantado y se alejaba a toda prisa para consultar el IBEX 35: “¡Que tengas un buen díaaaaa!”.