Estamos a las puertas de la Navidad aunque no lo parezca porque miras alrededor y solo encuentras miradas y corazones habitados por la desilusión o frustración. El clamor del pueblo es: “No hay nada que celebrar, pero sí mucho que lamentar”…
La crisis y el sufrimiento es tan grande, que las tinieblas cubren la luz, pero intentemos no olvidar que los cristianos estamos llamados a ser luz, aunque las dificultades apaguen incluso la ilusión por vivir.
En medio de este sentir, se me ocurre una pregunta: ¿De verdad no hay nada que celebrar cuando en esta Navidad vuelva a nacer en cada uno de nosotros el Niño-Dios?
Seguro que conocemos a personas quienes ante situaciones difíciles, se atrevieron a navegar aun teniendo el viento en contra. Es imposible vivir de espaldas a una realidad tan latente y dura, pero tenemos que ser capaces de unir la utopía y el realismo, mirar de frente, aferrarnos a su luz, para que sea Él quien brille a través de nosotros. Intentemos estos días, ser portadores de esa luz que tanto se necesita en este mundo…