Un santo para cada día: 15 de marzo S. Clemente de Hofbauer (León en el púlpito, cordero en el confesonario)
A Clemente le tocó vivir los duros tiempos de la represión religiosa por parte de Napoleón, hasta el punto de que los Redentoristas serían expulsados de Varsovia y él tendría que partir al exilio
A Clemente le tocó vivir los duros tiempos de la represión religiosa por parte de Napoleón, hasta el punto de que los Redentoristas serían expulsados de Varsovia y él tendría que partir al exilio. Había nacido enTasswitz (Moravia) el 26 de diciembre de 1751 siendo el benjamín de una familia de 12 hijos. Mientras vivió el padre, que era carnicero, la familia, aunque numerosa fue tirando como buenamente pudo, pero éste murió en plena guerra, cuando Clemente tenía solo 7 años y su madre el mismo día del entierro, mostrándole un crucifijo le dijo: mira hijo, de ahora en adelante éste será tu padre. Muy pronto el niño tuvo que aprender lo dura que es la vida.
A los 15 años le vemos trabajando de panadero en un convento, pero lo que él tenía en la cabeza era llegar a ser un día sacerdote. Su comportamiento era del agrado del superior, por lo que éste trató de ayudarle para que se realizaran sus sueños y es así como el muchacho pudo ingresar en el Seminario. Desgraciadamente el superior falleció, pero Clemente pudo continuar allí, porque dos ricas damas de la ciudad se prestaron a sufragar los gastos que su estancia en el Seminario suponía, mas como la carrera sacerdotal era larga, tuvo que esperar hasta los 34 años para ser ordenado sacerdote en Roma.
Habiendo ingresado en la Congregación de los Redentoristas comenzaría a desplegar su fecundísima actividad apostólica en el Norte de Europa, promocionando la congregación. Es enviado por sus superiores a Varsovia para trabajar en la Iglesia de S. Bennon, que acabaría convirtiéndose en un centro de irradiación religiosa. Durante nueve años trabajó sin descanso, obteniendo frutos espectaculares, se avivó la fe entre los católicos y se produjeron conversiones procedentes de otras religiones. En la Iglesia había que hacer varios turnos, repitiendo los cultos porque los asistentes no cabían. Aparte de atender a los menesteres sagrados, Clemente se dedicó a fundar orfanatos, centros de enseñanza, un seminario para vocaciones sacerdotales, pero mantener estas importantes fundaciones costaba dinero y Clemente se ve en la necesidad de tener que mendigar por las casas, por las tabernas, por donde fuera menester. En una ocasión Clemente entró en una tasca de Varsovia a pedir limosna para sus pobres y se encuentra con que un presunto borrachín le insulta y escupe en la cara. No pasa nada. “Caballero, dice Clemente, esto es para mí. ¿Puede darme ahora alguna cosa para los huérfanos del Niño Jesús? Así eran las cosas de Clemente, que conseguía el milagro de que la gente se echara la mano al bolsillo.
Cuando Napoleón expulsa a los Redentoristas de Varsovia regresa de nuevo a Viena en el año 1785. Allí seguirá trabajando de forma incansable los últimos 12 años de su vida; no le importó nada que estuviera vigilado por la policía, el siguió a lo suyo, predicando enardecidamente, confesando paternalmente y evangelizando con valentía, hasta el punto de que era conocido como el “Apóstol de Viena”. Su celo apostólico se dejó sentir entre los jóvenes universitarios, escritores, artistas: Federico Schlegel, Müller, Werner, Veit, Rauscher, Brentano, Overbeck. Se rodeó de un grupo de universitarios de estudiantes y escritores que, con procedimientos modernos de apostolado como la fundación de periódicos y revistas, lograron hacer un frente común en defensa de la fe cristiana en tiempos difíciles y turbulentos. Clemente llega al final de sus días con el presentimiento de que sus discípulos continuarían su obra, teniendo la suerte de morir con la alegría de que su duro bregar no había sido en vano. Esto sucedía el 15 de marzo de 1820.
Reflexión desde el contexto actual.
Quienes buscan sinceramente la verdad histórica podrán ver en la persona y la obra de Clemente Hofbauer al servidor de una Iglesia que, aún a pesar de todos sus fallos, que sin duda los ha habido, jugó siempre un papel importante en el desarrollo de los pueblos, desplegando en todos los tiempos y latitudes una imponente labor social y religiosa que no siempre es reconocida como debiera ser