Un santo para cada día: 8 de septiembre San Adriano de Nicomedia ( De perseguidor de cristianos a perseguido)
La conversión de Adriano fue un fruto surgido de la sangre de otros mártires que le precedieron; del mismo modo que su inmolación arrastraría a muchas personas más que le habían conocido y habían trabajado con él, y es que tanto ayer como hoy las palabras pueden convencer, pero lo que arrastra es el ejemplo
Nos situamos en la segunda mitad del siglo III. Muerto Tácito había sido proclamado emperador Probo, que gobernaría Roma del 277 al 282, después de haber hecho méritos suficientes como valeroso general. Su hijo Adriano recordará las victorias y triunfos de su padre de las que se sentía honrado, porque él era también un pagano que había nacido en Constantinopla a finales del siglo III, sin que se sepa el año, llegando a ocupar un cargo en la Corte Oficial de Nicomedia, donde tuvo ocasión de presenciar las horrendas torturas y castigos de los mártires cristianos dispuestos a morir por confesar a Cristo.
En tiempos de Máximo Galerio los cristianos eran perseguidos y seguramente por razón de su cargo Adriano se vio en la obligación de tener que hacerlo también, hasta que un día impresionado por el arrojo y el valor de estos héroes, porque para él eran unos héroes, cayó en la cuenta de que alguien que es capaz de soportar semejantes atrocidades tendría que tener una razón muy poderosa para hacerlo, indagando sobre el asunto llegó a descubrir qué es lo que había detrás de esas vidas y quién era el que les infundía esa fortaleza. Una vez descubierto el misterio quiso ser sincero y consecuente consigo mismo. El paso era duro de dar, pero había que hacerlo, porque si no se hacía, hubiera sido un acto de cobardía que un oficial romano no podría perdonarse nunca.
Convertido ya al cristianismo contrajo matrimonio con Natalia, quien a la vista de lo que de ella se ha podido conocer, no solamente era una mujer virtuosa, enamorada de Cristo, sino que era de las de “rompe y rasga”. Natalia va a tener un protagonismo en todo lo que sucedería después, que sin duda la hizo merecedora de subir a los altares junto con su marido.
Según nos cuentan las actas, Adriano se hallaba presente cuando veintitrés cristianos estaban siendo azotados y maltratados y ante el asombro de los allí presentes dio un paso adelante para decir a los verdugos “Contadme entre las víctimas; yo también soy cristiano”. El escandalazo no podía ser mayor, por lo que de inmediato se le detuvo, siendo conducido a los calabozos. Alguien se encargó de comunicar a Natalia, su mujer, lo que estaba sucediendo, por cuya razón su esposa, presurosa se dirigió a la prisión y al ver a su marido atado de pies y manos comenzó a besar las cadenas al tiempo que le reconfortaba con estas palabras: “¡Bendito seas, Adriano! Has encontrado las riquezas que no te fueron heredadas por tus padres terrenales y de las que tienen necesidad los hombres más acaudalados del mundo para el día en que ni el padre ni la madre, ni los hijos, ni los amigos, ni los bienes sirven para nada”. Natalia también tuvo palabras de aliento para el resto de los cristianos y les suplicaba que siguieran instruyendo a su marido en la fe de Jesucristo. Después de haber permanecido largo rato con ellos, por deseo de su marido regresó a casa. Los acontecimientos se sucedían con rapidez y el propio Adriano, que conocía como funcionaba todo esto, se percató que su fin estaba próximo por lo que, valiéndose de alguna vieja amistad, le fue permitido salir para despedirse de su mujer.
Natalia al ver que su marido volvía a casa, pensó que había apostatado de su fe y no le quería dejar entrar, hasta que todo se aclaró debidamente. A partir de ese momento Natalia ya no dejaría solo a Adriano, los dos juntos regresarían a la prisión, para quedarse allí atendiendo a todas las víctimas; otro tanto hicieron algunas mujeres más, hasta que dichas visitas fueron prohibidas, entonces Natalia se cortó la cabellera, se vistió de hombre para así poder acceder a este lugar sin ser detenida. Su intrepidez se vio recompensada, pues tuvo la suerte de poder estar junto a su marido cuando éste iba a ser ejecutado. Ella fue la que le acomodaría los brazos y las piernas para que el descuartizamiento fuera rápido y sufriera lo menos posible y así fue. La muerte de Adriano se produjo de inmediato y al instante se vio coronado con la aureola del martirio, mientras su esposa postrada de rodillas se encomendaba a él.
Reflexión desde el contexto actual:
La conversión de Adriano fue un fruto surgido de la sangre de otros mártires que le precedieron; del mismo modo que su inmolación arrastraría a muchas personas más que le habían conocido y habían trabajado con él, y es que tanto ayer como hoy las palabras pueden convencer, pero lo que arrastra es el ejemplo. Eternamente seguirá siendo cierta la frase de Tertuliano, según la cual “la sangre generosa de los mártires es semilla de cristianos” Lo fue en los primeros siglos de la Iglesia y lo sigue siendo hoy cuando los cristianos y minorías religiosas son perseguidas en el Medio Oriente, o en otros lugares de la tierra, sin que nadie logre extinguir a los seguidores de Cristo dispuestos a dar su vida por Él.