Un santo para cada día: 4 de noviembre San Carlos Borromeo. (El hombre del Concilio de Trento)
Desde el primer momento fue muy venerado por el pueblo. ¡Bien sabían el buen pastor que habían perdido! Fue beatificado por Clemente VIII el 16 de septiembre de 1602 y canonizado por Paulo V el 1 de noviembre de 1610. El papa Juan XXIII colocó su pontificado bajo el patrocinio de este santo
| Francisca Abad Martín
Símbolo de la reforma de Trento, imagen del buen pastor de almas, hombre tenaz y laborioso, constante, humilde y caritativo, ése fue Carlos Borromeo. Nace el 2 de octubre de 1538 en Arona, ducado de Milán. Vástago del antiguo linaje nobiliario de Ancona, hijo del conde Gilberto Borromeo y de Margarita de Médicis y sobrino del Papa Pío IV. En 1559 obtiene el doctorado en Derecho Canónico y civil por la Universidad de Pavía. Al año siguiente su tío le llama a Roma. Pío IV iba a hacer de su sobrino como un anticipo de lo que habría de ser después el cardenal secretario. En una primera etapa fue aficionado a la caza a los juegos, a la música y a las fiestas, pero a raíz de unos ejercicios espirituales ignacianos, realizados en la casa profesa de los jesuitas dirigidos por J. Bautista Ribera, la actitud de Borromeo cambió totalmente convirtiéndose en un austero asceta.
Cuando Carlos llegó a Roma vio con satisfacción que la suerte le sonreía y que todo se le venía a las manos. En esta ciudad se había corrido la voz de que era el ojo derecho del papa y efectivamente, Pío IV había querido buscar un colaborador de confianza y ciertamente encontró en su sobrino el más fiel y abnegado servidor de su pontificado. ¿Quién mejor que alguien de su familia tan bien cualificado? A pesar de su juventud, Carlos dio muestras enseguida de su capacidad de trabajo y una gran lealtad hacia el pontífice. Era de juicio claro y agudo entendimiento, con grandes dotes de gobierno y administración, si bien se mostraba bastante tímido con algún problema de vocalización, lo que le restaba brillantez, limitaciones éstas a las que con el tiempo se fue sobreponiendo.
El 21 de diciembre de 1560, a los 22 años, el mismo papa le ordena diácono. En 1561 le nombra secretario de Estado y el 1 de diciembre de ese mismo año es designado gobernador de Spoleto y miembro del Santo Oficio. La muerte inesperada el día 19 de noviembre de 1562, de su hermano Federico, el primogénito de la familia, a quien el pontífice acababa de nombrar capitán general de la Iglesia, causó un hondo dolor tanto al hermano como al tío.
El 17 de julio de 1563 el mismo pontífice le ordena sacerdote. Se podría considerar este momento en la vida de Carlos Borromeo como el arranque hacia la santidad. Meses después, en diciembre de 1563, recibía la consagración episcopal. Como Secretario de Estado realizo una función encomiable en el transcurso del Concilio de Trento, gracias a él pudo reiniciarse y cuantas veces estuvo a punto de disolverse, Borromeo lo impidió haciendo gala de su gran tacto y habilidad. Muchos decretos dogmáticos y disciplinares fueron en gran medida obra suya, como lo fue el hecho de que la reforma que se pretendía hacer estuviera siempre controlada por el papa, no falta incluso quien considera que Carlos Borromeo fue el alma de la tercera sesión, que puso broche final al Concilio
Una vez terminado el Concilio de Trento, Carlos abandona Roma para dirigirse a su sede episcopal como arzobispo de Milán, tomando posesión el 23 de septiembre de 1565, pero ante el fallecimiento de Pío IV vuelve a Roma para participar en el Cónclave que había de elegir a su sucesor, San Pío V. En abril de 1566 regresa a Milán, donde a lo largo de 20 años desarrollará una labor colosal.
Además de la diócesis de Milán atiende a otras 15 diócesis anejas. Se dedica a aplicar concienzudamente las reformas de Trento en todos los sectores: construye residencias para los sacerdotes, celebra concilios provinciales y sínodos diocesanos, revisa personalmente libros registros y expedientes, se preocupa por restaurar las iglesias y atender a la organización y administración de la diócesis, funda centros de enseñanza y se preocupa de la formación catequística y religiosa de los cristianos. Funda los Oblatos de San Antonio, donde ingresan también laicos, da un gran impulso a las misiones parroquiales y al apostolado de la Prensa, sin olvidarse nunca de los pobres y necesitados. El arzobispo, Francisco Panigarola, en la oración fúnebre por San Carlos, dijo de él "De sus rentas no empleaba para su propio uso más que lo absolutamente indispensable". Vendió su vajilla de plata y otros objetos de valor para remediar a las familias necesitadas. Era pródigo a la hora de repartir limosna entre los pobres. Digno de reseñar es su abnegada actuación en la conocida peste de S. Carlos. Para contrarrestar sus perniciosos efectos se desprendió de sus bienes y recaudó por todas partes limosnas que pudieron mitigar la trágica situación. El mismo en persona, exponiéndose a los peligros de contagio, atendía a los enfermos, animándoles y proporcionándoles los auxilios espirituales, cual correspondía a un celoso padre y pastor. Lo que se dice una exhaustiva labor propia de un “coloso”.
Por supuesto que para la realización de esta ingente labor en todos los órdenes contó con la poderosa ayuda de muchos colaboradores, pero es también cierto que tuvo que sufrir muchas críticas, incomprensiones y disgustos, como les sucede a todos aquellos que se salen de los parámetros normales. Los papas seguían luchando por intentar que regresara a Roma, pues bien sabían el buen colaborador que se perdían, pero él amaba a su diócesis y allí fue donde le encontró la muerte, a los 46 años, el 3 de noviembre de 1584. Al enterarse de la noticia de su muerte Gregorio XIII solo pudo exclamar: «Una lumbrera de Israel se ha extinguido».
Desde el primer momento fue muy venerado por el pueblo. ¡Bien sabían el buen pastor que habían perdido! Fue beatificado por Clemente VIII el 16 de septiembre de 1602 y canonizado por Paulo V el 1 de noviembre de 1610. El papa Juan XXIII colocó su pontificado bajo el patrocinio de este santo.
Reflexión desde el contexto actual:
Carlos Borromeo supo aprovechar los vientos que soplaban a su favor, no ciertamente en beneficio propio sino para bien de la iglesia y de cuantos a él estaban encomendados. Borromeo se nos presenta como un hombre dotado de unas cualidades excepcionales, que le capacitaban para asumir cualquier liderazgo, pero como persona discreta que era, supo mantenerse a la sombra sin asumir protagonismos que no le pertenecían. Ante nuestros ojos lo más admirable de este hombre fue asumir que él estaba ahí para servir y no para ser servido o para “hacer carrera”. Esto precisamente fue lo que le convirtió en ese excelente colaborador tan estimado por los papas.