Un santo para cada día: 18 de septiembre San José de Cupertino (El santo volador que se denominaba a sí mismo “ Fray Asno”)
Es patrón de aviadores y astronautas en consideración a sus levitaciones místicas. Su autoestima andaba por los suelos al no encontrar en su personalidad motivo alguno de excelencia. Se consideraba a sí mismo tan torpe e inútil que se autodenominaba “Fray Asno”, pero era muy consciente de que la sabiduría de Dios era muy distinta de la sabiduría de los hombres
| Francisca Abad Martín
Es patrón de aviadores y astronautas en consideración a sus levitaciones místicas. Su autoestima andaba por los suelos al no encontrar en su personalidad motivo alguno de excelencia. Se consideraba a sí mismo tan torpe e inútil que se autodenominaba “Fray Asno”, pero era muy consciente de que la sabiduría de Dios era muy distinta de la sabiduría de los hombres
Comenzaba la Edad Moderna y el imperio otomano estaba en franca decadencia. Desde Roma dirigía la Iglesia el papa Clemente VIII y el reino de Nápoles, que entonces pertenecía a España, estaba gobernado por Felipe III. Allí, en el reino de Nápoles, nace José, el 17 de junio de 1603 en una pequeña ciudad llamada Cupertino, de donde le viene el sobrenombre. Viene al mundo en una humilde cabaña de pastores a las afueras de la ciudad, pues debido a que sus padres no podían pagar a los acreedores, tuvieron que huir de su casa. Fue el último de los hijos de Félix y Francesca.
Hay que decir que el muchacho era torpe, incapaz de aprender las más elementales enseñanzas de la escuela. A los 17 años dice que quiere ser fraile y pide ser admitido como franciscano en la orden de los Frailes Menores, donde tenía dos tíos suyos, pero a pesar de ello no fue admitido, debido a su escasa formación escolar. Lo intentó de nuevo con los Hermanos Menores Reformados y fue rechazado por la misma razón, por último, volvió a intentarlo con los Capuchinos, quienes le aceptaron en calidad de hermano “lego”, pero tampoco logró ni siquiera terminar el año de noviciado, siendo finalmente expulsado, pero gracias a la ayuda de otro franciscano, Juan Donato, que también era tío suyo, cuando ya tenía 20 años, fue admitido en el convento de Santa María de la Grotella, como terciario y mandadero. Allí, por su humildad, amabilidad, espiritualidad, penitencia y amor a la oración, se ganó la estima de todos y en 1625, por votación unánime, fue admitido como novicio.
En 1626, al terminar el noviciado le concedieron hacer la profesión solemne. Por fin, después de muchas casualidades y muchos “capotes” de la Virgen, de la que era gran devoto, en 1628 es ordenado sacerdote, pues al ir a examinar el obispo a los aspirantes, cuando ya le iba a tocar a él, viendo el obispo lo bien preparados que iban todos, se cansó de seguir examinando y les dio el “aprobado general”.
A partir de entonces los fenómenos extraordinarios, de los que ya había dado alguna muestra, van en aumento; se suceden los éxtasis y levitaciones, tanto que bastaba con mencionar delante de él a Jesús o a María, para que se elevara varios metros del suelo, de ahí viene el que se le nombrara patrón de aviadores y astronautas y que se le conociera como “el santo volador”, tenía bilocaciones (estando lejos acompañó a su madre en su lecho de muerte), echaba demonios, era capaz de sanar a la gente solo con hacer la señal de la cruz sobre la frente del enfermo, se comunicaba con los animales y un día celebrando la Eucaristía en la catedral de Orvieto, al partir la Hostia, sangró sobre los corporales manchándolos de sangre. Hay que decir también que fue duramente castigado por el demonio.
Por todos estos fenómenos, algunos, que le tenían envidia lo denunciaron a la Inquisición y fue citado a juicio. El proceso duró 3 semanas. Al final reconocieron su inocencia y comprendieron que esos fenómenos eran un don especial que Dios le había concedido. Falleció a los 60 años en Osmio (Italia) el 18 de septiembre de 1663. Fue beatificado el 14 de febrero de 1753 por Benedicto XIV y canonizado el 16 de julio de 1767 por Clemente XIII.
Reflexión desde el contexto actual:
En José de Cupertino se cumplió sobradamente la sentencia bíblica según la cual. “La piedra que desecharon los constructores se convirtió en piedra angular”. El juicio de Dios va más allá de las puras apariencias. Debajo de lo que los hombres vemos a veces como deleznable se oculta una grandeza de espíritu. Nos equivocamos cuando anteponemos nuestros criterios humanos a los criterios divinos y pensamos que el valor de las cosas depende de la estima interesada que nosotros hacemos de las mismas. ¿Qué es la sabiduría del mundo comparada con la sabiduría de Dios?