Un santo para cada día: 11 de octubre San Juan XXIII. ( El Papa Bueno)
Renovador de la Iglesia, promotor del ecumenismo y defensor de la paz, el “papa bueno” unía en su persona la mansedumbre de David y la astucia de Salomón
Su pontificado, relativamente breve, fue sin embargo sumamente intenso. Los que le consideraban “un Papa de transición”, debido a su avanzada edad, quedaron asombrados de su actividad, con la convocatoria del Concilio Vaticano II y sus ocho Encíclicas
| Francisca Abad Martín
Renovador de la Iglesia, promotor del ecumenismo y defensor de la paz, el “papa bueno” unía en su persona la mansedumbre de David y la astucia de Salomón.
Giovanni Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte, provincia de Bérgamo (Italia) el 25 de noviembre de 1881. Era el tercer hijo de Giovanni Baptista Roncalli y Marianna Giulia Mazzola, sencillos labradores, de gran confianza en la Providencia. Angelino, como era llamado familiarmente, comenzó pronto a ayudar a su padre en las labores agrícolas, quien soñaba con hacer de él un buen campesino. Cuando tenía 6 años su padre lo llevó a una escuela elemental, que regentaba el cura de un pueblo a 2 Km. del suyo. Este sacerdote le enseñó gramática y latín. Era muy aficionado a la lectura y aprovechaba cualquier rato libre para entregarse a estos menesteres.
A los 10 años va a estudiar a Celania, a unos 10 Km. que recorría a pie diariamente. Pronto comenzó a soñar con poder ir al seminario, pero el coste, por pequeño que fuera, suponía un sacrificio imposible para los Roncalli. El Seminario era la única escuela donde se impartía la enseñanza superior. Entonces la Providencia puso de por medio a un monseñor de la familia Molani, para los que trabajaban los Roncalli como aparceros, quien se ofreció a pagarle los estudios en el Seminario de Bérgamo. Los últimos años los cursó en Roma, en el Apolinar, por expreso deseo del obispo de Bérgamo, pero al año siguiente fue llamado a filas para hacer el servicio miliar; tuvo que cambiar la sotana por el “caqui” de los soldados. Al cabo de un año regresó a Roma.
Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904. La Primera Misa la celebró en San Pedro, junto a la tumba del primer Vicario de Cristo y la segunda, el día de la Asunción en Sotto il Monte con su familia. Cuando Radini-Tedeschi fue nombrado arzobispo de Bérgamo, elige a Roncalli como secretario y durante 10 años se convirtió en su sombra, hasta su fallecimiento a consecuencia de un cáncer. En marzo de 1916 Roncalli fue nombrado teniente capellán para atender espiritualmente a los soldados combatientes en la Primera Guerra Mundial. Al regresar a Bérgamo fue nombrado director espiritual del Seminario. Eran tiempos duros y difíciles con la vuelta de los seminaristas del frente.
Es imposible tratar en esta breve biografía toda la dilatada trayectoria de su vida. No hay más remedio que resumir. Estuvo en Grecia como obispo titular, en Bulgaria como visitador apostólico, en Turquía como delegado apostólico y en Francia como nuncio apostólico, hasta 1953. En todos estos destinos al principio tuvo problemas con otras confesiones religiosas, pero en todos ellos, gracias a su “mano izquierda”, salió bien parado y acabó haciendo amigos. Nombrado después cardenal, fue asignado como Patriarca de Venecia, donde estuvo hasta su elección como Sumo Pontífice en el Cónclave de octubre de 1958. De todos los destinos que había tenido, el de Venecia fue el que le llenó de más satisfacción. ¡Por fin un trabajo puramente pastoral! Fueron los años más serenos y relajados de toda su trayectoria sacerdotal. A su palacio podían acudir todos los días durante tres horas todos los venecianos que quisieran consultarle algo. Se consideraba un “pastor de almas”. Fueron jornadas trepidantes, pero de una intensidad tranquila y serena.
Su pontificado, relativamente breve, fue sin embargo sumamente intenso. Los que le consideraban “un Papa de transición”, debido a su avanzada edad, quedaron asombrados de su actividad, con la convocatoria del Concilio Vaticano II y sus ocho Encíclicas. Su magisterio social en dos de ellas, “Mater et Magistra” y “Pacem in Terris” su labor en general fue profundamente apreciada, muy especialmente la de haber sido el alma y promotor del Concilio Vaticano II que fue visto como una naciente primavera para la Iglesia, si bien nunca llueve a gusto de todos y no faltan opiniones para todos los paladares. Falleció el 3 de junio de 1963 en el Palacio Apostólico de la ciudad del Vaticano. A su muerte la prensa escribió: “Un reinado demasiado breve para un pontífice que ha devuelto al mundo la sonrisa”. El 27 de abril de 2014 el Papa Francisco le canonizó junto a Juan Pablo II.
Reflexiones desde el contexto actual:
Podemos decir que con Juan XXIII la Iglesia inicia una nueva etapa de renovación y acercamiento a los fieles y seguramente una cierta reconciliación con el mundo moderno. Sin duda el Concilio Vaticano II que él inicia, supuso un aggiornamento, es decir una actualización de la Iglesia. Por lo que respecta a sus encíclicas “Mater et magistra” y “Pacem in terris” bien puede decirse que marcan un nuevo rumbo del pensamiento de la Iglesia en torno a la justicia social y a la paz universal. Pasado ya un tiempo razonable podemos ver la obra del “Papa Bueno” con cierta perspectiva, equidistante tanto de los admiradores incondicionales como de los detractores a ultranza, porque de todo ha habido en la viña del Señor. Ni con la llegada de Juan XXIII cambió el curso de la historia y la Iglesia explosionó en una eterna primavera como quieren unos, ni tampoco por supuesto fue un papa hereje, que puso en peligro la fe, como quieren otros. Digamos que la iglesia posconciliar sigue sumida en sus luces y en sus sombras, que sigue navegando cautelosa en medio de dudas y vacilaciones tanto que hay quienes piensan en la necesidad de un nuevo concilio que pueda hacer frente a las nuevas exigencias que los tiempos actuales demandan.