Un santo para cada día: 20 de marzo San Martín Dumio (el apóstol de los suevos)
"Todo trabajo sin humildad es vano"
Es muy probable que naciera en torno al a 510, en Panonia (Hungría), miembro de una importante familia romana; desde su juventud estuvo en contacto con la cultura, gustando de la lectura de Aristóteles, Cicerón y sobre todo de Séneca, que le dejará marcado para toda la vida. Muchas de las sentencias que él escribiera a lo largo de su vida tendrán un inconfundible sabor senequista, como ésta que reza así “Tu Patria es el lugar donde has encontrado el bienestar y la causa del bienestar no radica en el lugar sino en el hombre mismo”. Siendo muy joven todavía tomó contacto con la vida clerical y tuvo la oportunidad de hacer un viaje a Palestina, conociendo los santos lugares. Allí se quedaría durante varios años, en los cuales pudo conocer el floreciente monacato de estas tierras, le sirvió también para aprender griego que le resultaría útil entre otras cosas para conocer en sus propias fuentes a los Santos Padres. Por propia iniciativa y siguiendo los pasos de su compatriota Martin de Tours, decide venir a Gallaecia ( Finis Terrae) para convertir a sus hermanos los suevos, procedentes como él de Panonia, o tal vez lo hiciera a petición de alguna autoridad eclesiástica. De él nos dice Isidoro de Sevilla: “Martín, el santo Pontífice del monasterio de Dumio, llegó a Galicia por mar desde las tierras de Oriente. Allí, tras haber convertido al pueblo suevo de la impiedad arriana a la fe católica, fijo la norma de la fe y de la santa religión”.
A esta región llegaría hacia el 550, instalándose en Braga, sede de los reyes suevos; durante 30 éste habrá de ser el lugar de su apostolado y acabar logrando así el sueño perseguido de la conversión de sus compatriotas. Fue el lugar también donde fundó el monasterio de Dumio, del que fue abad convirtiéndole en poco tiempo en uno de los principales centros de cultura y espiritualidad cristiana de esta región, donde se copiaban códices y se realizaban otras labores. El monasterio de Dumio llegó a ser el núcleo central de una confederación de monasterios repartidos por toda Galicia y Asturias, hasta convertirse en una diócesis de la que Martín habría de ser su primer obispo en el año 556. Posteriormente en el año 572 llegaría a ser arzobispo de Braga, (Portugal), ciudad donde murió; de aquí que al santo también se le conozca como San Martín de Braga.
La labor de este gran apóstol no fue solo la re-evangelización de una Gallaecia imbuida de arrianismo y priscilianismo, sino que también fue un escritor cristiano de primera talla, considerado por algunos como el más letrado de su tiempo. Entre sus obras cabe destacar “De correctione rusticorum”, que tiene por tema a la población rural de los suevos sumida en las supersticiones paganas, que Martín trata de poner en evidencia, contrastándola con las verdades cristianas. Hubo otras más como “Pro repellenda iactancia”, “De superbia et eshortatotio humilitatis” etc.
El descanso definitivo de una vida intensa llega para Martín hacia el 579, con la satisfacción de haber visto el deber cumplido, siendo enterrado primeramente en la capilla de San Martín de Tours del monasterio de Dumio, para pasar posteriormente a la ciudad de Braga, donde se podía leer este epitafio “Nacido en Panonia, llegué atravesando los anchos mares y arrastrado por un instinto divino, a esta tierra gallega, que me acogió en su seno. Fui consagrado obispo en esta iglesia tuya, ¡oh glorioso confesor San Martín!; restauré la religión y las cosas sagradas, y habiéndome esforzado por seguir tus huellas, yo, tu servidor Martín, que tengo tu nombre, pero no tus méritos, descanso aquí en la paz de Cristo”.
Reflexión desde el contexto actual:
Martín como el mismo nos dice, arrastrado por un instinto divino cruzó los anchos mares. Así son los apóstoles que sienten la pasión de dar a conocer a Cristo. De las muchas enseñanzas que podríamos extraer de la obra y de la vida de Martín para los hombres y mujeres de hoy y de todos los tiempos, nos quedamos con ésta que de forma resumida nos ofrece en una de sus sentencias: "Todo trabajo sin humildad es vano"