Un santo para cada día: 12 de marzo Santa Serafina de Geminiano (Patrona de las personas discapacitadas)
Seis días antes de morir, S. Gregorio le concedió el favor de revelarle el momento de su muerte, que sucedió el 12 de marzo de 1253. Dicen que, al levantar su cuerpo inmóvil durante 6 años, sobre el tablón no había ni nardos, ni lirios, ni jacintos, tan solo, purísimas e inmaculadas violetas
Serafina, popularmente conocida como Fina de S. Geminiano, denominada así porque había nacido allí, en este pueblecito de la Toscana en el año1238. Sus padres fueron Cambio e Imperia que, habiendo conocido la prosperidad, por un capricho del destino habían venido a menos, quedándose prácticamente en la ruina, por lo que todos los miembros de la familia tuvieron que arrimar el hombro: cosiendo, hilando, o como fuera, para poder sobrellevar las cargas familiares. Fina era una niña bonita por fuera y por dentro, siempre dispuesta a compartir lo poco que tenía con otros que aún poseían menos que ella, demostrando en todo momento una gran generosidad cristiana, virtud que era complementada con piadosas devociones. Siendo todavía una niña, contaría unos 10 años, su padre murió, por lo que la situación familiar se agravó, quedando la familia en la más lastimosa indigencia, hasta el punto de verse en la necesidad de tener que mendigar.
No acabarían aquí las desgracias, ya que, al poco tiempo de morir su padre, Fina comenzó a sentir en su cuerpo las consecuencias de una extraña enfermedad. Veía como sus fuerzas comenzaban a fallarle, su rostro a deteriorarse y su natural belleza iba desapareciendo. Sentía cómo poco a poco sus pies, sus manos, sus órganos en general perdían movilidad, hasta que una parálisis general la dejó postrada en el lecho del dolor, sin poder valerse por sí misma. Por fortuna tenía a su madre que se ocupaba de ella, pero no a tiempo completo puesto que, con frecuencia Imperia se veía obligada a salir de casa a realizar algún trabajo, o en el peor de los casos a pedir limosna para poder comer. Dolorosa situación la de Fina que sufría por dentro y por fuera, pero siempre con esa paz del espíritu que dejaba asombrados a cuantos la veían, con esa resignación y fortaleza espiritual, que con los ojos clavados en el crucifijo la hacían pronunciar incesantemente estas palabras. "No son mis llagas las que me hieren, ¡Oh Cristo!, sino las tuyas".
Faltaba aún lo peor, repentinamente su madre murió y Fina inmóvil, postrada en un tablón, sin poder ahuyentar las moscas que se posaban sobre ella, quedaba en la más desoladora orfandad, ya solo le quedaba su leal amiga Beldía y algún vecino, que movido a compasión la visitaba de vez en cuando y le socorría en sus necesidades. A pesar de ello, Fina lo soportaba todo con paciencia heroica. En este tiempo en que sus delicados hombros tuvieron que soportar la pesada cruz de Cristo nunca perdió la alegría, su consuelo le venía de lo alto. Fina sintió una gran devoción por S. Gregorio Magno, a quien le pedía que intercediera ante Dios para que ella nunca perdiera la paciencia. Con toda seguridad debió de conocer sus magníficos escritos sobre “Los bienes de la enfermedad”, que serían bálsamo para sus sangrantes heridas y leería con fruición celestial, saboreando las sublimes reflexiones que hace el santo, exhortando a los enfermos a compartir con Cristo los dolores de su pasión. “Para que los enfermos conserven la virtud de la paciencia, se les debe exhortar a que continuamente consideren cuántos males soportó Nuestro Redentor por sus criaturas”.
Seis días antes de morir, S. Gregorio le concedió el favor de revelarle el momento de su muerte, que sucedió el 12 de marzo de 1253. Dicen que, al levantar su cuerpo inmóvil durante 6 años, sobre el tablón no había ni nardos, ni lirios, ni jacintos, tan solo, purísimas e inmaculadas violetas, como las que por su fiesta perfuman los aires de la región y que sus paisanos han bautizado con el nombre de “Flores de Sta. Fina”.
Reflexión desde el contexto actual:
El dolor en el mundo, siempre ha sido una gran incógnita para filósofos y pensadores, desde Platón hasta Camus. ¿Tiene sentido el dolor? Me temo que, aunque yo reprodujera aquí todo lo escrito sobre este tema, no sería suficiente para dar respuesta a esta pregunta. En cambio, si todos los que yacen en el lecho del dolor, en una silla de ruedas o retorciéndose de sufrimiento en la cama de un hospital, hubieran tenido la oportunidad de pasar tan solo una hora al lado de la heroica Fina, yo estoy seguro que habrían salido de allí reconfortados y con mil razones para responder a esta pregunta.