Un santo para cada día: 5 de septiembre Santa Teresa de Calcuta. (La Madre de los pobres)
| Francisca Abad Martín
“Una pobre entre los más pobres” Así fue Teresa de Calcuta
Agnes Conxha nació en Skopie (en la actual Macedonia del Norte) el 26 de agosto de 1910, aunque ella siempre consideró como fecha de su nacimiento, el 27, día de su bautismo. Fue la menor de los hijos de un matrimonio de origen albanés, procedentes de Kosovo. Su padre, involucrado en la política, murió repentina y misteriosamente cuando ella tenía 8 años. Su madre la educó cristianamente; asistió a la escuela estatal y participó en el coro de su parroquia. A los 5 años hizo la primera comunión y a los 6 la confirmación. Cuando tenía 12 comienza ya a vislumbrar su vocación religiosa.
Al cumplir los 18 años se dirige a la abadía de Loreto en Irlanda, para aprender el inglés, pues en realidad ella tenía muy claro que ese era el idioma oficial de la India y allí era donde quería ir. Ya no volvió a ver a su familia. Fue admitida como postulante y en noviembre de 1928 se traslada a la India. Después de cumplir el año de noviciado, marcha a un convento próximo al Himalaya, donde también aprende bengalí. Después va a Calcuta, al Convento de las Religiosas de Loreto. Allí pronuncia sus votos, cambiando su nombre por el de Teresa (en recuerdo a Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones). Comienza a trabajar como profesora de historia y geografía y así durante 20 años. En 1944 se convierte en directora del Centro.
Estando allí, empieza a preocuparse mucho por la dramática situación en que vivían los pobres, la miseria que sufrían, agravada por la violencia hindú-musulmana, que aterrorizaba a la gente. El 11 de septiembre de 1946 experimentó lo que ella denominó “la llamada dentro de la llamada” y comprendió que a partir de ese momento quería ser “una pobre entre los más pobres”.
Fue a París, con el apoyo de un empresario indio católico, donde recibió capacitación médica y a su regreso a la India solicitó la nacionalidad, recibiendo formación como enfermera durante 3 meses. Se vistió con un “sari” blanco con ribetes azules y se fue a los barrios más pobres para enseñar a leer a los niños, inauguró una sencilla escuelita y después se dedica a ayudar a los más pobres, a los indigentes, a los hambrientos y a los enfermos. A comienzos de 1949 se le unió un grupito de jóvenes y sentó las bases para crear una comunidad religiosa destinada a ayudar a los más necesitados. Como no tenían dinero tuvieron que recurrir a las limosnas, donaciones, etc.
En 1948 envió al Vaticano la solicitud para que la Santa Sede aprobara su nueva Congregación. En 1950 recibió la autorización, con el nombre de Misioneras de la Caridad. El número de jóvenes que se les unían fue creciendo. En 1952 inauguró el primer hogar para moribundos en un templo hindú, operación no exenta de problemas y altercados, porque algunos dirigentes hindúes no querían que fuera reutilizado para esos fines. Tuvo que intervenir la policía. No habría de ser el único caso. Serían muchos los detractores que cuestionaron su obra y la santidad de su vida, llegándola a acusar de gestionar mal los fondos, de no atender debidamente a los enfermos, de tener poca higiene en unos hospitales, a los que pusieron el sobrenombre de “Casas de muerte”. Detractores que solo acertarán a ver en ella una figura propagandística de corte integrista, que practicaba el proselitismo barriendo para casa, como si no fuera de todos sabido que en sus casas eran acogidos todos sin importar para nada la religión que profesara cada cual. Todo parece responder a la embestida de un sector del progresismo laicista, que no ha podido perdonar que una mujer portadora de los valores cristianos,con una concepción sobrenatural del sufrimiento y la muerte, combatiente acérrima de la ideología de género, del aborto y de la cultura de la muerte, se convirtiera en símbolo universal de una generación entera.
La mayoría de los mortales, en cambio, ha podido ver en ella una benefactora universal, lo cual no deja de ser una evidencia por lo que, a lo largo de su fructífera y dilatada vida, recibiría muchos premios, que ahora no es el caso citar, entre ellos el Nobel de la Paz en 1979. El 13 de marzo de 1997, agotada y enferma, cedió el puesto de superiora a sor Nirmala, falleciendo el 5 de septiembre de ese mismo año, a consecuencia de un paro cardiaco a los 87 años. El gobierno indio le concedió un funeral de Estado igual que en su día tributó a Mahatma Gandhi. Su cuerpo quedó sepultado en la Casa Central en Calcuta.
Fue beatificada por S. Juan Pablo II en el año 2003 y canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre de 2016.
Reflexión desde el contexto actual:
Son tantas las cosas que se podrían decir de esta mujer excepcional que no tendríamos espacio para anotarlas, ni tampoco hay palabras que puedan reflejar con exactitud su ingente labor en favor de la caridad hacia los más pobres. Ante ella nos sentimos empequeñecidos en medio de nuestras vidas raquíticas, comodonas y “muelles”. Cuando comparamos las nuestras con la que ella vivió, sentimos un cierto escalofrío por dentro, nos avergonzamos y a lo más que nos atrevemos, es a decir: ¡qué colosal y benefactora fue la obra de esta gran mujer, que hermoso y vivificante es ayudar a hacer más llevadero el sufrimiento y la muerte de los más pobres!, pero ahí nos quedamos, para seguir con nuestra vida rutinaria, sin mayores compromisos ante el hermano necesitado.