Un santo para cada día: 31 de diciembre S. Silvestre (El santo con el que despedimos el año)
Asistimos al último periodo de la Roma pagana. Son los comienzos del siglo IV, en que los cristianos se ven todavía asediados por las persecuciones de los emperadores Diocleciano y Maximiano el Herculeo, que se irían de este mundo sin haber logrado su propósito de acabar con los cristianos; al contrario, según la expresión mil veces repetida, la sangre de los mártires estaba siendo semilla de cristianos, pese a todas las dificultades. Silvestre, clérigo romano, va a saber lo que es sentirse perseguido y lo que es comparecer ante el prefecto de Roma Tarquinio Perpena, quien le ordena rendir culto a los dioses paganos y en vistas de la negativa del valeroso cristiano mandó que éste fuera encarcelado de inmediato en la prisión, pero pronto se vería libre porque de forma repentina Tarquinio murió a la noche siguiente y esto le permitió poder salir en libertad. Ya nadie le volvería a molestar, porque el cruel Galerio, uno de los perseguidores más crueles de los cristianos, acabaría dándose cuenta que había perdido la batalla contra Cristo, publicando en 311 el “Edicto de Tolerancia de Nicomedia”, por el cual se permitía a los cristianos libertad de culto. Esto sucedía dos años antes del edicto de Milán de Constantino.
Silvestre había nacido en Roma el año 270, hijo de Rufino, quien le colocó bajo la custodia del prudente y piadoso clérigo romano Cirino. No tardó mucho en distinguirse como persona hospitalaria, que acogía huéspedes en su mansión, tal fue el caso de Timoteo de Antioquía. Una vez clérigo, es llamado a suceder en la sede de Pedro a Melquíades, el 31 de enero de 314, un año después de que se promulgase el Edicto de Milán. Su pontificado va a ser largo, durando unos 20 años, en los que van a tener lugar diversos acontecimientos.
Sería ingenuo pensar que de la noche a la mañana todas las cosas iban a cambiar con la publicación del Edicto de Milán por Constantino. Las adherencias y costumbres paganas, arraigadas durante tanto tiempo, seguirían ahí; de este modo el emperador Constantino seguía siendo la cabeza visible de la nueva religión. Por otra parte, estaban las diversas corrientes desviadas que, con sus luchas y divisiones, amenazaban la unidad interna dentro del cristianismo. Por diversas razones el pontificado de Silvestre se presentaba como un periodo esperanzador y apasionante, a la vez, en el que no faltaron las inquietudes, dificultades y conflictos. Diríamos que había llegado el tiempo de construir cuidadosamente y organizar con tino. Va a haber muchos debates y se van a celebrar varios concilios; como telón de fondo va a estar la urgencia de encontrar un equilibrio entre el poder político y el poder religioso.
Puede que fuera el papa Silvestre a quien le cupo el honor de haber bautizado a Constantino, pero cuando menos fue su paño de lágrimas en los momentos más dolorosos y amargos de su existencia, algo que el emperador nunca olvidaría y que sabría recompensarle con generosidad. En este tiempo se construirían en Roma las famosas fundaciones constantinianas, las suntuosas basílicas rebosantes de lujo y esplendor, donde brillaba el oro, la plata y sus preciosos muros engalanados: S. Salvador de Letrán, La primera Iglesia de S. Pedro en el Vaticano, S. Pablo, Sta. Inés, S. Lorenzo etc. La misma residencia imperial del Palacio Lateranense pasa a manos de Silvestre y se convierte en sede del papado. En el pontificado del Papa Silvestre el oficio divino adquiere un esplendor inusitado, en este marco incomparable de tan majestuosas basílicas con una liturgia renovada. Se renueva también la disciplina eclesial conocida como la “Constitución de S. Silvestre”. Muchos fueron los concilios que se celebraron durante su pontificado. El de Alejandría, Palestina, Laodicea, Nicodemia, Cartago, Cesarea y sobre todo el importante concilio de Nicea, donde brillan con luz propia dos de las grandes autoridades de la Iglesia; Atanasio y Osio. De allí saldría la condena a Arrio y la formulación del famoso credo de Nicea. Por las razones que fueran, Silvestre no asistía a los concilios y bien que algunos se lo echaron en cara; aún con todo, él siempre respaldó los acuerdos y conclusiones tomadas en ellos. No podemos decir que el tema de las relaciones entre Iglesia y Estado quedara resuelto, pero bien es cierto que durante este pontificado se da un pasito adelante, iniciándose el proceso de la desaparición de la Roma pagana y el resurgir de la nueva Roma cristiana emergente. Después de un fructuoso y largo pontificado, el papa Silvestre moría pacíficamente en Roma el 31 de diciembre del año 335.
Reflexión desde el contexto actual:
La festividad de S. Silvestre ha quedado asociada a la celebración del fin de Año, uno de los principales acontecimientos sociales de nuestro mundo moderno. Día de jolgorios y debiera ser de nostalgia también. Acabamos el año quemando los demonios que llevamos dentro, para entregarnos a una alegría desenfrenada, en medio del bullicio y los ruidos porque lo viejo se acaba y nace lo nuevo. Para los más espirituales la festividad de S Silvestre viene a significar el último día del año, propicio para hacer balance sobre lo que hicimos bien, sobre lo que hicimos mal o sobre lo que no hicimos. Es el momento idóneo para reflexionar sobre el tiempo malgastado y las oportunidades perdidas, que tratamos de compensar con buenos deseos y con las mismas promesas de siempre que suelen caer en campos de barbecho. Desde el punto de vista cristiano, no deja de ser una magnífica ocasión de pedir perdón a Dios por nuestras infidelidades y también de darle gracias por los innumerables dones recibidos. Otro año que se nos va dejándonos el recuerdo de los que ya partieron