Un santo para cada día: 8 de abril Sta. Julia Billiart. (La tierna madre de los niños pobres)
Hay personas que al poco de nacer parecen predestinadas para ejercer una determinada misión en la vida de músicos, intérpretes, deportistas, pintores, a quienes la naturaleza parece haberles dotado de unas cualidades, inclinaciones y predisposiciones especiales. Tal parece ser el caso de Julia Billiart, de quien bien podía decirse que había nacido para ayudar a los demás. Nació el 12 de julio de 1752 en la localidad de Cuvilly (Bélgica) y pertenecía a una familia de agricultores y comerciantes, bastante bien acomodada. Su madre se llamaba Marie-Louise-Antoinette y su padre Debraine. Tuvo 6 hermanos. Desde muy pequeña cualquiera podía ver en ella rasgos caritativos hacia los demás y una especial predilección por los enfermos. Su buena preparación y más que satisfactorio conocimiento del catecismo, le permitieron recibir la primera comunión y la confirmación a los 9 años, tomando la decisión desde entonces de permanecer virgen toda su vida.
Cumplidos los 16 años la vemos trabajando afanosamente en las faenas del campo y ayudando a quienes más lo necesitaban, hasta el punto de que la gente la llegó a conocer como la santa de Cuvilly. A ella misma nunca le faltaron desgracias que soportar. En cierta ocasión, cuando contaba 24 años quedó inmovilizada de las piernas por el susto que le produjo un atentado perpetrado contra su propio padre y así permanecería durante 22 años, hasta que, de forma milagrosa e inexplicable para los médicos, recobró la movilidad de los miembros. En otro de los lances quedaría muda y así permanecería durante varios meses; esto sin contar las persecuciones y enfermedades de que fue objeto, en unos tiempos en los que estaba en todo su apogeo la revolución francesa. Ello fue lo que obligó a la familia a cambiar de residencia y marchar a Compregne. El régimen de terror que se vivía durante la revolución francesa obligaba a trasladarse de un lugar a otro. En el año 1790 una familia piadosa tuvo que ponerla a salvo trasportándola a Compiègne camuflada en un carro de heno. Los cambios de residencia resultaban especialmente dolorosos para una persona impedida como ella, por lo que un día se dirigió a Dios con estas palabras: “Señor, en la tierra no hay posada para mí. ¿Quieres reservarme un rinconcito en el Paraíso?”
Con la muerte de Robespierre las persecuciones bajaron de voltaje y Julia pudo establecerse en Amiens, donde conocería a su amiga y colaboradora Francisca Blin vizcondesa de Gizaincourt, personaje importante en la fundación del “Instituto de Nuestra Señora”, que habría de ser la gran hazaña de Julia Billiart. La verdad es que en un principio era difícil creer que la obra de una paralítica fuera a tener mucho recorrido, pero era bien cierto que detrás de esa ruina física se albergaba un espíritu de gigante. En torno al lecho de la paralítica se fue formando un nutrido grupo de admiradoras, quienes recibían extasiadas las lecciones de una consagrada maestra del espíritu, que las animaba a dedicarse a los pobres. El instituto, que tenía por finalidad esencial la atención de niños pobres, comenzó su andadura el 19 de junio 1806 con 30 miembros. Cuando ya había recobrado Julia la movilidad en las piernas, fueron apareciendo centros de acogida en distintas poblaciones. Los primeros beneficiarios fueron 8 huérfanos.
Todo iba bien, pero una torpe maniobra del abad de Sambucy de St. Estève obligó a Julia a abandonar Amiens, con lo que se le cerraba esta puerta, pero se le abriría otra en la diócesis de Namur, donde su obispo, Pisani de la Gaude, la acogió con cordialidad y la animó a proseguir su obra. En el espacio de 12 años se habían construido 15 centros, pero el paso del tiempo no perdona y a la infatigable luchadora le iban faltando ya las fuerzas, hasta que en 1816 cayó enferma sin que pudiera recuperarse. Rezando el “magnificat” moriría tres meses después esta protectora y madre de los niños pobres.
Reflexión desde el contexto actual:
“Pensad cuán pocos sacerdotes hay actualmente y cuántos niños necesitados se debaten en la ignorancia. Tenemos que luchar para ganarlos para Cristo”. Estas palabras de Julia Billiart no solamente tienen vigencia hoy día, sino que están esperando que otra Julia del siglo XXI haga de ellas el lema de un nuevo y fructífero apostolado, en conformidad con el signo de los tiempos que corren.