Un santo para cada día: 15 de abril S. Telmo ( El vanidoso humillado. Patrón de los navegantes)
En recuerdo todavía de los fuegos de S. Telmo, en que el amigo de los marineros acudía flotante entre las olas envuelto en su hábito blanco y un rayo de luz para salvarlos, es por lo que los pescadores y navegantes, cuando se ven en peligro gritan a su patrón: “San Telmo ¡Sálvanos!”
En realidad, su verdadero nombre no era Telmo sino Pedro González, nacido el 9 de marzo de 1190 en Frómista (Palencia), en medio de la inmensa llanura castellana, que el río Pisuerga da de beber al paso por estas tierras. En la bella iglesia de S. Martín, fue bautizado este niño perteneciente a una familia distinguida, por lo que pudo vivir con desahogo. Una vez cursadas las primeras letras fue enviado por sus padres a estudiar a un centro universitario palentino, donde se caracterizaría como estudiante juerguista, llegando luego a destacar como profesor, en la por aquel entonces célebre universidad de Palencia. Cursados los estudios fue ordenado sacerdote por el obispo Arderico, que era tío suyo, bajo cuya sombra pudo vivir alegremente y medrar deprisa. En este tiempo desempeñó el cargo de canónigo y sin tener la edad requerida fue nombrado deán de la Catedral. Uno de los divertimentos preferidos de este ilustre personaje consistía en pasearse por las calles de la ciudad en un corcel pura sangre.
Un día, exactamente por la festividad de Navidad, un acontecimiento entre desafortunado y gracioso iba a hacer cambiar por entero el rumbo de su vida. Sucedió de esta manera: Como solía hacerse en las grandes festividades, el pueblo podía contemplar, admirar, saludar y aplaudir a su Deán vestido de gala, montando un enjaezado caballo y haciendo alarde de su destreza con las bridas, en medio de unos fieles enardecidos que llenaban las plazas y las calles de la ciudad. Todo un espectáculo digno de verse y que nadie se quería perder; pero hete aquí que en esta ocasión las cosas se torcieron. De pronto el animal resbala al pisar en unas placas de hielo, se asusta y emprende una huida desenfrenada, dejando a su amo en tierra cubierto de lodo, magullado, en trance de tener que soportar el más humillante de los ridículos; como es natural el público que lo estaba presenciando no pudo contener las carcajadas que llegaban a oídos del pobre caballero, quien solo pedía que se abriera un hueco para que la tierra le tragara. Había sido suficiente un solo momento, para que la joven promesa de la iglesia palentina se diera cuenta cuán efímeros son los triunfos humanos. Llegado a palacio y a solas consigo mismo, meditaría Telmo en la profunda sabiduría que se encierra en la sentencia del Eclesiastés “vanidad de vanidades y todo es vanidad.” Había que cambiar de vida y dedicarse a lo trascendente desde el anonimato. Telmo renuncia al deanato y quiere seguir los pasos de ese hombre entrañable llamado Domingo de Guzmán, ingresando en el convento que la reciente orden de predicadores había abierto en Palencia. Allí hace el noviciado, se prepara para la profesión de los votos y se va empapando del espíritu dominicano.
Fray Telmo arde en celos apostólicos que le empujan a predicar el evangelio por esos caminos de Dios y se convierte en un apóstol infatigable, que va dejando huella por donde pasa, en unos tiempos de reconquista, donde los jóvenes combatían para defender la fe cristiana. Lo mismo le vemos en Andalucía como lo vemos en Galicia, lo mismo le encontramos predicando en los campamentos a los soldados como a la muchedumbre en las plazas y las calles. Tan pronto aparece departiendo y aconsejando al rey y a los nobles, como ayudando a los pobres, pero sobre todo, hay que decir que Telmo fue el apóstol de los hombres del mar, que siempre le acogieron con cariño, le recordaron con veneración y siempre le querían tener cerca, por si las borrascas y los vientos huracanados agitaban las aguas de los tenebrosos mares. Amigos suyos fueron los marineros, que entusiasmados le cantaban así. “Señor San Pedro González/ de navegantes piloto/líbranos de terremoto y defiéndenos de males.
En recuerdo todavía de los fuegos de S. Telmo, en que el amigo de los marineros acudía flotante entre las olas envuelto en su hábito blanco y un rayo de luz para salvarlos, es por lo que los pescadores y navegantes, cuando se ven en peligro gritan a su patrón: “San Telmo ¡Sálvanos!”
Después de haber bregado por todos los caminos dejándose la piel, Telmo presintió certeramente que su final estaba próximo. Se despidió de la ciudad de Tuy y el 14 de abril entregaba su alma a Dios.
Reflexión desde contexto actual:
En la vida de cada hombre, suele haber una experiencia trascendental y en el caso de S. Telmo ésta hay que situarlo, precisamente, en el momento que se da cuenta que la gloria de este mundo es pasajera y que todo en esta vida es vanidad, no más que flor de un día. Si esto es así y nadie cuerdamente puede ponerlo en duda, lo único que nos queda es abrirnos a un horizonte de trascendencia, por mucho que nuestra cultura de la posmodernidad trate de negarlo.