El Pueblo de Dios (Iglesia) es servicio y comunión.
Domingo Veinte y Uno Año Ordinario A. 27.08.2017.
(Mateo 16,13-20).
..."será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la familia de Judá. Pondré en sus manos la llave de la Casa de David;
cuando él abra, nadie podrá cerrar, y cuando cierre, nadie podrá abrir. Lo meteré como un clavo en un muro resistente y su puesto le dará fama a la familia de su padre". (Isaías 22, 21-23).
He querido comenzar con la primera lectura de esta domínica, pues creo que es un buen preludio acerca de lo que se puede decir de Jesús, su Iglesia y el Papa.
En el texto nos encontramos con el hecho de que Dios nombra un administrador para el palacio del reino de Israel. Le da poderes plenos como un padre. El poder y la autoridad son una delegación de Dios; son un factor de la providencia de Dios en la historia. El poder y la autoridad deben dar cuenta a Dios, y deben ser usados paternalmente. Esta primera lectura es como un preludio acerca de lo previsto por Jesús. Pedro es nombrado por Jesús cabeza de la Iglesia naciente. Es delegado por Cristo con plenos poderes pastorales, los cuales serán transmitidos a los sucesores, a los Papas.
Pedro es un como un "administrador" de Dios, El poder y autoridad del Papa es sobre todo paternal y pleno de misericordia.
Nadie puede negar que ya en el Antiguo Testamento Dios quiere que su pueblo tuviera un centro visible: Jerusalén, y que la nación se había ordenado en torno al Templo y a los reyes, hijos de David.
Cuando Dios eligió a David, primer rey de Israel, le prometió que sus hijos estarían para siempre encabezando el Reino de Dios. Y esta promesa se verificó en Jesús.
Ahora, en Evangelio de hoy, Jesús elige a Pedro, que será para siempre la base visible del edificio. En adelante los sucesores de Pedro, los Papas, serán uno tras otro cabeza visible del cuerpo de la Iglesia, lo mismo que Pedro lo fue para el grupo de los apóstoles y para la primitiva Iglesia.
Estoy diciendo que el Evangelio de hoy nos habla claramente de la Iglesia; nos dice, sobre todo, cuál es su base. Ésta no es otra que el mismo Jesús, y la fe de la Iglesia, Pueblo de Dios, es en Él, el Cristo e Hijo de Dios; además el Evangelio realza la dignidad propia de Pedro entre todos los apóstoles. Todo esto sugiere que la Iglesia siempre necesitará una cabeza visible, y ésta será el sucesor de Pedro, el Papa.
La fe en Cristo, hijo de Dios, que Pedro proclama primero entre los apóstoles, es realmente cosa que viene de Dios:
"Simón contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Feliz eres, Simón Bar-jona, porque no te lo enseñó la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos".
La fe proclamada por Pedro no es una mera opinión humana o una adhesión sentimental. Nó. Esa fe no viene ni de la carne ni de la sangre: expresión que, entre los judíos, designaba lo que en el hombre es puramente humano, lo que el ser mortal hace y comprende con sus propias capacidades. La fe de Pedro y también la nuestra vienen del Padre. Él nos ha elegido y nos ha traído hacia Cristo.
El Evangelio confirma que el Papa es la autoridad de la Iglesia. También, a través del Evangelio, al leerlo y orarlo, nos queda muy claro que Jesús quiso una Iglesia fraterna y de comunión. Fraterna pero no anárquica. Se trata de una Iglesia que es presidida y dirigida con amor fraterno, con servicio y comunión, pero esto no significa una Iglesia sin autoridad.
Por otro lado, la Iglesia está viviendo en un tiempo y en una cultura, en que la manera de comprender la autoridad toma formas y modelos distintos, y en consonancia con la época que estamos viviendo.
Es evidente, a pesar de las confusiones aparentes y ciertas actitudes de rebeldías y de ciertos libertinajes, que la autoridad está teniendo una concepción mucho más cercana al ideal evangélico. Una autoridad más sencilla, fraterna, de comunión y de participación de los hermanos, donde la autoridad se distingue más por la responsabilidad y el compromiso de servir, que por signos externos pomposos y ostentosos.
Antiguamente el Papa aparecía con cosas externas que no eran muy evangélicas, que lo alejaban de ser el Cristo sencillo y pobre, encarnado en medio de nosotros. Habían celebraciones, en que el Papa era llevado y cargado en hombros, en una silla gestatoria, por personas, que más que hermanos en comunión familiar, aparecían como súbditos, por no decir esclavos suyos; no aparecía "coronado de espinas", sino con una triple tiara con piedras preciosas sobre su cabeza.
Doy gracias al Espíritu del Señor porque ahora estamos más cerca del Evangelio. El Papa Francisco I nos ha dicho: "Quiero una Iglesia pobre y para los pobres". Nos recuerda al Papa Juan XXIII: "Queremos ser la Iglesia de todos, pero especialmente queremos ser la Iglesia de los pobres". También a Pablo VI, quien al clausurar el Vaticano II, en la Eucaristía, se sacó la tiara de su cabeza, en el momento del ofertorio, haciendo un gesto de desprendimiento, despojo y ofrecimiento fraterno, a la manera de Cristo, para compartir y entregarse él y la Iglesia a los pobres, haciendo comunión y fraternidad con ellos.
Pido al Señor, que por su Espíritu, vaya ahondando en nosotros, en su Iglesia, la sencillez, la pobreza, el espíritu de servicio humilde, dialogante y en comunión fraterna.
Como creyente sé y creo que la Iglesia, Pueblo de Dios, la guía el Espíritu Santo, y que, no obstante, cualquier error y pecado mío y de los creyentes: Obispos, Sacerdotes, Religiosas y Laicos, el Espíritu se las arreglará para que las cosas vayan en el sentido que Dios quiere. Y esto lo digo consciente de nuestras dificultades, errores y pecados de esta época. La Iglesia es de Jesús y está animada por el Espíritu Santo.
Tengamos fe y esperanza, y sobre todo amor y comunión fraterna, cuando arrecian las críticas por nuestros propios pecados. Me duele mucho el pecado nuestro, pero más me duele encontrarme con católicos, que se han convertido en el peor cuchillo y "que hacen leña del árbol caído"; son los que se han convertido en jueces de sus propios hermanos.
Recuerdo:"No juzguen y no serán juzgados".
Rechazamos tajantemente el pecado y el delito de cualquier hermano que rompa la comunión con Dios y su Iglesia; rechazamos cualquier pecado o delito de un hermano sacerdote. Pero al hermano pecador, a la manera de Jesús, debemos salvarlo. Pero, sobre todo, debemos preocuparnos y ocuparnos en justicia, comunión y fraternidad, del hermano víctima del pecador. El juicio humano le corresponde a los Tribunales, sean éstos civiles o eclesiásticos. Y creo, como disciplina interna, que al Papa le corresponde, velando por la comunión fraterna, tomar una decisión, previa investigación y juicio correspondiente.
El Papa y los obispos tiene particularmente el Espíritu Santo: esto está expresado en Evangelio de hoy. Pero también, el Espíritu Santo, lo tienen los demás cristianos y las comunidades. ¡Qué falta nos hacen las comunidades cristianas de base! ¡Son base de la Iglesia! Desde allí el Espíritu Santo distribuirá a cada uno diversas responsabilidades y diversas funciones en la Iglesia. Por eso nuestras comunidades de base, pequeñas, donde se quiere vivir la fraternidad, la comunión, y trabajar para que el mundo sea fraternidad, están habitadas por el Espíritu de Jesús, son la Iglesia, en cuanto que están unidas al obispo y, a través de él, al Papa. Sin esta comunión serían un grupo cualquiera, pero no Iglesia.
Las tensiones que se dan, a veces, entre las comunidades y la autoridad, se resuelven o solucionan, porque el Espíritu está de forma diversa tanto en la autoridad como en la comunidad. Por lo demás, estas tensiones no deberían ser habituales. Si la autoridad respeta el derecho de los cristianos a buscar ser militante y, ellos, a su vez, ven en el obispo a un padre y una autoridad (de autor), no debería haber problemas. Esto, en forma particular, no se está dando en Obispado de Osorno. Oremos para que el Señor, por su Espíritu y, tal vez por la próxima visita del Papa Francisco, todo sea solucionado. Sería un gesto de servicio y comunión eclesial.
A veces los cristianos no están de acuerdo del todo con las decisiones concretas que toma el obispo, pero no por eso se deberían separar de la comunión y del amor que se tiene a un padre, o hacer cosas contrarias a su enseñanza. Lo mismo hará el obispo con sus hijos, sin rechazarlos dura y autoritariamente, faltando así, a la comunión entre el padre y el hijo.
En la Iglesia, la relación entre la autoridad y la comunidad cristiana de base nunca debería quedar dañada, ni romper el respeto, el amor, la creatividad y la autonomía. La conciliación de estos elementos será siempre difícil. Y habría que agregar que lo que es imposible para el hombre es posible para el Espíritu Santo. Pues, me parece, que ésta es principalmente la acción del Espíritu en la Iglesia.
Algunas citas complementarias de Conferencia Episcopal de Puebla:
"La Iglesia como Pueblo de Dios, reconoce una sola autoridad: Cristo. Él es el único Pastor que la guía. Sin embargo, los lazos que a Él la atan son mucho más profundos que los de la simple labor de conducción. Cristo es autoridad de la Iglesia en el sentido más profundo de la palabra: porque es su autor. Porque es la fuente de su vida y unidad, su Cabeza. Esta capitalidad es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros. Por eso, la participación de su autoridad a los pastores, a lo largo de la historia, arranca de esta misma realidad. Es mucho más que una simple potestad jurídica. Es participación en el misterio de su capitalidad. Y, por lo mismo, una realidad de orden sacramental.
Los Doce presididos por Pedro, fueron escogidos por Jesús para participar de esa misteriosa relación suya con la Iglesia. Fueron constituidos y consagrados por Él como sacramentos vivos de su presencia, para hacerlo visiblemente presente Cabeza y Pastor, en medio de su Pueblo. De esta comunión profunda en el misterio, fluye como consecuencia, el poder "atar y desatar" (del Evangelio de hoy). Considerado en su totalidad, el misterio jerárquico es una realidad de orden sacramental, vital y jurídico como la Iglesia.
Tal ministerio fue confiado a Pedro y a los demás apóstoles, cuyos sucesores son hoy día el Romano Pontífice y los Obispos, a quienes se unen, como colaboradores, los presbíteros y diáconos. Los pastores de la Iglesia no sólo la guían en nombre del Señor. Ejercen también la función de maestros de la verdad y presiden sacerdotalmente el culto divino. El deber de obediencia del Pueblo de Dios frente a los Pastores que le conducen, se funda, antes que en consideraciones jurídicas, en el respeto creyente a la presencia sacramental del Señor en ellos. Ésta es su realidad objetiva de fe, independiente de toda consideración personal.
En América Latina, desde el Concilio y Medellín, se nota un cambio grande en el modo de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Se ha acentuado su carácter de servicio y sacramento, como también su dimensión de afecto colegial. Esta última ha encontrado su expresión, no sólo a nivel del consejo presbiteral diocesano, sino también a través de las Conferencias Episcopales y el CELAM.
Esta visión de Iglesia como Pueblo histórico y socialmente estructurado, es un marco al cual necesariamente debe referirse también la reflexión teológica sobre las Comunidades Eclesiales de Base en nuestro continente, pues introduce elementos que permiten complementar el acento de dichas comunidades en el dinamismo vital de las bases y en la fe compartida más espontáneamente en comunidades pequeñas. La Iglesia, como Pueblo histórico e institucional, representa la estructura más amplia, universal y definida dentro de la cual deben inscribirse vitalmente las Comunidades Eclesiales de Base para no correr el riesgo de degenerar hacia la anarquía organizativa por un lado y hacia el elitismo cerrado o sectario por otro (Cfr. E.N. 58)". (Todo de Puebla desde el número 257 al 261).
Como hombre del Pueblo de Dios, de Iglesia, como signo de servicio y de comunión fraterna,
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
(Mateo 16,13-20).
..."será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la familia de Judá. Pondré en sus manos la llave de la Casa de David;
cuando él abra, nadie podrá cerrar, y cuando cierre, nadie podrá abrir. Lo meteré como un clavo en un muro resistente y su puesto le dará fama a la familia de su padre". (Isaías 22, 21-23).
He querido comenzar con la primera lectura de esta domínica, pues creo que es un buen preludio acerca de lo que se puede decir de Jesús, su Iglesia y el Papa.
En el texto nos encontramos con el hecho de que Dios nombra un administrador para el palacio del reino de Israel. Le da poderes plenos como un padre. El poder y la autoridad son una delegación de Dios; son un factor de la providencia de Dios en la historia. El poder y la autoridad deben dar cuenta a Dios, y deben ser usados paternalmente. Esta primera lectura es como un preludio acerca de lo previsto por Jesús. Pedro es nombrado por Jesús cabeza de la Iglesia naciente. Es delegado por Cristo con plenos poderes pastorales, los cuales serán transmitidos a los sucesores, a los Papas.
Pedro es un como un "administrador" de Dios, El poder y autoridad del Papa es sobre todo paternal y pleno de misericordia.
Nadie puede negar que ya en el Antiguo Testamento Dios quiere que su pueblo tuviera un centro visible: Jerusalén, y que la nación se había ordenado en torno al Templo y a los reyes, hijos de David.
Cuando Dios eligió a David, primer rey de Israel, le prometió que sus hijos estarían para siempre encabezando el Reino de Dios. Y esta promesa se verificó en Jesús.
Ahora, en Evangelio de hoy, Jesús elige a Pedro, que será para siempre la base visible del edificio. En adelante los sucesores de Pedro, los Papas, serán uno tras otro cabeza visible del cuerpo de la Iglesia, lo mismo que Pedro lo fue para el grupo de los apóstoles y para la primitiva Iglesia.
Estoy diciendo que el Evangelio de hoy nos habla claramente de la Iglesia; nos dice, sobre todo, cuál es su base. Ésta no es otra que el mismo Jesús, y la fe de la Iglesia, Pueblo de Dios, es en Él, el Cristo e Hijo de Dios; además el Evangelio realza la dignidad propia de Pedro entre todos los apóstoles. Todo esto sugiere que la Iglesia siempre necesitará una cabeza visible, y ésta será el sucesor de Pedro, el Papa.
La fe en Cristo, hijo de Dios, que Pedro proclama primero entre los apóstoles, es realmente cosa que viene de Dios:
"Simón contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Feliz eres, Simón Bar-jona, porque no te lo enseñó la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos".
La fe proclamada por Pedro no es una mera opinión humana o una adhesión sentimental. Nó. Esa fe no viene ni de la carne ni de la sangre: expresión que, entre los judíos, designaba lo que en el hombre es puramente humano, lo que el ser mortal hace y comprende con sus propias capacidades. La fe de Pedro y también la nuestra vienen del Padre. Él nos ha elegido y nos ha traído hacia Cristo.
El Evangelio confirma que el Papa es la autoridad de la Iglesia. También, a través del Evangelio, al leerlo y orarlo, nos queda muy claro que Jesús quiso una Iglesia fraterna y de comunión. Fraterna pero no anárquica. Se trata de una Iglesia que es presidida y dirigida con amor fraterno, con servicio y comunión, pero esto no significa una Iglesia sin autoridad.
Por otro lado, la Iglesia está viviendo en un tiempo y en una cultura, en que la manera de comprender la autoridad toma formas y modelos distintos, y en consonancia con la época que estamos viviendo.
Es evidente, a pesar de las confusiones aparentes y ciertas actitudes de rebeldías y de ciertos libertinajes, que la autoridad está teniendo una concepción mucho más cercana al ideal evangélico. Una autoridad más sencilla, fraterna, de comunión y de participación de los hermanos, donde la autoridad se distingue más por la responsabilidad y el compromiso de servir, que por signos externos pomposos y ostentosos.
Antiguamente el Papa aparecía con cosas externas que no eran muy evangélicas, que lo alejaban de ser el Cristo sencillo y pobre, encarnado en medio de nosotros. Habían celebraciones, en que el Papa era llevado y cargado en hombros, en una silla gestatoria, por personas, que más que hermanos en comunión familiar, aparecían como súbditos, por no decir esclavos suyos; no aparecía "coronado de espinas", sino con una triple tiara con piedras preciosas sobre su cabeza.
Doy gracias al Espíritu del Señor porque ahora estamos más cerca del Evangelio. El Papa Francisco I nos ha dicho: "Quiero una Iglesia pobre y para los pobres". Nos recuerda al Papa Juan XXIII: "Queremos ser la Iglesia de todos, pero especialmente queremos ser la Iglesia de los pobres". También a Pablo VI, quien al clausurar el Vaticano II, en la Eucaristía, se sacó la tiara de su cabeza, en el momento del ofertorio, haciendo un gesto de desprendimiento, despojo y ofrecimiento fraterno, a la manera de Cristo, para compartir y entregarse él y la Iglesia a los pobres, haciendo comunión y fraternidad con ellos.
Pido al Señor, que por su Espíritu, vaya ahondando en nosotros, en su Iglesia, la sencillez, la pobreza, el espíritu de servicio humilde, dialogante y en comunión fraterna.
Como creyente sé y creo que la Iglesia, Pueblo de Dios, la guía el Espíritu Santo, y que, no obstante, cualquier error y pecado mío y de los creyentes: Obispos, Sacerdotes, Religiosas y Laicos, el Espíritu se las arreglará para que las cosas vayan en el sentido que Dios quiere. Y esto lo digo consciente de nuestras dificultades, errores y pecados de esta época. La Iglesia es de Jesús y está animada por el Espíritu Santo.
Tengamos fe y esperanza, y sobre todo amor y comunión fraterna, cuando arrecian las críticas por nuestros propios pecados. Me duele mucho el pecado nuestro, pero más me duele encontrarme con católicos, que se han convertido en el peor cuchillo y "que hacen leña del árbol caído"; son los que se han convertido en jueces de sus propios hermanos.
Recuerdo:"No juzguen y no serán juzgados".
Rechazamos tajantemente el pecado y el delito de cualquier hermano que rompa la comunión con Dios y su Iglesia; rechazamos cualquier pecado o delito de un hermano sacerdote. Pero al hermano pecador, a la manera de Jesús, debemos salvarlo. Pero, sobre todo, debemos preocuparnos y ocuparnos en justicia, comunión y fraternidad, del hermano víctima del pecador. El juicio humano le corresponde a los Tribunales, sean éstos civiles o eclesiásticos. Y creo, como disciplina interna, que al Papa le corresponde, velando por la comunión fraterna, tomar una decisión, previa investigación y juicio correspondiente.
El Papa y los obispos tiene particularmente el Espíritu Santo: esto está expresado en Evangelio de hoy. Pero también, el Espíritu Santo, lo tienen los demás cristianos y las comunidades. ¡Qué falta nos hacen las comunidades cristianas de base! ¡Son base de la Iglesia! Desde allí el Espíritu Santo distribuirá a cada uno diversas responsabilidades y diversas funciones en la Iglesia. Por eso nuestras comunidades de base, pequeñas, donde se quiere vivir la fraternidad, la comunión, y trabajar para que el mundo sea fraternidad, están habitadas por el Espíritu de Jesús, son la Iglesia, en cuanto que están unidas al obispo y, a través de él, al Papa. Sin esta comunión serían un grupo cualquiera, pero no Iglesia.
Las tensiones que se dan, a veces, entre las comunidades y la autoridad, se resuelven o solucionan, porque el Espíritu está de forma diversa tanto en la autoridad como en la comunidad. Por lo demás, estas tensiones no deberían ser habituales. Si la autoridad respeta el derecho de los cristianos a buscar ser militante y, ellos, a su vez, ven en el obispo a un padre y una autoridad (de autor), no debería haber problemas. Esto, en forma particular, no se está dando en Obispado de Osorno. Oremos para que el Señor, por su Espíritu y, tal vez por la próxima visita del Papa Francisco, todo sea solucionado. Sería un gesto de servicio y comunión eclesial.
A veces los cristianos no están de acuerdo del todo con las decisiones concretas que toma el obispo, pero no por eso se deberían separar de la comunión y del amor que se tiene a un padre, o hacer cosas contrarias a su enseñanza. Lo mismo hará el obispo con sus hijos, sin rechazarlos dura y autoritariamente, faltando así, a la comunión entre el padre y el hijo.
En la Iglesia, la relación entre la autoridad y la comunidad cristiana de base nunca debería quedar dañada, ni romper el respeto, el amor, la creatividad y la autonomía. La conciliación de estos elementos será siempre difícil. Y habría que agregar que lo que es imposible para el hombre es posible para el Espíritu Santo. Pues, me parece, que ésta es principalmente la acción del Espíritu en la Iglesia.
Algunas citas complementarias de Conferencia Episcopal de Puebla:
"La Iglesia como Pueblo de Dios, reconoce una sola autoridad: Cristo. Él es el único Pastor que la guía. Sin embargo, los lazos que a Él la atan son mucho más profundos que los de la simple labor de conducción. Cristo es autoridad de la Iglesia en el sentido más profundo de la palabra: porque es su autor. Porque es la fuente de su vida y unidad, su Cabeza. Esta capitalidad es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros. Por eso, la participación de su autoridad a los pastores, a lo largo de la historia, arranca de esta misma realidad. Es mucho más que una simple potestad jurídica. Es participación en el misterio de su capitalidad. Y, por lo mismo, una realidad de orden sacramental.
Los Doce presididos por Pedro, fueron escogidos por Jesús para participar de esa misteriosa relación suya con la Iglesia. Fueron constituidos y consagrados por Él como sacramentos vivos de su presencia, para hacerlo visiblemente presente Cabeza y Pastor, en medio de su Pueblo. De esta comunión profunda en el misterio, fluye como consecuencia, el poder "atar y desatar" (del Evangelio de hoy). Considerado en su totalidad, el misterio jerárquico es una realidad de orden sacramental, vital y jurídico como la Iglesia.
Tal ministerio fue confiado a Pedro y a los demás apóstoles, cuyos sucesores son hoy día el Romano Pontífice y los Obispos, a quienes se unen, como colaboradores, los presbíteros y diáconos. Los pastores de la Iglesia no sólo la guían en nombre del Señor. Ejercen también la función de maestros de la verdad y presiden sacerdotalmente el culto divino. El deber de obediencia del Pueblo de Dios frente a los Pastores que le conducen, se funda, antes que en consideraciones jurídicas, en el respeto creyente a la presencia sacramental del Señor en ellos. Ésta es su realidad objetiva de fe, independiente de toda consideración personal.
En América Latina, desde el Concilio y Medellín, se nota un cambio grande en el modo de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Se ha acentuado su carácter de servicio y sacramento, como también su dimensión de afecto colegial. Esta última ha encontrado su expresión, no sólo a nivel del consejo presbiteral diocesano, sino también a través de las Conferencias Episcopales y el CELAM.
Esta visión de Iglesia como Pueblo histórico y socialmente estructurado, es un marco al cual necesariamente debe referirse también la reflexión teológica sobre las Comunidades Eclesiales de Base en nuestro continente, pues introduce elementos que permiten complementar el acento de dichas comunidades en el dinamismo vital de las bases y en la fe compartida más espontáneamente en comunidades pequeñas. La Iglesia, como Pueblo histórico e institucional, representa la estructura más amplia, universal y definida dentro de la cual deben inscribirse vitalmente las Comunidades Eclesiales de Base para no correr el riesgo de degenerar hacia la anarquía organizativa por un lado y hacia el elitismo cerrado o sectario por otro (Cfr. E.N. 58)". (Todo de Puebla desde el número 257 al 261).
Como hombre del Pueblo de Dios, de Iglesia, como signo de servicio y de comunión fraterna,
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+