"La gente vive en el miedo y en la inseguridad, sacrificada en el altar de negocios ilegales" El Papa recordó su grito profético en su reciente visita a la RDC y a Sudán del Sur: “¡Basta de explotar África!”
"Recemos para que, en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, y en toda África, broten semillas de su Reino de amor, de justicia y de paz"
"Lamentablemente el proceso de reconciliación no ha avanzado y el recién nacido Sudán del Sur es víctima de la vieja lógica del poder y de la rivalidad, que produce guerra, violencias, refugiados y desplazados internos"
"A los obispos, les invité a dejarse consolar por la cercanía de Dios y a ser profetas para el pueblo"!
"Con las víctimas dije “no” a la violencia y a la resignación, “sí” a la reconciliación y a la esperanza"
"A los obispos, les invité a dejarse consolar por la cercanía de Dios y a ser profetas para el pueblo"!
"Con las víctimas dije “no” a la violencia y a la resignación, “sí” a la reconciliación y a la esperanza"
Como hace siempre después de un viaje apostólico, el Papa Francisco analizó su reciente visita a la RDC y a Sudán del Sur, “dos sueños”, que, por fin, pudo cumplir. En la RDC, “un país como un diamante”, a veces manchado de sangre, el Papa activó su carácter profético y clamó: “¡Basta de explotar África!”. Sobre todo en Sudán del Sur, víctima de la guerra, y en el Este del Congo, donde “la gente vive en el miedo y en la inseguridad, sacrificada en el altar de negocios ilegales”. El Papa confortó a las víctimas y “con ellas dije “no” a la violencia y a la resignación, “sí” a la reconciliación y a la esperanza”.
En Juba, capital del Sudán del Sur, invitó una y otra vez la reconciliación y a la paz, porque “lamentablemente el proceso de reconciliación no ha avanzado y el recién nacido Sudán del Sur es víctima de la vieja lógica del poder y de la rivalidad, que produce guerra, violencias, refugiados y desplazados internos”. Y terminó rezando para que “en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, y en toda África, broten semillas de su Reino de amor, de justicia y de paz”.
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La semana pasada visité dos países africanos: la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Doy las gracias a Dios que me ha permitido realizar este viaje, deseado desde hace tiempo. Dos “sueños”: visitar al pueblo congoleño, custodio de un país inmenso, pulmón verde de África y segundo del mundo junto a la Amazonia. Tierra rica de recursos y ensangrentada por una guerra que no termina nunca porque siempre hay quien alimenta el fuego. Y visitar al pueblo sursudanés, en una peregrinación de paz junto al arzobispo de Canterbury Justin Welby y al moderador general de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields: fuimos juntos para testimoniar que es posible y necesario colaborar en la diversidad, especialmente si se comparte la fe en Cristo.
Los primeros tres días estuve en Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo. Renuevo mi gratitud al presidente y a otras autoridades del país por la acogida que me reservaron. Inmediatamente después de mi llegada, en el Palacio Presidencial, pude dirigir el mensaje a la nación: el Congo es como un diamante, por su naturaleza, por sus recursos, sobre todo por su gente; pero este diamante se ha convertido en motivo de contención, de violencias, y paradójicamente de empobrecimiento para el pueblo. Es una dinámica que se encuentra también en otras regiones africanas, y que vale en general para ese continente: continente colonizado, explotado, saqueado. Frente a todo esto he dicho dos palabras: la primera es negativa, “¡basta!”, ¡basta de explotar África! La segunda es positiva: juntos, juntos con dignidad y respeto recíproco, juntos en el nombre de Cristo, nuestra esperanza.
Y en el nombre de Cristo nos hemos reunidos en la gran Celebración eucarística, evento culminante, alegre, festivo, en el que Cristo Resucitado ha repetido a ese pueblo tan probado: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20,19). Y desde ahí, como de una fuente, puede volver a partir un nuevo camino: camino de perdón, de comunión y de misión.
También en Kinsasa hubo otros encuentros. En primer lugar, con las víctimas de la violencia en el este del país, la región que desde hace años está desgarrada por la guerra entre grupos armados manejados por intereses económicos y políticos. No pude ir a Goma. La gente vive en el miedo y en la inseguridad, sacrificada en el altar de negocios ilegales. Escuché los testimonios impactantes de algunas víctimas, especialmente mujeres, que depositaron a los pies de la Cruz armas y otros instrumentos de muerte. Con ellos dije “no” a la violencia y a la resignación, “sí” a la reconciliación y a la esperanza. Han sufrido y siguen sufriendo tanto…
Después me reuní con representantes de diferentes obras de caridad presentes en el país, para darles las gracias y animarlos. Su trabajo con los pobres y para los pobres no hace ruido, pero día tras día hace crecer el bien común. Por esto subrayé que las iniciativas de caridad deben ser siempre promocionales, es decir no solos asistir sino favorecer el desarrollo de las personas y de las comunidades.
Un momento entusiasmante fue con los jóvenes y los catequistas congoleños. Fue como una inmersión en el presente proyectado hacia el futuro. Ciertamente es así en el plano anagráfico, pero más aún en sentido espiritual: ¡pensemos en la fuerza de renovación que puede llevar a esa nueva generación de cristianos, formados y animados por la alegría del Evangelio! A ellos les indiqué cinco caminos: la oración, la comunidad, la honestidad, el perdón y el servicio. Que el Señor escuche el grito que invoca paz y justicia.
En la Catedral de Kinsasa me reuní con los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y las consagradas y los seminaristas. Son muchos y son jóvenes, porque las vocaciones son numerosas. Una gracia de Dios. Les exhorté a ser servidores del pueblo como testigos del amor de Cristo, superando tres tentaciones: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana y la superficialidad. Tentaciones universales para sacerdotes y seminaristas. Finalmente, con los obispos congoleños compartí la alegría y la fatiga del servicio pastoral. Les invité a dejarse consolar por la cercanía de Dios y a ser profetas para el pueblo, con la fuerza de la Palabra de Dios, a ser signos de su compasión, su cercanía, su ternura. Como el Señor hace con nosotros.
La segunda parte del viaje tuvo lugar en Yuba, capital de Sudán del Sur, Estado nacido en 2011. Esta visita tuvo una fisonomía totalmente particular, expresada por el lema que retomaba las palabras de Jesús: “Rezo para que sean una sola cosa” (cfr Jn 17,21). De hecho, se trató de una peregrinación ecuménica de paz, realizada junto a los jefes de dos Iglesias históricamente presentes en esa tierra: la Comunión Anglicana y la Iglesia de Escocia. Era el punto de llegada de un camino iniciado hace algunos años, que nos había visto reunidos en Roma en 2019, con las autoridades sursudanesas, para asumir el compromiso de superar el conflicto y construir la paz. Lamentablemente el proceso de reconciliación no ha avanzado y el recién nacido Sudán del Sur es víctima de la vieja lógica del poder y de la rivalidad, que produce guerra, violencias, refugiados y desplazados internos. Por eso, dirigiéndome a esas mismas autoridades, les invité a pasar página, a llevar adelante el Acuerdo de paz y la hoja de ruta, a decir con decisión “no” a la corrupción y al tráfico de armas y “sí” al encuentro y al diálogo. Esto es vergonzoso. Tantos países dichos civilizados ofrecen ayuda al Sudán: armas, armas y armas, para fomentar la guerra. Qué vergüenza. Solo así podrá haber desarrollo, la gente podrá trabajar en paz, los enfermos curarse, los niños ir al colegio.
El carácter ecuménico de la visita a Sudán del Sur se manifestó en particular en el momento de oración celebrado junto con los hermanos anglicanos y con los de la Iglesia de Escocia. Juntos escuchamos la Palabra de Dios, juntos le dirigimos oraciones de alabanza, de súplica y de intercesión. En una realidad fuertemente conflictual como la de Sudán del Sur este signo es fundamental, y no es descontado, porque lamentablemente está quien abusa del nombre de Dios para justificar violencias y abusos. Por eso es tan importante testimoniar que la religión es fraternidad, es paz, es comunión; que Dios es Padre y quiere siempre y solo la vida y el bien de sus hijos.
Sudán del Sur es un país de cerca 11 millones de habitantes, de los cuales, a causa de los conflictos armados, dos millones son desplazados internos y otros tantos han huido a países vecinos. Por esto quise reunirme con un gran grupo de desplazados internos, escucharlos y hacerles sentir la cercanía de la Iglesia. De hecho, las Iglesias y las organizaciones de inspiración cristiana están en primera línea junto a esta pobre gente, que desde hace años vive en los campos para desplazados. En particular me dirigí a las mujeres, que son la fuerza que puede transformar el país; y animé a todos a ser semillas de un nuevo Sudán del Sur, sin violencia, reconciliado y pacificado.
En el encuentro con los pastores y los consagrados de esa Iglesia local, miramos a Moisés como modelo de docilidad a Dios y de perseverancia en la intercesión. Como él, plasmados por el Espíritu Santo, podemos llegar a ser compasivos y mansos, desprendidos de nuestros intereses y capaces de luchar también con Dios por el bien de las personas que nos han sido confiadas.
Y en la celebración eucarística, último acto de la visita a Sudán del Sur y también de todo el viaje, me hice eco del Evangelio animando a los cristianos a ser “sal y luz” en esa tierra tan probada. Dios no pone su esperanza en los grandes y en los poderosos, sino en los pequeños y en los humildes. La Biblia lo dice desde el principio hasta el final. Cuando Jesús enseñaba a los discípulos en Galilea, ¿a quién tenía en frente? A personas comunes, pescadores. Y sin embargo precisamente a ellos les dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra […]. Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Y sigue diciéndolo también hoy a quien confía en Él. Es el misterio de la esperanza de Dios, que ve un gran árbol donde hay una pequeña semilla. Gracias a las autoridades y a mis hermanos por haberme acompañado. Recemos para que, en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, y en toda África, broten semillas de su Reino de amor, de justicia y de paz.
Saludo en alemán
Saludo cordialmente a los peregrinos de habla alemana. La Iglesia celebra hoy la memoria de La santa sudanesa Josefina Bakhita, cuyo testimonio de vida nos llena de esperanza cristiana.
Confiando en su intercesión, rezamos por un futuro de justicia y paz para nuestro hermanos y hermanas de África.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas:
La semana pasada visité dos países africanos: la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Agradezco a Dios que me permitió realizar ese viaje tan esperado. Los primeros tres días estuve en Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo. Allí compartimos la fe en diversos encuentros y celebraciones. El pueblo congoleño habita en una tierra rica de recursos, pero herida por conflictos que nunca acaban. Pude escuchar los valientes testimonios de algunas víctimas de la guerra, reafirmando junto a ellos la necesidad del perdón y la paz.
La segunda etapa del viaje fue una peregrinación ecuménica de paz en Yuba, capital de Sudán del Sur. Fui junto con el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y el Moderador General de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields. Allí me encontré con el Pueblo de Dios sursudanés, y suplicamos juntos el don de la concordia y la reconciliación, así como el celo apostólico para seguir siendo testigos de la esperanza y la alegría del Evangelio.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los que han venido de Chile. Encomendemos a las víctimas y a los afectados por los incendios en esta querida nación. Les pido también que recemos por nuestros hermanos y hermanas del continente africano — especialmente por la República Democrática del Congo y Sudán del Sur—, para que Dios los guíe por sendas de amor, de justicia y de paz. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.