El Papa glosó la Parábola del Buen Samaritano Francisco en el Ángelus: "¡Muchos creyentes se refugian en los dogmatismos para defenderse de la realidad!"
El Papa afirmó que "si das la limosna sin tocar la realidad ni mirar los ojos de la persona necesitada, esa limosna es para ti, no para ella. Nos tenemos que preguntar: ¿Tocamos las miserias que vemos a nuestro alrededor, miramos a los ojos de las personas que sufren, y yo les ayudo?"
"Pidamos al Señor que nos haga salir de nuestra indiferencia egoísta y que nos ponga en el Camino. Pidámosle que nos haga ver y tener compasión de quienes encontramos en nuestro recorrido, sobre todo de quien sufre y está necesitado", señaló Francisco
Salir de nuestra indiferencia y ponernos en camino, en el Camino de Jesús. Con el telón de fondo de la parábola del Buen Samaritano, el papa Francisco ha pedido durante el Ángelus de este radiante domingo 10 de julio, que salgamos de “ideas preconcebidas y dogmatismos” y acojamos el Evangelio como esa guía que nos ayuda “a comprender la realidad”, una realidad que no quisieron entender, en la parábola, ni el levita ni el sacerdote, pero sí quien había salido de sus prejuicios y dogmatismos, el samaritano. Y añadió, fuera de guión: "¡Tantos creyentes se refugian en los dogmatismos para defenderse de la realidad!".
Además, abundó el Papa, seguir el Evangelio, “es seguir a Jesús”, que “nos enseña a tener compasión: a fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre, en el más necesitado, y a intervenir como el samaritano”.
Huir de la culpabilización
Pero lejos de incidir en la tentación que subyace en la parábola evangélica, -“puede suceder que culpabilicemos o nos culpabilicemos, que señalemos con el dedo a los demás comparándolos con el sacerdote y el levita”-, Francisco nos sugiere en este Ángelus “otro tipo de ejercicio”.
“Cierto, cuando hemos sido indiferentes y nos hemos justificado, debemos reconocerlo; pero no nos detengamos ahí. Pidamos al Señor que nos haga salir de nuestra indiferencia egoísta y que nos ponga en el Camino. Pidámosle que nos haga ver y tener compasión de quienes encontramos en nuestro recorrido, sobre todo de quien sufre y está necesitado, para acercarnos y hacer lo que podamos para echar una mano”.
En este punto, saltándose el guión, Francisco añadió: "Tantas veces, cuando me encuentro con algún cristiano que me viene a hablar de cuestiones espirituales, les digo si tocan la mano de la persona a la que dan la limosna, y me dicen no, y que tampoco les miran a los ojos".
"Pero si das la limosna sin tocar la realidad ni mirar los ojos de la persona necesitada -prosiguió Francisco-, esa limosna es para ti, no para ella. Nos tenemos que preguntar: ¿Tocamos las miserias que vemos a nuestro alrededor, miramos a los ojos de las personas que sufren, y yo les ayudo?".
Texto íntegro de la catequesis papal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy narra la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10,25-37). Como telón de fondo, el camino que desciende desde Jerusalén a Jericó; a un lado, yace un hombre al que los ladrones han golpeado y robado. Un sacerdote que pasa lo ve pero no se detiene, sigue adelante; lo mismo hace un levita, esto es, un encargado del culto en el templo. «En cambio -dice el Evangelio-, un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió» (v. 33). El evangelista desea precisar que viajaba. Por tanto, aquel samaritano, a pesar de tener sus propios planes y de dirigirse a una meta lejana, no busca excusas y se deja interpelar por lo que sucede a lo largo del camino. Pensémoslo: ¿el Señor no nos enseña a comportarnos precisamente así? A mirar a lo lejos, a la meta final, poniendo al mismo tiempo mucha atención a los pasos que hay que dar, aquí y ahora, para llegar a ella.
Es significativo que los primeros cristianos fuesen llamados “discípulos del Camino” (cfr. At 9,2). El creyente, en efecto, se parece mucho al samaritano: como él, está de viaje, es un viandante. Sabe que no es una persona “que ha llegado”, y desea aprender todos los días siguiendo al Señor Jesús, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). El discípulo de Cristo camina siguiéndolo a Él, y así se hace “discípulo del Camino”. Va detrás del Señor, que no es sedentario sino que está siempre en camino, y por el camino encuentra personas, cura a los enfermos, visita pueblos y ciudades. Así, el “discípulo del Camino” ve que su modo de pensar y de obrar cambia gradualmente, haciéndose cada vez más conforme al del Maestro. Caminando sobre las huellas de Cristo, se convierte en viandante y aprende – como el samaritano – a ver y a tener compasión. Ante todo, ve: abre los ojos a la realidad, no está egoístamente encerrado en el círculo de sus propios pensamientos. En cambio, el sacerdote y el levita ven al desgraciado pero es como si no lo hubiesen visto, pasan de largo.
El Evangelio nos educa a ver: guía a cada uno de nosotros a comprender rectamente la realidad, superando día tras día ideas preconcebidas y dogmatismos. Y, además, seguir a Jesús nos enseña a tener compasión: a fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre, en el más necesitado, y a intervenir como el samaritano. Ante esta parábola evangélica puede suceder que culpabilicemos o nos culpabilicemos, que señalemos con el dedo a los demás comparándolos con el sacerdote y el levita, o que nos culpabilicemos a nosotros mismos enumerando nuestras faltas de atención al prójimo. Pero quisiera sugerirles otro tipo de ejercicio. Cierto, cuando hemos sido indiferentes y nos hemos justificado, debemos reconocerlo; pero no nos detengamos ahí. Pidamos al Señor que nos haga salir de nuestra indiferencia egoísta y que nos ponga en el Camino. Pidámosle que nos haga ver y tener compasión de quienes encontramos en nuestro recorrido, sobre todo de quien sufre y está necesitado, para acercarnos y hacer lo que podamos para echar una mano.
Que la Virgen María nos acompañe en esta vía de crecimiento. Que Ella, que nos “muestra el Camino”, esto es, Jesús, nos ayude también a ser cada vez más “discípulos del Camino”.
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