"¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre!" La oración que recomienda el Papa: “Señor, lo que Tú quieres, cuando Tú quieres y como Tú quieres”
“La oración sabe calmar la inquietud, sabe transformarla en disponibilidad. Queremos las cosas rápido, rápido y esa ansiedad nos hace daño”
“Al rezar con la Iglesia naciente, se convierte en Madre de la Iglesia. En silencio, siempre en silencio. Su oración es silenciosa”
“Ya sean los regalos de los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tremendo viernes de pasión: la Madre guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios”
“¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre, con corazón abierto a la Palabra de Dios, con corazón silencioso y obediente, con corazón que sabe recibir la Palabra y la deja crecer!”
“Ya sean los regalos de los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tremendo viernes de pasión: la Madre guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios”
“¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre, con corazón abierto a la Palabra de Dios, con corazón silencioso y obediente, con corazón que sabe recibir la Palabra y la deja crecer!”
En la audiencia que, por la pandemia, se sigue celebrando en privado en la Biblioteca vaticana, el Papa Francisco centró su catequesis sobre 'María, mujer orante' e invitó a los fieles a rezar con la siguiente oración: “Señor, lo que Tú quieres, cuando Tú quieres y como Tú quieres”. Poniendo como ejemplo la "oración silenciosa" de la Virgen, el Papa deseço que podamos parecernos, también en la oración, a nuestra madre y madre de la Iglesia.
La audiencia papal se centró en el tema de “La Virgen María mujer de oración”.
Lectura de Lc 2,39-40.51: “..El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría y la gracia de Dios crecía con Él. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón”
Texto completo de la audiencia general
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En nuestro camino de catequesis sobre la oración, hoy encontramos a la Virgen María, como mujer orante. Cuando el mundo todavía la ignora, cuando es una sencilla joven prometida con un hombre de la casa de David, María reza. Podemos imaginar a la joven de Nazaret recogida en silencio, en continuo diálogo con Dios, que pronto le encomendaría su misión. Ella está ya llena de gracia e inmaculada desde la concepción, pero todavía no sabe nada de su sorprendente y extraordinaria vocación y del mar tempestuoso que tendrá que navegar. Algo es seguro: María pertenece al gran grupo de los humildes de corazón a quienes los historiadores oficiales no incluyen en sus libros, pero con quienes Dios ha preparado la venida de su Hijo.
María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guie donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo. El Catecismo nos recuerda su presencia constante y atenta en el designio amoroso del Padre y a lo largo de la vida de Jesús (cfr CCE, 2617-2618).
María está en oración, cuando el arcángel Gabriel viene a traerle el anuncio a Nazaret. Su “heme aquí”, pequeño e inmenso, que en ese momento hace saltar de alegría a toda la creación, ha estado precedido en la historia de la salvación de muchos otros “heme aquí”, de muchas obediencias confiadas, de muchas disponibilidades a la voluntad de Dios. No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura: “Señor, lo que Tú quieres, cuando Tú quieres y como Tú quieres”. El corazón abierto a la voluntad de Dios, que siempre responde ¡Cuántos creyentes viven así su oración! Con humildad esencial y sencilla. No enfadándose porque los días están llenos de problemas, sino yendo al encuentro de la realidad y sabiendo que en el amor humilde, ofrecido en cada situación, nos convertimos en instrumentos de la gracia de Dios. Una oración sencilla, pero poniendo nuestras vidas en manos del Señor. Todos podemos rezar así, casi sin palabras.
La oración sabe calmar la inquietud, sabe transformarla en disponibilidad. Queremos las cosas rápido, rápido y esa ansiedad nos hace daño. La Virgen María, en esos pocos instantes de la Anunciación, ha sabido rechazar el miedo, aun presagiando que su “sí” le daría pruebas muy duras. Si en la oración comprendemos que cada día donado por Dios es una llamada, entonces agrandamos el corazón y acogemos todo. Se aprende a decir: “Lo que Tú quieres, Señor. Prométeme solo que estarás presente en cada paso de mi camino”. Esto es importante, pedir la presencia del Señor en cada paso de nuestro camino. Que no nos deje solos, que no nos abandone en la tentación.
María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr Hch 1,14). Reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad. María no hace el sacerdote. Es la madre de Jesús que reza con ellos, como una de la comunidad. Reza con ellos y por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está por cumplirse: por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convierte en Madre de la Iglesia.
Al rezar con la Iglesia naciente, se convierte en Madre de la Iglesia. En silencio, siempre en silencio. Su oración es silenciosa. El Evangelio sólo nos cuenta una oración de María: En Caná. Ella, allí, le pide a su Hijo que resuelva el problema de la falta de vino. Así María da a luz a la Iglesia. El Catecismo explica: «En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos» (CCE, 2617).
En la Virgen María, la natural intuición femenina es exaltada por su singular unión con Dios en la oración. Por esto, leyendo el Evangelio, notamos que algunas veces parece que ella desaparece, para después volver a aflorar en los momentos cruciales: es la voz de Dios que guía su corazón y sus pasos allí donde hay necesidad de su presencia. Presencia silenciosa de madre y de discípula. Siempre señalando a Jesús. En las bodas de Caná, por ejemplo, en el día en el que Jesús hizo el primero de los “signos” con los que reveló su gloria (cfr Jn 2,1-12); o en la hora culminante, bajo la cruz, unida a su Hijo en el dolor y en el amor (cfr CCE, 2618).
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Así el evangelista Lucas retrata a la Madre del Señor en el Evangelio de la infancia. Todo lo que pasa a su alrededor termina teniendo un reflejo en lo más profundo de su corazón: los días llenos de alegría, como los momentos más oscuros, cuando también a ella le cuesta comprender por qué camino debe pasar la Redención. Todo termina en su corazón, para que pase la criba de la oración y sea transfigurado por ella.
Ya sean los regalos de los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tremendo viernes de pasión: la Madre guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios. Algunos han comparado el corazón de María con una perla de esplendor incomparable, formada y suavizada por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre, con corazón abierto a la Palabra de Dios, con corazón silencioso y obediente, con corazón que sabe recibir la Palabra y la deja crecer!
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas: Siguiendo nuestras reflexiones sobre la oración, hoy meditamos sobre la figura de la Virgen María, que es llena de gracia e inmaculada desde su concepción, y que estaba en continuo diálogo con Dios desde antes de la anunciación. Ella, Mujer de oración, forma parte de la multitud de los “humildes de corazón”, con los que Dios preparó la venida de su Hijo.
María fue siempre obediente a la voluntad de Dios. No dirigió su vida autónomamente, sino dejó que la voz del Señor orientara su corazón y sus pasos. San Lucas nos lo recuerda cuando dice que la Virgen conservaba en su corazón todo lo que le sucedía, y lo meditaba, llevándolo a su diálogo con Dios, para seguir con fiel obediencia el camino que Él le indicaba.
Por su docilidad al Dios, María estuvo presente en el designio providencial del Padre, y en los momentos culminantes de la vida de su Hijo Jesús: desde el anuncio del ángel hasta el misterio de su muerte y resurrección. Ella acompañó también los primeros pasos de la Iglesia naciente, oraba con los discípulos de su Hijo y por ellos. Y así, como por obra del Espíritu Santo se convirtió en Madre de Dios, también por obra del mismo Espíritu se convirtió en Madre de la Iglesia, a la que sigue acompañando, con su oración y mediación, en su peregrinar hacia la Patria celestial.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que a imitación de la Virgen María y por su intercesión, el Señor nos dé la gracia de comprender en la oración que cada día que Él nos concede es una ocasión para acoger la voluntad del Padre y cumplirla, con un corazón lleno del amor de Dios y bien dispuesto al servicio de los hermanos. Que el Señor los bendiga a todos.
Saludo en italiano
“Extiendo un cordial saludo a los fieles de habla italiana. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de San Pedro en el Vaticano y la Basílica de San Pablo en la Vía Ostiense. Esta fiesta que resalta el significado de la iglesia, un edificio sagrado donde los creyentes se reúnen, despierte en todos los la conciencia de que todos están llamados a ser un templo viviente de Dios”.
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