"El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no  declina" La homilía del Papa en la Vigilia pascual: "¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de  esperanza para el mundo"

La silla vacía del Papa en la vigilia pascual
La silla vacía del Papa en la vigilia pascual

"Con los primeros destellos del alba, se ve que la gran piedra que cubría el sepulcro de Jesús ha  sido retirada y que algunas mujeres llegan a ese lugar llevando el velo del luto"

"Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua  del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una  meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario"

"No podemos celebrar la  Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte  que con frecuencia se ciernen sobre el mundo"

"El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no  declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene"

Bella homilía para la Vigilia pascual, escrita por el Papa y leída por el cardenal decano, Giovanni Battista Re. Francisco subraya que la luz de la Resurrección "corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua  del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una  meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario".

Por eso, el Papa recuerda que "no podemos celebrar la  Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte  que con frecuencia se ciernen sobre el mundo"

Y francisco invita a los creyentes a ser "presencia de esperanza, para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han  rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su  propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas;  para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra".

La ceremonia comienza con el rito del lucernario. La Basílica está a oscuras y la sede de Pedro vacía ante el fuego con el que se encenderá el cirio pascual. El Papa no está, pero está. EL celebrante, cardenal Re, bendice primero el fuego y después inserta los granos de incienso en el cirio pascual y lo enciende. Y de él se van encendiendo las velas de los cardenales y de los fieles.

El cardenal Re enciende el cirio pascual
El cardenal Re enciende el cirio pascual

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Homilía del Papa leída por el cardenal Re

Es de noche cuando el cirio pascual avanza lentamente hasta el altar. Es de noche cuando el  canto del himno dispone nuestros corazones al gozo, pues la tierra brilla “inundada de tanta claridad,  el fulgor del Rey eterno venció la tiniebla que cubría el orbe entero” (cf. Pregón pascual). Al terminar  la noche, suceden los hechos narrados en el Evangelio que acabamos de proclamar (cf. Lc 24,1-12);  la luz divina de la Resurrección se enciende y la Pascua del Señor ocurre cuando el sol aún está por  salir. Con los primeros destellos del alba, se ve que la gran piedra que cubría el sepulcro de Jesús ha  sido retirada y que algunas mujeres llegan a ese lugar llevando el velo del luto. La oscuridad envuelve  la confusión y el temor de los discípulos. Todo sucede en la noche. 

De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino  paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de  manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua  del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una  meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos  vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es como  pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados  por la noche y la incredulidad.

Cardenal Re
Cardenal Re

Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, ilusa al pensar que la  resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la  Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte  que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte,  pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa  realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y  la hagamos crecer. 

Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con  fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el  mundo! 

Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del  mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra  sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta  noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una  vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos  aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte. 

Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos,  en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía  inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran  amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta  esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos  ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra  paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy. 

Como nos recuerda san Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida  para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que ustedes deben  conocer bien y vivirlo» (Sermón 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en  mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan  sobre nosotros. 

Resurrección de Rafael
Resurrección de Rafael

Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras  decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos  serlo para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han  rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su  propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas;  para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra.  ¡Llevemos, a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua! 

Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en  el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno  del amor porque —dice — «volveré a ver […] clarear mi oscuridad» (Hadewijch, El lenguaje del  deseo, Madrid 1999, 87). 

Cardenales
Cardenales

El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no  declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final  hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará  todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4). Y esta  esperanza de la Pascua, este “clarear en la oscuridad”, debemos anunciarlo a todos. 

Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de esperanza. «Todavía hay temor,  todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La  Pascua trae la buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno ha sido  ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca muy distante y sigamos estando  preocupados por muchos pequeños detalles, nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay  muchos destellos de esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen,  Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).

¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de  esperanza para el mundo. 

El cirio pascual en la basílica
El cirio pascual en la basílica

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