P. Jordi Gibert i Tarruell, de Cóbreces Se ha muerto un monje
Conocí al padre Jorge en este monasterio, en cuya hospedería compartí sus rezos, cánticos gregorianos, toques de campanas, paseos por sus alrededores, horarios, vida, ejemplos, atardeceres, contemplación de los prados, palabras y saludos a los viandantes esperanzas, desesperanzas…
Que se muera hoy un monje de la categoría humana y sobrenatural del padre Jorge, en los tiempos tan poco, o nada, religiosos como los actuales, y que tantos otros estén a la espera a consecuencia de la información que proporcionan los DNI
Tal y como lo salmodian hoy las estadísticas relacionadas con la clerecía, la muerte de cualquiera de los miembros que la componen apenas si es noticia… La edad media de ellos y ellas, en todos sus grados y niveles, ronda los 69 años, aunque en España, internacionalmente se esté a la cabeza de los “vivos” o “vivientes”, pero los años son los años y en las diócesis, con sus casas religiosas, seminarios, noviciados, monasterios y abadías, los “presbíteros –“ancianos y mayores”-, tienen hasta patente de longevidad, con cierta “denominación de origen” canónico y litúrgico.
Y si además, en el obituario al que aquí hago referencia concreta, su protagonista es un monje consagrado de por vida a la contemplación, a la relación permanente con Dios, y a la alabanza divina, mediante el ejercicio comunitario y el “ora et labora” benedictino, anticipando los bienes eternos de la otra vida por el ejemplo y el servicio al prójimo, la desaparición definitiva del listado de pertenencia a la abadía o monasterio, es y significa para la Iglesia y para la sociedad una verdadera y triste noticia.
En la abadía de Santa Maria de Viaceli, en Cóbreces
Se trata del fallecimiento reciente de un monje cisterciense, de cuya noticia han dado cuenta la revista “Cistercium” y publicaciones afines, con los siguientes términos propios de las llamadas “esquelas mortuorias: “P. Jordi Gibert i Tarruell –monje cisterciense- , “nació para morir” el día 30 de abril del año 1931 en Badalona (Barcelona) y “murió para vivir” el 25 de febrero de 2019 en Torrelavega (Santander). Libra, Señor, nuestras almas de la muerte, para que caminemos en tu presencia a la luz de la vida” (Breviarum Gothicum CXLVIII). Abadía cisterciense de Santa Maria de Viaceli, Cóbreces- Cantabria-”.
Conocí al padre Jorge en este monasterio, en cuya hospedería compartí sus rezos, cánticos gregorianos, toques de campanas, paseos por sus alrededores, horarios, vida, ejemplos, atardeceres, contemplación de los prados, palabras y saludos a los viandantes esperanzas, desesperanzas… acompañado por el padre Francisco Rafael de Pascual, experto –expertísimo- en todo cuanto se relaciona con el místico y mítico Thomás Merton, y directos a la vez de la revista “Cistercium”, de lectura y meditación inexcusables en cualquier proyecto y ejecución de master de “contemplación intensa sobre Dios o sobre sus atributos divinos”.
Padre Hospedero
El padre Jorge tenía encomendado en aquellos días el oficio-ministerio de “Padre Hospedero”, con la sagrada y fervorosa obligación de recibir, tratar y atender al forastero, como al mismo Jesús, tal y como adoctrinan los santos evangelios y practicaron y practican las Órdenes monásticas, siguiendo las santas reglas establecidas por sus respectivos fundadores. El padre Jorge servía la mesa y atendía a los comensales, con idéntica piedad y devoción con la que celebrara los ritos litúrgicos, con inclusión de los eucarísticos de la santa misa. La bendición impartida al comienzo y el “que aproveche” del final, con su retirada de los platos, junto con alguna sugerencia o pregunta acerca de la bondad de los genuinos productos naturales, frutos del “ora et labora” de la consagración y trabajo de los monjes agrícola- ganaderos, reconfortaban el estómago y el paladar de los comensales, a la vez que el espíritu y la cultura del agradecimiento por parte de todos. Para “partir el pan”, la alegría, hacerse y hacer convivencia, es decir común-unión, las misas-mesas servidas por el padre Jorge eran de verdad Eucaristía…
En su “curriculum” de vida monástica, el padre cosechó diversidad de grados universitarios, nacionales e internacionales, en todas las Ciencias Sagradas, sin alarde alguno. Pero la riqueza super- universitaria y docente del padre Jorge sobresalía a simple vista, con la rica y misteriosa posesión de sus master pastorales en amabilidad, caridad, trabajo bien hecho, servicio, humildad y humanidad, respeto, discreción, orden, puntualidad, delicadeza y hasta ternura. Aparte de “por la gracia de Dios”, no resulta explicable que solo los libros y los planes de estudios, por muy cistercienses que sean, además del queso elaborado en Cóbreces con su acreditada denominación de origen, resulten ser explicación adecuada del “milagro” de la vida del padre Jorge y de otros y otras monjas de clausura.
Que se muera hoy un monje de la categoría humana y sobrenatural del padre Jorge, en los tiempos tan poco, o nada, religiosos como los actuales, y que tantos otros estén a la espera a consecuencia de la información que proporcionan los DNI., y sin que ni los noviciados ni los seminarios puedan suplir sus ausencias, constituye una desoladora realidad, lo que en parte explica esta reflexión sobre el ya extinto padre hospedero de la abadía de Santa María de Viaceli de Cóbreces.
Y es que, sin contemplativos /as, la Iglesia- Iglesia es –sería- otra cosa.