Filosofía y la sabiduría de la Cruz
A lo largo de la historia, ya que está en su propio ser, las personas y lo pueblos se han preguntado y asombrado ante la existencia. De esa curiosidad, preguntas y asombro nació el amor a la sabiduría (filosofía) que trata de emplear la razón en esa búsqueda de las cuestiones o preguntas más profundas de la vida: de dónde vengo, quién soy, a dónde voy; los trascendentales de la verdad, el bien y la belleza; qué puedo conocer (verdad y metafísica), qué debo hacer (moral) y qué me cabe esperar (trascendencia, religión y Dios) que se sintetizan en qué es el hombre (antropología trascendental y trascendente); el mal, sufrimiento, injusticia y la muerte. Dichas cuestiones u otras similares que, asimismo, han marcado la búsqueda de la experiencia religiosa y de la fe. La razón o filosofía y la fe con la teología- fruto de la reflexión de esa experiencia religiosa-, cada una desde su propia especificidad, han tratado de afrontar dichas preguntas, en la búsqueda del sentido de la vida, del significado y realidad de la existencia.
Por su propia naturaleza, el ser humano es un ser que trata de conocer, comprender o valorar y actuar la realidad, necesita de creencias, valores e ideales que confieran sentido a la existencia para irse liberando del caos, nihilismo y sin sentido. En la historia se van dando todas estas culturas, filosofías, morales, espiritualidades y experiencias religiosas por las que las personas y lo pueblos orientan su vida y la realidad en la búsqueda de realización, felicidad y sentido. Las preguntas cosmológicas, éticas, antropológicas, metafísicas y religiosas o teológicas son propias de esos seres dotados de razón, sentimientos y cuerpo que somos los humanos. La historia de la filosofía así lo muestra desde antiguo. Con las cuestiones del ser y movimiento de la naturaleza (filosofía griega), el por qué existe el ser y no la nada con el sentido de la persona en su existencia abierta a la trascendencia (filosofía inspirada en el cristianismo). Las posibilidades de la razón, el conocimiento y la libertad moral (edad moderna) o el tiempo, la realidad e historia de las personas, pueblos y pobres que buscan la liberación integral (edad contemporánea).
De esta forma, la historia de la filosofía viene marcada por el conocerse a uno mismo, la mayéutica que en esta introspección va tratando de buscar y sacar todo lo bueno, bello y verdadero de lo más profundo del ser humano en el tiempo e historia. Un conocimiento que busca la verdad, la belleza y el bien, conocer para amar y el amor que lleva al conocimiento. El ser y existencia que constituyen a la esencia o naturaleza humana, con el origen y destino de la vida, la búsqueda de la felicidad y plenitud en Dios (filosofía clásica). La razón que, en una perspectiva más teórica, se une con la sensible e histórico para conocer en el espacio y tiempo y que lleva a la razón práctica, a la relación con los otros y la humanidad e historia en la búsqueda de la libertad moral, la justicia y la paz. Lo que se abre a la felicidad plena y consumada en Dios (filosofía moderna). Ya que el mundo de la vida y las personas en la alteridad con los otros, en el cuidado y existencia o acontecimiento que se confronta con el tiempo-realidad e historia, con la muerte y la nada-, está abierta a la trascendencia; al diálogo y a la memoria, a la justicia, vida y liberación integral con las víctimas, pobres y crucificados por el mal e injusticia (filosofía contemporánea).
Pues bien, ante todas estas cuestiones y realidad, como celebramos en la Semana Santa, se nos manifiesta la experiencia de la fe cristiana, el acontecimiento de la vida y muerte de Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador. Como nos enseña la teología, la vida de Jesús está centrada en el servicio al Reino de Dios con su "pro-existencia". Jesús es la persona para los demás como muestra en su mensaje y vida de amor, paz y justicia liberadora con los pobres de la tierra. El Reino de Dios, por el que Jesús entrega su vida, es el proyecto y sueño que tiene Dios para la humanidad. Una propuesta de sentido, felicidad, realización y liberación integral. Es el Reino de un Dios que es Padre con entrañas Maternas. El Dios del amor y la misericordia que quiere que todos sus hijos, toda la humanidad que ha creado y amado desde sus orígenes, vivan en el amor fraterno con una vida humana, plena y trascendente que culmina en la vida eterna.
En Jesucristo y su Reino se nos revela este Dios de la vida, de la paz y de la justicia liberadora con los pobres. El Dios de las víctimas y de los pobres que nos va liberando de todo mal, pecado e injusticias con sus ídolos del poder, la "buena vida" (cómoda de derroche o lujo) y la riqueza-ser rico. El Reino de Dios que nos trae Jesús significa que Dios ya actúa e interviene en la historia, que nos regala su salvación global (de toda la persona con sus dimensiones constitutivas en cuerpo/alma) y solidaria-universal (de toda la humanidad) en el amor, que se va realizando en la justicia y liberación histórica e integral. Esta presencia actual e histórica, transformadora y liberadora, del Reino que nos trae Jesús, en la justicia con los pobres y la liberación del mal e idolatría del poder-riqueza (ser rico), se culmina en el Reino definitivo, escatológico. Con la consumación y plenitud de la creación e historia, con la vida plena y eterna que nos regala el Dios manifestado en Jesús y su salvación liberadora.
Desde esta vida entregada por amor a la humanidad, Jesús fue creíble, coherente y honrado con el servicio al Reino de Dios y su justicia con los pobres, que nos trae la vida y nos libera del mal e ídolos. No se echó para atrás, no retrocedió ante el conflicto y persecución que llevaron contra él los poderes y dominaciones de la historia, el mal y pecado del mundo e histórico. El mal y pecado fundante (original) del egoísmo con sus falsos dioses e idolatría del poder, violencia y riqueza-ser rico es contrario al bien, bondad y vida del Evangelio (Buena Noticia) de Jesús; rechaza el amor, misericordia, perdón, reconciliación y justicia con los pobres que nos trae Jesús con su Buena Nueva del Reino del Padre. Ya se sabe, como nos muestra la historia, al que estorba e incomoda a los poderes y pecado del mundo, sencillamente, se le elimina. Por tanto, los poderes e imperialismos, como el judío y el romano, se confabulan y alían para crucificar a Jesús. El Padre y el Hijo Jesús nos manifiestan ese amor creíble que, en fidelidad al proyecto del Reino, se entrega para la salvación liberadora e integral de la humanidad, y que el mal-pecado del mundo con sus falsos dioses e idolatría rechazan.
Se da un conflicto y choque de alternativas o dioses: el falso, mentiroso e idólatra que promete la farsa de una supuesta salvación con una vida ególatra encerrada en los ídolos del poder y la violencia, del tener, poseer y riqueza-ser rico tal como imponen los poderes judíos y romanos; o el Dios verdadero, la verdad, el bien y la belleza de la vida de Jesús que se entrega por amor al Reino de fraternidad, paz y justicia con los pobres. Lo que nos va salvando y liberando de todo este pecado y mentira del egoísmo e idolatría. De una forma dramática y conmovedora, Jesús Crucificado nos ha desvelado la mentira e injusticia del mal y del pecado. Esos falsos dioses del poder y la riqueza que sacrifican en su altar a los inocentes, pobres, crucificados y víctimas de la historia que son sacramento de Jesús pobre, víctima y crucificado por este mal e injusticia. En la cruz, Jesús nos revela cual es la verdad-sabiduría de Dios y de lo humano: esta entrega con un amor fiel, creíble y coherente en la promoción de la vida, dignidad y justicia liberadora con los pobres; esta vida fraterna y solidaria que sirve, se compromete y lucha por ese mundo nuevo. Esa humanidad nueva, esos cielos nuevos y tierra nueva que Dios quiere, en donde nos vayamos liberando de todo mal, pecado e injusticia viviendo como hijos de Dios y hermanos en el amor fraterno.
Como se ha dicho muy bien, Jesús murió en la cruz para que nos quede claro que no todo está permitido, que nos tenemos que liberar del mal, pecado, idolatría y muerte. Con toda esta entrega y servicio al Reino de Dios con su justicia, Jesús es así verdaderamente el sacrificio del mismo Dios por nosotros, por nuestra salvación integral que expía, libera del pecado, egoísmo y sus ídolos del poder-riqueza. Para que no se sacrifique a la verdad y a la justicia, para que no haya más sacrificios de seres humanos al mal del poder y de la riqueza-ser rico, el sacrificio de los pobres y víctimas a la historia de pecado e injusticia. Jesús en la Cruz nos reconcilia con nuestra humanidad, con nuestro ser hijo de Dios en la vida fraterna. Si ya ni siquiera nos con-mueve, a esta vida fraterna y compromiso por el Reino, que el mismo Dios en Cristo fue crucificado por el mal-pecado e injusticia, para mostrarnos su amor y misericordia, ya nada ni nadie lo hará. Es la sabiduría y ciencia de la cruz, la verdad del Crucificado, que nos salva y libera integralmente, que vence al mal, a la injusticia y a la muerte con el amor, la justicia y la vida plena, eterna. Tal como la han trasmitido y testimoniado, a lo largo de la historia de la fe e iglesia, los santos, testigos y mártires del Evangelio de Jesús. Terminamos y concluimos con este clásico poema, atribuido a San Juan de Ávila, que expresa en su sentido la sabiduría popular de la cruz:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido
ni me mueve el Infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Por su propia naturaleza, el ser humano es un ser que trata de conocer, comprender o valorar y actuar la realidad, necesita de creencias, valores e ideales que confieran sentido a la existencia para irse liberando del caos, nihilismo y sin sentido. En la historia se van dando todas estas culturas, filosofías, morales, espiritualidades y experiencias religiosas por las que las personas y lo pueblos orientan su vida y la realidad en la búsqueda de realización, felicidad y sentido. Las preguntas cosmológicas, éticas, antropológicas, metafísicas y religiosas o teológicas son propias de esos seres dotados de razón, sentimientos y cuerpo que somos los humanos. La historia de la filosofía así lo muestra desde antiguo. Con las cuestiones del ser y movimiento de la naturaleza (filosofía griega), el por qué existe el ser y no la nada con el sentido de la persona en su existencia abierta a la trascendencia (filosofía inspirada en el cristianismo). Las posibilidades de la razón, el conocimiento y la libertad moral (edad moderna) o el tiempo, la realidad e historia de las personas, pueblos y pobres que buscan la liberación integral (edad contemporánea).
De esta forma, la historia de la filosofía viene marcada por el conocerse a uno mismo, la mayéutica que en esta introspección va tratando de buscar y sacar todo lo bueno, bello y verdadero de lo más profundo del ser humano en el tiempo e historia. Un conocimiento que busca la verdad, la belleza y el bien, conocer para amar y el amor que lleva al conocimiento. El ser y existencia que constituyen a la esencia o naturaleza humana, con el origen y destino de la vida, la búsqueda de la felicidad y plenitud en Dios (filosofía clásica). La razón que, en una perspectiva más teórica, se une con la sensible e histórico para conocer en el espacio y tiempo y que lleva a la razón práctica, a la relación con los otros y la humanidad e historia en la búsqueda de la libertad moral, la justicia y la paz. Lo que se abre a la felicidad plena y consumada en Dios (filosofía moderna). Ya que el mundo de la vida y las personas en la alteridad con los otros, en el cuidado y existencia o acontecimiento que se confronta con el tiempo-realidad e historia, con la muerte y la nada-, está abierta a la trascendencia; al diálogo y a la memoria, a la justicia, vida y liberación integral con las víctimas, pobres y crucificados por el mal e injusticia (filosofía contemporánea).
Pues bien, ante todas estas cuestiones y realidad, como celebramos en la Semana Santa, se nos manifiesta la experiencia de la fe cristiana, el acontecimiento de la vida y muerte de Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador. Como nos enseña la teología, la vida de Jesús está centrada en el servicio al Reino de Dios con su "pro-existencia". Jesús es la persona para los demás como muestra en su mensaje y vida de amor, paz y justicia liberadora con los pobres de la tierra. El Reino de Dios, por el que Jesús entrega su vida, es el proyecto y sueño que tiene Dios para la humanidad. Una propuesta de sentido, felicidad, realización y liberación integral. Es el Reino de un Dios que es Padre con entrañas Maternas. El Dios del amor y la misericordia que quiere que todos sus hijos, toda la humanidad que ha creado y amado desde sus orígenes, vivan en el amor fraterno con una vida humana, plena y trascendente que culmina en la vida eterna.
En Jesucristo y su Reino se nos revela este Dios de la vida, de la paz y de la justicia liberadora con los pobres. El Dios de las víctimas y de los pobres que nos va liberando de todo mal, pecado e injusticias con sus ídolos del poder, la "buena vida" (cómoda de derroche o lujo) y la riqueza-ser rico. El Reino de Dios que nos trae Jesús significa que Dios ya actúa e interviene en la historia, que nos regala su salvación global (de toda la persona con sus dimensiones constitutivas en cuerpo/alma) y solidaria-universal (de toda la humanidad) en el amor, que se va realizando en la justicia y liberación histórica e integral. Esta presencia actual e histórica, transformadora y liberadora, del Reino que nos trae Jesús, en la justicia con los pobres y la liberación del mal e idolatría del poder-riqueza (ser rico), se culmina en el Reino definitivo, escatológico. Con la consumación y plenitud de la creación e historia, con la vida plena y eterna que nos regala el Dios manifestado en Jesús y su salvación liberadora.
Desde esta vida entregada por amor a la humanidad, Jesús fue creíble, coherente y honrado con el servicio al Reino de Dios y su justicia con los pobres, que nos trae la vida y nos libera del mal e ídolos. No se echó para atrás, no retrocedió ante el conflicto y persecución que llevaron contra él los poderes y dominaciones de la historia, el mal y pecado del mundo e histórico. El mal y pecado fundante (original) del egoísmo con sus falsos dioses e idolatría del poder, violencia y riqueza-ser rico es contrario al bien, bondad y vida del Evangelio (Buena Noticia) de Jesús; rechaza el amor, misericordia, perdón, reconciliación y justicia con los pobres que nos trae Jesús con su Buena Nueva del Reino del Padre. Ya se sabe, como nos muestra la historia, al que estorba e incomoda a los poderes y pecado del mundo, sencillamente, se le elimina. Por tanto, los poderes e imperialismos, como el judío y el romano, se confabulan y alían para crucificar a Jesús. El Padre y el Hijo Jesús nos manifiestan ese amor creíble que, en fidelidad al proyecto del Reino, se entrega para la salvación liberadora e integral de la humanidad, y que el mal-pecado del mundo con sus falsos dioses e idolatría rechazan.
Se da un conflicto y choque de alternativas o dioses: el falso, mentiroso e idólatra que promete la farsa de una supuesta salvación con una vida ególatra encerrada en los ídolos del poder y la violencia, del tener, poseer y riqueza-ser rico tal como imponen los poderes judíos y romanos; o el Dios verdadero, la verdad, el bien y la belleza de la vida de Jesús que se entrega por amor al Reino de fraternidad, paz y justicia con los pobres. Lo que nos va salvando y liberando de todo este pecado y mentira del egoísmo e idolatría. De una forma dramática y conmovedora, Jesús Crucificado nos ha desvelado la mentira e injusticia del mal y del pecado. Esos falsos dioses del poder y la riqueza que sacrifican en su altar a los inocentes, pobres, crucificados y víctimas de la historia que son sacramento de Jesús pobre, víctima y crucificado por este mal e injusticia. En la cruz, Jesús nos revela cual es la verdad-sabiduría de Dios y de lo humano: esta entrega con un amor fiel, creíble y coherente en la promoción de la vida, dignidad y justicia liberadora con los pobres; esta vida fraterna y solidaria que sirve, se compromete y lucha por ese mundo nuevo. Esa humanidad nueva, esos cielos nuevos y tierra nueva que Dios quiere, en donde nos vayamos liberando de todo mal, pecado e injusticia viviendo como hijos de Dios y hermanos en el amor fraterno.
Como se ha dicho muy bien, Jesús murió en la cruz para que nos quede claro que no todo está permitido, que nos tenemos que liberar del mal, pecado, idolatría y muerte. Con toda esta entrega y servicio al Reino de Dios con su justicia, Jesús es así verdaderamente el sacrificio del mismo Dios por nosotros, por nuestra salvación integral que expía, libera del pecado, egoísmo y sus ídolos del poder-riqueza. Para que no se sacrifique a la verdad y a la justicia, para que no haya más sacrificios de seres humanos al mal del poder y de la riqueza-ser rico, el sacrificio de los pobres y víctimas a la historia de pecado e injusticia. Jesús en la Cruz nos reconcilia con nuestra humanidad, con nuestro ser hijo de Dios en la vida fraterna. Si ya ni siquiera nos con-mueve, a esta vida fraterna y compromiso por el Reino, que el mismo Dios en Cristo fue crucificado por el mal-pecado e injusticia, para mostrarnos su amor y misericordia, ya nada ni nadie lo hará. Es la sabiduría y ciencia de la cruz, la verdad del Crucificado, que nos salva y libera integralmente, que vence al mal, a la injusticia y a la muerte con el amor, la justicia y la vida plena, eterna. Tal como la han trasmitido y testimoniado, a lo largo de la historia de la fe e iglesia, los santos, testigos y mártires del Evangelio de Jesús. Terminamos y concluimos con este clásico poema, atribuido a San Juan de Ávila, que expresa en su sentido la sabiduría popular de la cruz:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido
ni me mueve el Infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.