Abusos sexuales, de poder, de conciencia y económicos a menores de edad en Chile Votos de impureza en la familia de Schoenstatt
"Cuando entré a confesarme, él me hizo sentar en la cama donde había dormido el padre Kentenich. Luego se ubicó a mi lado y se acercó mucho a mí. Me abrazó y comenzó a preguntarme si tenía deseo sexual, si tenía erecciones..."
"No estoy pidiendo dinero ni nada. Yo solo quiero saber por qué Parada prostituyó a amigos míos, que eran menores de edad en ese tiempo"
| Kairós News
(Kairós News).- Los cuatro testimonios recogidos por Kairós News, están ligados al Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que también entregó su versión oficial. Aquí, los sobrevivientes expresan su rabia y dolor no solo por lo que vivieron, sino por el engaño al que fueron sometidos dentro del movimiento.
Se animan a publicar sus testimonios, para alertar a padres y madres ante la posible cercanía de curas pedófilos en el contexto de actividades pastorales.
También hay un llamado implícito a no seguir callando, no tan solo para sanarse a sí mismos, sino parar contribuir de algún modo a detener este sistema estructurado de abusos y encubrimientos eclesiásticos.
Una de estas personas estuvo a punto de ser cura. Otras dos contrajeron matrimonio y hoy solo una sigue casada y con hijos. La otra estuvo al borde de la muerte por un accidente que sufrió luego de quedar cesante. El temor a perder el trabajo es común en las cuatro personas. Algunas ya lo experimentaron y ha sido muy doloroso familiarmente.
Testimonio de Julio Ruiz
“Cuando estudiaba en el Instituto Miguel León Prado, mediante una amiga de mi madre, me invitaron a una jornada en Providencia, en la calle José Manuel Infante. Allí me encontré con un amigo del barrio, Jorge, quien me dijo: ‘no te incorpores a un grupo en Bellavista. Hazlo aquí, en el grupo de Providencia’. Y me presentó a Cristián Ilabaca, Álvaro, Miguel y otros amigos.
En ese contexto, nosotros participábamos en actividades religiosas en la casa de Providencia. Sin embargo, paulatinamente fuimos migrando hacia el Santuario de Bellavista, en La Florida, siendo, entonces, de los primeros grupos en Bellavista que se armaron de estudiantes secundarios.
“En 1986, cuando cursaba tercero medio, asistí a una de las jornadas que se realizaban en La Florida. En esa jornada había que dormir en la Casa de la Juventud. Así lo hicimos. Al otro día teníamos una actividad en la Casa del Padre, llamada así porque el padre José Kentenich vivió unos días ahí cuando estuvo en Chile, y es el lugar donde él habría escrito un documento vital para la orgánica de Schoenstatt. En esta casa estaba el padre Ángel Vicente Cerró.
“La actividad consistía en tener una misa con este cura y que nos confesáramos con él. Cuando entré a confesarme, él me hizo sentar en la cama donde había dormido el padre Kentenich. Luego se ubicó a mi lado y se acercó mucho a mí. Me abrazó y comenzó a preguntarme cómo era mi vida, cómo era mi relación con mi papá, cómo era mi relación con el colegio, si tenía polola (novia). Preguntas que correspondían a un tema más íntimo que a un tema pastoral. La conversación estuvo enfocada a si yo tenía polola, si había mantenido relaciones sexuales, si me masturbaba, si tenía deseo sexual, si tenía erecciones… todo en el ámbito sexual, no religioso o de la jornada.
Finalmente, el padre Ángel VicenteCerró puso su mano en mi entrepierna, en la ingle. Eso me incomodó y me puse muy rígido. Luego, él movió su mano a lo que los varones llamamos el bulto o el paquete, que es la entrepierna en sí misma, sobre el sexo. Acercó su cabeza a mi rostro y trató de besarme. Yo me paré.
El cura me dijo que yo podía ser su hijo y que debía confiar en él, buscando establecer una relación parental conmigo sabiendo que yo no tenía una buena relación con mi papá. El padre Cerró me explicó entonces, que acogerme entre sus abrazos y tener esa cercanía de su cuerpo con el mío, era un tema de paternidad. Este tema ahora lo comprendo porque lo he estudiado y se trata de una manipulación por culpa y abuso de conciencia.
"Finalmente, el padre Cerró puso su mano en mi entrepierna, en la ingle. Eso me incomodó y me puse muy rígido. Luego, él movió su mano hasta mi sexo"
Yo me paré y le di las gracias. Él se molestó mucho y me dijo que lo estaba entendiendo mal y que no podía ser su hijo, que no iba a ser su hijo. Me retiré con una sensación de basura, de que no merecía tener un padre, de que era un mal cristiano.
En Schoenstatt, la idea de paternidad es muy fuerte, es primordial dentro de lo que es la lógica del movimiento, y se busca la conformación de alianzas entre personas basadas en la fraternidad.
Cuando salí de la Casa del Padre lo hice en silencio, me quedé callado. Afuera estaban Cristián y Álvaro. Entonces entró Jorge. Pasaron unos 10 minutos y Jorge salió súper rojo, entero rojo y contó lo que le habían hecho. La reacción de los demás fue agarrarlo pa’l tandeo, huevearlo, molestarlo. Entonces, como se dio esa situación, no me quise exponer a contar lo que me había pasado… y me callé.
Me quedé callado años. Callé durante todo el tiempo en que participé en el movimiento, desde 1986 hasta hace unos meses atrás, cuando me enteré de que el padre Ángel Vicente Cerró había tenido este mismo problema con acólitos, ahora, en 2018. Otro conocido, que es psicólogo, contó que llegó a un acuerdo judicial con los curas de Schoenstatt, otro amigo confesó que lo había abusado a los 11 años.
Guillermo Lorca; amigo mío de Schoenstatt, cuando yo estaba trabajando en un hospital con pacientes VIH, antes de morir, me contó que él entre los 15 y los 18 años, había mantenido relaciones sexuales con Marcial Parada, un sacerdote de Maipú a cambio de dinero, de grandes sumas de dinero.
Sigisfredo Villegas, también de Maipú y del movimiento, con quien hablé en el hospital donde se atendía de VIH, no ocultaba el tema. Me decía: ‘Yo tengo ahora un café en la calle Bombero Núñez, gracias a los Padres de Schoenstatt’. Sigisfredo se travestía hasta con exageración y tenía todo un negocio de Drag Queen. Finalmente falleció por el VIH. Esas dos personas, me dijeron claramente que mantenían relaciones con Marcial Parada. Luego supe que a Parada lo habían llevado a México, pero no tengo certeza”.
Testimonio de Rodrigo Pérez
“En mayo de 1987, después de la venida del Papa Juan Pablo II a Chile, era rector del Santuario Nacional de Maipú el padre Raúl Féres Shalup, y vicerrector el sacerdote Marcial Parada Cardemil. Ejercía su práctica pastoral el actual sacerdote Patricio Moore. En ese momento ingresé a Schoenstatt siendo Patricio el guía de mi grupo, donde también estaba Guillermo Lorca y Sigisfredo Villegas.
Al poco tiempo de ingresar, conocimos en el Santuario Nacional de Maipú, al sacerdote Marcial Parada. Él nos daba abrazos muy apretados, muy cariñosos. Nos daba besos en la cara, después nos daba besos cuneteados, y a algunos derechamente se los daba en la boca.
“Cuando nos abrazaba, su mano lentamente se escurría por la espalda hasta llegar a la zona anal, a las nalgas. Bueno, eso producía una confusión tremenda en la cabeza de uno. Por un lado, me decía: qué mierda está haciendo. Por otro: no, en realidad es un abrazo. Uno piensa que un sacerdote no podría hacer algo malo.
"El cura prostituía a mis amigos siendo ellos menores de edad. Les pagaba sumas de dinero a cambio de favores sexuales"
Cuando uno lograba zafarse se corría, y él agarraba a otras personas. Fui testigo de lo que les pasó a mis amigos Guillermo Lorca y Sigisfredo Villegas, ambos fallecidos. Los llegaba a levantar cuando los tomaba por el traste, por el culo. También me enteré de que este sacerdote, además prostituía a mis amigos siendo ellos menores de edad. El cura les pagaba sumas de dinero a cambio de favores sexuales.
Esta fue una conducta más amplia, porque en el Santuario Nacional de Maipú había distintos tipos de grupos: guardias y chicos de pastoral juvenil que nada tenían que ver con Schoenstatt, y de quienes, efectivamente, también se abusaba.
Recuerdo el caso de una persona mayor de edad, de la que también abusó. Una vez nos reunimos en la casa del cura, pidió conversar con el joven y entraron a una pieza. Estuvieron mucho rato, mientras nosotros seguíamos reunidos. Luego salieron juntos (véase testimonio de José). En 1996, un domingo fui a misa al Santuario de Maipú. Caminando por una calle cercana, me encontré con ese joven de entonces y al verme reaccionó con mucha violencia, con mucha rabia, lo que me impactó porque le quería y admiraba. Él había sido parte de mi grupo. Y me imagino que esa rabia estaba vinculada con el abuso sexual que sufrió por parte de Marcial Parada. Ese cura abusó de mucha gente. Pero, lamentablemente, algunos están muertos o bien no han hablado o no sabemos si han hablado.
Después, postulé a la comunidad de los Padres de Schoenstatt. Me entrevisté con el superior de ese tiempo, Luis Ramírez, quien me envió a hablar con dos sacerdotes que examinaban si uno tenía algún tipo de cualidad o no. También me envió a hablar con los sacerdotes Joaquín Alliende Luco y Rafael Fernández. Ambos son del mismo grupo de Francisco José Cox y de Francisco Javier Errázuriz.
Cuando estuve con Joaquín Allende, le denuncié este caso y le señalé que Marcial Parada tenía este tipo de conductas. Verbalmente. Le señalé esto y que quería ser sacerdote, pero no un sacerdote como Parada. Tuve la confianza de contar esto a Joaquín Allende porque lo admiraba mucho, me gustaban sus prédicas, hablaba muy bien, bonito, y escribía muy bien. Me gustaba mucho su poesía. De hecho, me regaló un libro que se titula “Santo Domingo, una emoción del Espíritu para América Latina”. Me lo dedicó diciendo: ‘A mí colega en ciernes, por su historia tan hondamente en Schoenstatt’, y puso la fecha: ‘en el día de San Bernardo, enamorado de Mará’.
Bueno, nunca más se supo. A mí me aceptaron en la comunidad, y fui a Paraguay a hacer el noviciado. A fines del año 94 envían a Paraguay a Marcial Parada como monje. En una oportunidad, cuando coincidí con él, me dijo: ‘Oye ¿no quieres ir a mi pieza? tengo unos chocolates que te quiero regalar'. Por supuesto que le dije que no. Y le conté esto al maestro de novicios que era José María García.
Con el tiempo, y pasado los años, me desligué un poco del tema de los abusos porque uno se siente culpable. Tampoco le seguí la pista, y no sé qué pasó, si en realidad lo apartaron o no. Pero esa comunidad de monjes no funcionó; Parada no tenía vocación de monje. No puedes enviar a alguien a encerrarse si la persona no va a aceptar esa situación. Entiendo que lo enviaron a México. No sé si allá habrá abusado o no.
Tampoco seguí con la denuncia, por temor a que me echaran de la comunidad, de ser visto como un tipo díscolo, complicado, que en parte también lo era. Hasta que en julio del año 2018 pedí una entrevista con el actual provincial de los Padres de Schoenstatt, Fernando Baeza. A él le tenía mucha confianza porque fue director del seminario cuando estuve estudiando.
Y como me parecía que era un tipo honesto y bastante abierto al dolor, le comenté, le dije, yo sufrí de abusos de parte de Marcial Parada y quiero una entrevista con él. A lo que él me respondió: ‘voy a consultar, voy a ver…’. Me mandó un email diciendo que es imposible la entrevista porque el cura está muy enfermo en México, que tiene un problema a la columna. Que yo haga todas las denuncias que sea en la Fiscalía, sabiendo que yo le había dicho que estaba prescrito el delito. Eso lo veo como una burla. Tengo los emails de respaldo.
Entonces, me molesté mucho con esa situación, porque en definitiva yo no estoy pidiendo dinero ni nada. Yo solo quiero saber por qué Parada hacía esas conductas, por qué de alguna manera trató de perturbarnos, de desviarnos… Y por qué prostituyó a amigos míos, que eran menores de edad en ese tiempo. Por qué un sacerdote… El hecho de que él dé dinero no está mal, en sí mismo. El tema es por qué lo hace. Un sacerdote no está para pervertir a los jóvenes, sino para acompañar, ayudar, ser guía espiritual, hacer que las personas crezcan, no para hacer que las personas se envilezcan o de alguna manera se perturben. Eso fue negado por la comunidad y nada hicieron, absolutamente nada. Solo me dijeron que iban a enviar las cartas a Alemania.
Luego en su calidad de instructora de una investigación previa a Ángel Vicente Cerró, se contactó conmigo Alejandra García Huidobro, quien es la coordinadora de la Comisión de Prevención de Abuso Sexual en Schoenstatt. Como tampoco hubo respuesta, interpuse derechamente denuncia en OPADE.
En la oportunidad señalé que yo no confiaba en esa comisión, porque no está constituida por personas externas a Schoenstatt que garanticen imparcialidad para investigar y juzgar. Le hice algunas preguntas que nunca me respondió.
Como dije, hice la primera denuncia verbal en 1993 y la vine a oficializar por escrito en 2018. Hasta ahora, no ha habido absolutamente nada. Ninguna novedad. Y como no quieren responder a mis preguntas, entonces, pedí que no me escribieran más”.
Testimonio de Cristián Ilabaca
“Yo puedo atestiguar que todo lo dicho por Julio es verdad y puedo añadir lo siguiente:
En el año 2015, otro amigo mío del movimiento, que era acólito, me contó su testimonio de abuso por parte del padre Ángel Vicente Cerró, que consistió en algo muy parecido a lo ya relatado: el hacer cercanía, decir que va a ser el padre cuando su papá había fallecido, los besos, y que tampoco profundizó más.
"Hice la primera denuncia verbal en 1993 y la vine a oficializar por escrito en 2018. Hasta ahora, no ha habido absolutamente nada"
Cuando le pregunté a mi amigo por el padre Cerró, me dijo que lo habían apartado del contacto con la gente. Me quedé tranquilo, hasta el año 2019, cuando una amiga en común, me comentó del caso de un pariente de su esposo, que también fue abusado por Cerró. Buscando en internet, supe que estaba en Concepción, donde también hay un santuario y él aparece dando una charla. Hay un video también en que aparece en medio de la celebración de la familia, así le llamamos en Schoenstatt a todo el conjunto de personas. En ese video le hacen una entrevista.
Eso me descolocó, y siento de alguna manera que soy cómplice de lo que puede pasar en el futuro. Por eso escribí en la página de internet del Santuario de Concepción, alertando de posibles casos de abuso en Bellavista. Lo hice con mi nombre, sin ningún temor, porque me pongo en el lugar de los padres de allá, tengo hijos chicos, y desearía que alguien me alertara para yo tomar las precauciones.
Insistí con mi amigo, ese con el que me encontré en 2015, para saber qué había pasado, pero no me dio respuesta clara y se molestó mucho. Después supe que llegó a un acuerdo con Shoenstatt que incluyó un perdón de parte del padre Cerró hacia él. Como mi amigo es muy creyente, posiblemente le creyó el perdón.
Respecto al testimonio de Rodrigo, también supe en su momento todo lo que él dice, pero tampoco lo creí o no le di importancia. El padre Ángel fue quien bendijo mi argolla de matrimonio, celebró mi matrimonio, era muy cercano a mi suegro, que también era del movimiento. Yo era del movimiento, mi esposa era del movimiento, la familia de mi esposa también. Pero, aun así, yo considero que él es, en rigor, por los testimonios de mis amigos, a quienes les creo, él es un pedófilo, un delincuente que no se va a rehabilitar y que el movimiento lo mantiene hasta el día de hoy.
A mí me preocupa mucho todos los jóvenes que puedan estar en este momento y los hijos de los matrimonios del movimiento, los que son acólitos, los que puedan estar cerca de él y que puedan ser víctimas de él hasta el día de hoy. Y bueno, eso me mantiene en alerta. La verdad es que estoy dispuesto a dar mi testimonio y hacer todas las cosas que estén a mi alcance, para poner en aviso a la gente que está cerca de él. Porque ya se ve que los Padres de Shoenstatt no van a hacer nada”.
Testimonio de José San Martín
“Participé mucho en el grupo de la familia de Maipú, donde nací, me crié y vivo ahora. Ingresé en el grupo de los universitarios, donde me hice amigo de Rodrigo, Sigilfredo, Juanito, y otros. Tenía 19 años, pero antes fui acólito y participaba en un grupo de teatro que hacíamos obras para las festividades de la Virgen del Carmen.
Mi experiencia en el movimiento fue bastante gratificante, en el sentido de las gentes que conocí, de las amistades que hice. Tuve como guía espiritual al padre Pancho, Francisco García-Huidobro. Maipú era en ese entonces como un pueblito, todo se sabía. Además, fui siempre criado en una educación en la que los curitas eran algo sagrado, y que tenían la razón siempre.
Un día, deprimido por una pena de amor, fui a hablar con el padre Pancho pero no estaba. Y como la señora de la casa de los padres me conocía, me hizo pasar por la cocina. En eso aparece el padre Marcial y me dice: ‘ven hijo, habla conmigo, habla conmigo’. Bueno, yo fui. Íbamos por un pasillo de la casa y el padre empezó a tirar las manos. Me incomodó y llegó un momento en que me empezó a agarrar el trasero. Yo le pegué un manotazo, y le dije: ‘pero ¡padre! no vine a huevear, quiero hablar algo serio’. La verdad es que no recuerdo lo que me tenía tan triste, pero salí de allí mucho más triste. Entonces, lo único que atiné fue a correr y entré en el templo (del Santuario Nacional).
Me sentía tan culpable por haberle faltado el respeto al cura y haberle dicho no venía a huevear… Para mí eso era un pecado. Me sentí en pecado porque a un curita no se le podía tratar así, según la educación que recibí. Estuve mal un tiempo y después, y cada vez que veía al cura, me arrancaba. Evitaba conversar con él. Me daba recelo y lo rehuía. Me arrancaba. Cuando de repente lo veía… salía arrancando. Seré grande hoy, pero yo siempre he sido muy cabro chico, y en esa época era como un niño.
Pero también fui testigo de lo que le pasó a Guillermo Lorca que falleció de sida. Él vivió una vida muy complicada. Cuando joven se arreglaba mucho. No éramos yuntas pero nos saludábamos. Un día, cuando nos íbamos a juntar con el grupo de universitarios, Guillermo entró por la parte de atrás. Le digo: ‘hola, Gallermo’, así le decíamos porque hablaba con gallitos. Venía muy serio. ‘¿Qué pasa?’, le pregunto. ‘Noooo, tengo unos problemitas’, me responde. ‘Estoy muy corto de plata y necesito comprar unas cosas’, me dijo. Y se fue para adentro de nuevo. Escuché que andaba buscando al padre Marcial. Será confesión, pensé. Nos fuimos al patio a hacer la reunión, y apareció el padre Marcial. Y ahí, uno de los amigos, Sigifredo, nos dijo: ‘ah, sí, si apuesto que viene a sacar algo’. ‘¿Por qué?’ le pregunté. Claro, en ese entonces no teníamos certeza pero percibíamos que el padre Marcial daba plata a algunos por intimar con él. Una hora después o un poco más, salió Guillermo feliz y radiante. ‘Me voy, tengo que hacer mis compras?, nos dijo. Y nos muestra en la mano un montón de billetes. Con Sigifredo comentamos. ‘Pucha, qué lata que pase esto. ¿Cómo permite?’. Y mi amigo me dijo: ‘bueno, son cosas… él sabe y los que hacen esto, saben por qué lo hacen’. Eso fue todo. Después se enojaba cuando tocábamos el tema. Con el tiempo, uno va deduciendo y descubriendo. Sigifredo también estaba en lo mismo, pero tampoco podía conversarlo porque en la cultura y contexto de ese momento, era pecado.