UNA CRISTOLOGÍA DE LA PROXIMIDAD

“Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron. Estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme.

Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: "En verdad les digo que cuando hicieron esto a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron". Evangelio de San Mateo, 90 d.C.


El texto que inicia esta reflexión, y que debe iluminar este mes de Agosto y toda nuestra vida, marca un punto decisivo en la experiencia de seguimiento de Jesucristo. La fe cristiana sostiene, como principio fundamental, que Dios se ha hecho tan próximo a nosotros que su projimidad se manifiesta en que se hizo carne, se hizo uno de nosotros en la persona de Jesús de Nazaret (Cf. Jn 1,14). Con la Encarnación ya no es el hombre el que busca a Dios, sino que es Dios el que generosa y misericordiosamente busca al ser humano, nos busca a cada uno de nosotros. Dios, en Jesús, ya no nos es lejano, inalcanzable, extraño. El Dios de la Vida y de la Misericordia es prójimo, como el del Buen Samaritano: ¿quién es mi prójimo? El prójimo es el Dios de Jesús de Nazaret, del carpintero que anunció el evangelio del Reino en la periferia del mundo judío y en los márgenes de nuestras ciudades, de nuestras vidas, de nuestra Iglesia.

Jesús de Nazaret nos ofrece un mensaje bien concreto: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia porque el Reino se ha acercado a ustedes” (Mc 1,15). Convertirse, creer y seguir. Son como las tres palabras bisagra de todo el Nuevo Testamento. Y son las tres palabras que sintetizan la espiritualidad de la justicia evangélica y que sostienen el pasaje de Mateo que iniciaba estas líneas.




¿Qué significa la espiritualidad cristiana? Es ante todo una forma específica de seguimiento de Jesucristo. Algo sedujo a los primeros discípulos y discípulas que vieron en Jesús a una persona atrayente al que valía la pena seguir. La espiritualidad es tener dentro de nosotros al Espíritu de Jesús, y no tenerlo de manera egoísta sino que tenerlo en “clave de salida”. El mes de la solidaridad nos pone en la perspectiva de ser “creyentes en salida”, de darnos continuamente a los demás. Como decía el Padre Hurtado “hasta que duela”.

Se sigue a Jesucristo no de manera aislada sino que le seguimos como Iglesia, como comunidad creyente. Y se le sigue mirándolo al rostro, que históricamente se encuentra prolongado en los rostros de los otros, sobre todo de los que sufren. De esos y esas de las que nos habló el evangelio. Los que sufren, los hambrientos, los que sufren injusticias, los perseguidos, los últimos, son históricamente el Cristo vivo, el Cristo prójimo, el radicalmente cercano. Y el Evangelio es claro: se sigue a Jesucristo acercándose a Él. Tocándole, sintiéndole, abrazándole. Pero también se le sigue amando y buscando la justicia.

El profeta Miqueas en el Antiguo Testamento recuerda que el Señor nos ha dicho lo que es bueno: “Practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con Dios” (Miq 6,8). ¿Quiénes son los que sufren injusticias hoy, aquí, en Chile? Los adultos mayores con pensiones de muerte, los migrantes con escasas condiciones de seguridad laboral. Los que anhela, y anhelamos una educación de calidad. También se practica la justicia construyendo lo que el Papa Francisco define como “ecología humana”, es decir, ambientes de paz, de armonía, de solidaridad, de respeto, inclusión, cercanía. La solidaridad es vivir la espiritualidad de la justicia, de hacer justicia a los que viven la injusticia. Este es el núcleo del mensaje del Reino de Dios. Este es el horizonte que nos debe mover a vivir este mes. Este fue el deseo profundo que animó al Padre Hurtado y que debe animarnos a nosotros, estudiantes, a nuestras familias, a nuestra Iglesia, a cada uno de los ambientes en los cuales nos movemos: “Practicar la justicia, amar la misericordia y andar humildemente con Dios”.

Amén
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