Lucas 15. El hermano “mayor” no le deja comer ni  bellotas de cerdo. El padre   le acoge con música y baile

 No se trata de crear una iglesia a favor de los pródigos (cosa fundamental), sino una iglesia de pródigos (cosa que es mucho más). El tema para ello no es que Dios sea bueno, misericordioso, sino que logre que el hermano mayor, que se cree dueño de la casa, acepte en ella al menos.

Este es el primer tema “real” de la Biblia: La parábola de los dos hermanos (Cain y Abel, Gen 4). Que Caín no mate/expulse a Abel, que puedan vivir juntos y quererse los dos hermanos.

El Dios de Gen 4: permitió vivir a Caín, aunque con una marca de Maldito… Parece que Abel no había hecho nada malo, sino sólo vivir…. Para ser asesinado…

El Dios de Lc 15… ¿Logrará que Cain (hermano mayor)… “perdone” a Abel (que tiene culpa: ha gastado parte de la herencia) que vivamos juntos los dos hermanos…

Navegandoconxesus: PARÁBOLA HIJO PRÓDIGO

Parábola… El final.

 Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, 26y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. 

 Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 29Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; 30en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. 

 Él le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Sobre los pródigos del mundo  ha fundado Jesús la iglesia (la casa del padre) según esta parábola.

 Ciertamente, los hermanos mayores (=los grandes), que vuelven de su trabajo cada tarde, conscientes de su prepotencia, no quieren fiesta para pródigos y gente de su clase, sino seguir siendo dueños de la casa. Por eso vienen y discuten con el padre, y no quieren entrar en la casa que el padre ha dejado en manos de pródigos, con músicos y amigos que cantan y celebran la vida y sacian el hambre comiendo el ternero cebado de la fiesta. 

Ante esa situación nos coloca la parábola. Dios ha fundado una iglesia con y para pródigos (hijos menores), pero los “grandes”, mayores, se creen dueños de la casa e insisten en controlarla. Así están las cosas, y la parábola no dice cómo acaban: No se sabe si el padre logrará convencer a los grandes, a fin de que ingresen también ellos en la casa de fiesta donde comen y cantan pródigos y amigos. Ciertamente, algunos comentaristas antiguos insinúan que el hermano mayor no entró, sino que se marchó con furia, como había marchado tiempo atrás el menor, pero no para gastar la vida de un modo “deshonrado”, con cerdos y malas mujeres, sino para crear una iglesia separada y “santa” de buenos cumplidores, fariseos y legales (como los que criticaban a Jesús: Lc 15, 1‒3), expulsando de ella a los pródigos, en contra de la voluntad del padre.    

ARTE CRISTIANO Y BELLEZA: El hijo pródigo de Rembrandt

  1. Planteamiento. Un hombre tenía dos hijos…

         Así comienza la Biblia, contando la historia de Caín y Abel (Gen 4), toda la humanidad, dos hermanos “queridos” y enfrentados de tal forma que uno acabó matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco. Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando. El padre nos hizo hermanos en el mundo, y así repite la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad…), pero seguimos desiguales, unos esclavizados por otros, enfrentados por la casa que debía ser de todos: indígenas y emigrantes, autóctonos e invasores, ricos y pobres, nacionales y extranjeros, hombres y mujeres…

Un hombre tenía dos hijosempieza diciendo la parábolas (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, y así lo hace parábola que ha sido escuchada, meditada, contemplada… y también falsificada por de lectores, que la han desenfocado, fijándose sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), miradas de un modo intimista y sentimental, sin tener en cuenta que los protagonistas son tres (padre y dos hijos), y que las relaciones más significativas y sangrantes son las que establecen los dos hermanos, que son toda la iglesia o, mejor dicho, dos formas iglesia enfrentadas desde antiguo. Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos: 

 ‒ Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).

‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor (=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.

Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos.

Según la parábola, el problema no es el pródigo, sino el “grande”, que se cree dueño de la casa, y discute a su puerta con el padre; ese podría matar, y (apelando a su justicia, de forma legal) matará de hecho al pródigo al que el padre ha introducido en su casa, como en la parábola de los viñadores, que anuncia la muerte de Jesús, el pródigo (Lc 22‒23).     Lo supo A. Machado cuando decía que “por este trozo de planeta (campos de Castilla, un tipo de iglesia) cruza errante la sombre de Caín”, evocando de algún modo los tres años de guerra civil española que se aproximaban. 

         Esa sombra de muerte cruza también por la parábola: La muerte de Jesús y de sus pródigos, aunque a veces lo olvidamos e interpretamos todo de un modo intimista, como si no se tratara de la iglesia. En contra de eso quiero mostrar que esta parábola trata no sólo de una iglesia que ha de abrirse desde los pródigos a todos, sino también del riesgo de muerte en que se encuentran cientos de millones de pródigos, y también de aquellos que no quieren recibirles, pues, a la larga también ellos, los grandes de iglesia, acabarán muriendo si no comparten la vida con los pródigos. 

  1. Reflexión exegética. Una casa para los sin casa… una casa para los dos

          En este contexto podemos a Pablo (Rom 2) y también  a Pedro, en cuyo nombre se escribió una carta canónica (1 Ped) donde se define a la iglesia como hogar para aquellos que no tienen hogar, para un tipo extenso de pródigos: ilegales peregrinos, emigrantes sin papeles o nacionalidad. Desde ese fondo.

‒ En un sentido, los grandes de la casa, críticos de Jesús, eran y son necesarios: producen y ganan dinero, y con su ganancia pueden incluso sufragarse las fiesta del hijo que vuelve, con los músicos y el baile (symphonias kai khorôs,Lc 15, 25), comiendo el ternero cebado… Esos grandes, buenos trabajadores, defensores del orden legal, son necesarios para que haya cierto orden, para que funcionen los trenes y la luz eléctrica en la noche y pan por la mañana, para que haya diócesis y universidades de iglesia. 

Y sin embargo allí donde esos grandes y ordenados se imponen por la fuerza, creyéndose dueños de la casa, la casa de la iglesia se destruye. Jesús no dijo nunca que los pródigos, enfermos, extranjeros, “pecadores” fueran moralmente mejores, pero añadió que estaban necesitados, e insistió en abrir con y para ellos la puerta de la casa, para fundar así la iglesia.  Ciertamente, él supo que es preciso trabajar (era un tekton o artesano), y su lenguaje está lleno de pescadores eficientes, agricultores, pastores, en un mundo necesitado de justica… Pero supo que esa justicia se vuelve inhumana, contraria a la casa, si no acoge a expulsados y emigrantes, los pródigos del mundo, y no deja que ellos sean los primeros. Por eso él optó por ellos, por los pródigos, invitándoles a casa (la del padre), para iniciar con ellos una iglesia abierta al Reino.

–Jesús acogía en su casa y camino de Reino a los pródigos: leprosos, emigrantes, expulsadas, enfermos, pobres, publicanos, rompiendo barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, mayores y menores, pues en su casa, la de Dios, cabían todos.

Jesús protestaba contra todo lo que lleva a la opresión de los pródigos. Por eso resulta normal que los “grandes” (sabios y limpios, oficiales del sistema) le acusaran y al fin le condenaran, porque ponía en riesgo su “negocio” (diciendo incluso que al rechazar a Jesús estaban dando gloria a Dios (a su Dios: Jn 16, 2). 

No es que el pródigo (Jesús) fuera más piadoso, sino al contrario. En sentido convencional eran más piadosos los grandes, los cumplidores que vuelven de su campo cada tarde (Lc 15, 25), ganando el pan y cebando los toros que, lógicamente, les pertenecen, y no quieren compartirlos con los pródigos que han gastado su dinero con malas mujeres. Estos grandes son realistas, saben que la ley es necesaria, y les parece peligroso este Jesús, rompedor de vallas, que se opone de hecho al Dios del orden establecido. Por eso se enfrentan al padre:     

  • Mira: a mí, en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca, jamás me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos;
  • cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas,
  • matas para él el ternero cebado (Lc 15, 29‒30).

 Esta es la palabra clave, la acusación del hijo grande contra el padre que defiende al menor pródigo. El conflicto no se entabla ya entre dos hermanos, sino entre dos formas de entender a Dios, de forma que el grande se enfrenta con el padre y quiere darle lecciones, sobre lo que debe y no debe hacer. Ciertamente, el padre escucha las acusaciones de su hijo grande y le responde con respeto, como si supiera que, en un plano, tiene cierta razón; pero después le rebate, añadiendo que la razón suprema es la misericordia, y que la casa es de todos, en especial de los pródigos y que en la mesa ellos han de ser los primeros.

Un lector experto en Biblia descubrirá de inmediato que ese padre que quiere convencer al hijo grande es el mismo Dios del libro de Jonás que, según el profeta, tenía que haber destruido a Nínive, la perversa. Igual que Jonás, este hermano grande de la parábola quiera que el padre destruya (expulse) al pródigo de casa.  Pero Dios, que respondió con calma a Jonás perdonando (=amando) a Nínive, responde igual al grande, apelando a su misericordia por encima de una justicia de expulsión y muerte:

  •  Hijo mío ¡tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!
  • Pero había que hacer fiesta y alegrarse,
  • porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a vivir,
  • se había perdido y ha sido encontrado (Lc 15, 31‒32).

   Estas palabras del padre, defendiendo al pródigo constituyen la carta magna de la casa mesiánica, donde los primeros son los pródigos, y donde (por amor de los pródigos) pueden estar también los grandes, si cambian y se dejan acoger por ellos.  Esta es la voluntad del padre, es la tarea de Jesús: que los hermanos se quieran y comparten la casa:

 ‒ Jesús libera y acoge por un lado a los menores, pródigos y pecadores, expulsados y oprimidos, extranjeros y fracasados, ofreciéndoles la casa de la vida, la Iglesia y Reino de una humanidad para el amor, con fiesta y baile y ternero cebado, es decir, con abundancia, cariño y comida para todos.

‒ Por otro lado, él ama también a los mayores, pero exigiéndoles que cambien, impidiendo que construyan un muro o valla en la casas del mundo, no sólo contra los pródigos, sino contra ellos mismos (cerrándose a sí mismos), como repite sin cesar el papa Francisco.

 Esta respuesta (y propuesta) del padre expresa la voluntad más honda de Jesús, que sabe que una sola cosa es necesaria: Escuchar la palabra del Padre y cumplirla, amando a Dios y al prójimo necesitado, empezando por el más cercano, como el samaritano (cf. Lc 10, 27‒37. 42).  Dos cosas aparecen así claras en esta visión del “hijo pródigo”.

  Dios de pródigos: gracia y perdón

 La parábola no dice cómo acabará esta historia, como tampoco dice el libro de Jonás lo que hará profeta. Eso significa que la respuesta ha de darla el oyente, de una forma que se suele llamar extra‒dieguética, entando en la historia de los dos hermanos, y respondiendo a ella con su vida. 

 –   Jesús edificó su iglesia con pródigos y hambrientos, enfermos, extranjeros y carentes, aquellos a quienes su misma pequeñez ha colocado al borde del camino: expulsados, marginados por razones de tipo social o religioso, formando así la iglesia samaritana.

En esa iglesia samaritana la primera “jerarquía” (autoridad de Dios) son los pródigos,con los niños y menores (como dice Mt 18).  El mismo Jesús plantea la alternativa: O crear una iglesia de sabios y prudentes, pero sin el Dios de Jesucristo, o ser iglesia de menores y pródigos que se abren y acogen a todos en su casa abierta (cf. Lc 10, 21‒22, en la línea Mt 25, 31‒46).

          La parábola del hijo pródigo nos invita a crear una iglesia de “pródigos” a quienes el padre les abre y regale su casa, para iniciar en ella una fiesta de vida en la que caben todos. La iglesia de los grandes, hermanos mayores (que quieren dominar el mundo con métodos de ley) excluye a los pródigos.  Sólo una iglesia de pródigos abiertos a la vida puede abrir su casa a todos, incluso los grandes, pero convertidos. Así lo ha puesto dramáticamente de relieve el papa Francisco, no sólo en Evangelii Gaudium (2013), sino en Laudato si (2015).  

Esta parábola es por tanto una revelación de la gracia de Dios que se encarna por Jesús, a fin de que la vida de los hombres se arraigue y expanda de forma gratuita, en perdón y acogida. En el principio está el Padre Perdón, que recibe en la casa al pródigo, con fiesta y baile. Después viene el pródigo que, sabiéndose perdonado, ha de ofrecer vida y solidaridad a todos, especialmente a su hermano grande. Y al fin queda pendiente la respuesta del grande, para ver si se convierte y entra en la casa de los pródigos para aportar también sus dones, al servicio de todos.

Esta es una parábola arriesgada, pues aquellos que perdonan e inician un camino de perdón pueden acabar siendo perseguidos, como Jesús, crucificado por romper (superar) la ley de los mayores (escribas‒fariseos…). Ese gesto mesiánico de Jesús puede y debe estructurarse en forma de comunidades de perdón y acogida, en una iglesia formada por aquellos que mantienen su recuerdo y camino (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 23), una iglesia de pródigos, pero no contra los “grandes”, sino para todos, incluso los grandes.

         Esa iglesia sólo puede nacer del perdón, como dice la parábola y muestra la vida de Jesús, que ha proclamado y ofrecido el perdón como punto de partida, acogiendo en la casa del reino a los pródigos, sin exigirles conversión (que podrá venir después), en nombre del Dios que acoge y perdona (es decir, crea) en amor a los pródigos, no para dominarles mejor, sino para crear vida en amor, desde ellos y con ellos. Ésta es la estrategia de Jesús, ésta es su alternativa: Él sabe que Dios no “juzga”, sino que ama y confía en que los hombres (los pródigos), siendo amados, seguirán amando a los demás, incluso a sus enemigos (los hermanos grandes). Por eso no funda una religión de pecado y perdón legal o sacrificio (como en el templo de Jerusalén), con sacerdotes superiores (grandes), sino una casa de liberación (comunión) y perdón desde los pródigos  

‒ El primer gesto de Jesús, el más sencillo y profundo, es comer con “pecadores”(cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), haciendo así casa con ellos.  Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje.  Comer es acoger al hambriento (como el hijo pródigo que viene con hambre), y es, al mismo tiempo, perdonar (reconciliarse), formando así una casa‒comunión donde quepan todos, partiendo del pan.

‒ Jesús no solo come con pecadores, sino que cura perdonando a los enfermos, como paralítico(Mc 2, 1-10), haciéndole capaz de caminar, cuando le dice: ¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados! La curación verdadera de la vida es el perdón, la reconciliación con Dios que se expresa en la reconciliación con los hermanos, suscitando así una humanidad liberada (sanada) para comunión de amor.  

  Sólo el perdón libera y funda comunión entre los hombres, rompiendo la barrera que separa a los hermanos (Ef 2, 14‒15). Éste no es un perdón sacrificial e impositivo (que se ofrece desde arriba, con un tipo de arrogancia), sino el perdón universal y gratuito, gozoso, de Dios padre, el perdón de los pródigos que acogen en su casa (iglesia) a los mismos grandes que les critican y quieren expulsar, como el fariseo de otra parábola de Lucas, que invoca a Dios más o menos así:

 “Gracias te doy Padre, porque oro y porque ayuno,

y además porque puedo perdonar a gente como esa,

a ese mal publicano”. (cf. Lc 18, 9‒14)

 En contra de esa pretendida oración de fariseos y escribas como los que critican a Jesús en Lc 15, 1‒2, la oración de los hermanos pródigos perdonados por Dios, puede y debe acoger, perdonar y curar a los “justos” fariseos, conforme al discurso de misión de Mc 6, 1‒13; Lc 9, 1‒6 y al Padrenuestro (Mt 6, 9‒13; Lc 11, 2‒5). Tras haber pedido a Dios que llegue el Reino (y que haya pan), los pródigos se atreven a decirle que perdone todas sus deudas (y/o pecados), como ellos se perdonan entre sí y perdonan a los ricos (es decir, a los mayores que quieren imponerse sobre ellos).

Sólo los pobres pueden perdonar de verdad, los menores a los grandes que les han ofendido y les oprimen, pues los grandes no han sido ofendidos.  Siendo don de Dios (perdón), la casa del reino (iglesia) sólo puede fundarse sobre fundarse sobre el perdón de Dios y el de pobres (excluidos y pródigos) que acogen a los ricos.  Este perdón es la palabra suprema de los pródigos de Jesús que oran con (como) él, pidiendo a Dios que les perdone, como ellos perdonan a sus deudores. Así lo ratifica Mc 11, 24-25 cuando identifica la oración con el perdón interhumano

Una iglesia de pródigos

 Dios no exige expiación, ni sometimientos, sino amor  y perdón, que los hombres y mujeres se perdonen, se acepten y comparten lo que son y lo que tienen,  por amor, no sumisión, de forma que todos, perdonándose entre sí, empezando por los pródigos, pueden crear una Iglesia de amor universal. Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo superior del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para dejarlo como estaba, sino para cambiarlo desde los más pobres y excluidos.

Jesús no ha empezado exigiendo a los pródigos que se conviertan y cambien para entrar en la casa del padre, sino que ofrece perdón, comunión y casa a todos los que vienen, a fin de que ellos puedan perdonar y acoger a todos (a los mismos “grandes”). De esa formase ha puesto en el lugar del padre y ha contado desde allí la historia de la vida, para que pródigos y grandes se transformen, todos por amor, para el amor, creando una casa/iglesia de Padre, desde los pobres y expulsados, los necesitados y los últimos, no desde los sabios y grandes. 

Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada de amor, para pródigos y ricos, desde los menores y los últimos. Él no fue sólo el narrador de esta parábola, sino su protagonista, declarando por ella que su misión ha consistido en “vincular a todos los hijos de Dios que estaban dispersos, enfrentados, sobre el mundo” (Jn 11, 52). El mensaje que él condensa en esta parábola es la conversión‒transformación, de pródigos y ricos, desde los más pobres‒menores, para bien de todos, pudiendo así liberar a los mayores orgullosos, para que no vivan ya dominando a los demás, sino  compartiendo su vida con ellos. 

            Mirada así, esta parábola ofrece su mensaje de aviso (y posible condena) a todos los que creyéndose superiores y dueños de la casa‒herencia del Reino, como los escribas, fariseos o sacerdotes de Lc 15, 1‒2, desprecian u oprimen a los otros, como hará el hermano grande si no cambia y entra en la casa de fiesta que el padre ha preparado para el pródigo. Esta amenaza pende como espada sobre los “hermanos grandes” de Galilea o Jerusalén, celosos de sus privilegios, que van a quedar al fin vacíos, cerrados en sí mismos, si rechazan a los pródigos, menores y expulsados de la tierra como indica una palabra clave:

  1. Muchos vendrán del oriente y del occidente
  2. y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos,
  3. pero los hijos del reino serán expulsados (Lc 13, 28-29)

           Muchos pródigos (polloi) vendrán de oriente/occidente, es decir, de todo el mundo, mientras los “hijos del Reino” (israelitas seguros de sí mismo, dignatarios religiosos o sociales), corren el riesgo de ser expulsados (de expulsarse a sí mismos) si no aceptan el Reino de los pródigos, encerrándose en sí mismos, en envidia y violencia, hasta destruirse a sí mismos.  Así sigue diciendo la parábola de los invitados a la fiesta (Lc 14, 16-24; cf. Mt 22, 2-13).

El mismo padre que ha ofrecido al pródigo una fiesta con toro cebado y cantos de baile, aparece en esta nueva parábola del banquete final invitando a su cena de vida a todos los hombres y mujeres, pero descubriendo que muchos “hermanos mayores”, que andan a su trabajo egoísta por la vida, se excusan y no van, quedando fuera.

La culpa no es de Dios, sino de aquellos que no quieren su banquete, la fiesta de la vida, con los cojos‒mancos‒ciegos, expulsados, emigrantes y pródigos de todos los caminos, como ha seguido poniendo de relieve de forma impresionante el evangelio apócrifo de Tomás 64, cuando retomando la parábola de Lucas y Mateo acaba diciendo: “No entrarán a ese banquete los comerciantes y mercaderes”. Esta misma advertencia es la que Jesús ha dirigido a los sacerdotes, compradores y vendedores del templo (cf. Mc 11, 17), acusándoles de haber convertido la casa del Padre en un “emporio” o casa de negocios (cf. Jn 2, 16).

Entendida así, esta parábola de la iglesia‒pródiga nos pone ante la más honda revelación de Dios, que sigue llamando y acogiendo en su casa a los pobres del mundo, para ofrecerles su banquete, como saben las bienaventuranzas (cf. Lc 6, 21‒22), para iniciar y fundar la verdadera Iglesia con los pródigos del mundo y con los marginados o expulsados por los nuevos escribas‒fariseos de una iglesia de poder, como ha recordado el Papa Francisco en primer escrito pontificio: EvangeliiGaudium, 2013. Leída en ese fondo, esta parábola sigue llamando no sólo al corazón de los pródigos del mundo, sino a la conciencia de los grandes y jerarcas de un tipo de Iglesia, que corren el riesgo de perderse a sí mismos, fuera de la casa del amor del padre, si es que no entran y comparten su vida en la casa del Padre, con los pródigos de Cristo.

Planteamiento. Hechos.   

  • -El hermano menor ha vuelto a casa, tras gastar la herencia, y su llegada enfrenta al padre con su hijo mayor.
  • El hermano  mayor representa la justicia de la ley. A su juicio, hijo menor (pródigo) que ha gastado el dinero de la herencia en fiestas y pecados debe pagar por lo que ha hecho.
  • — El padre representa la misericordia. Más que la justicia, le importa el hijo menor, que ha estado en trance de perderse.  

 — El Padre es la misericordia antes de la ley. Es el amor y la fe que valora a las personas, por encima de todo lo que han hecho, no porque todo dé lo mismo, sino porque el perdón y la fiesta puede cambiar al mismo pródigo (que tiene necesidad de cambiar, no sólo por justicia, sino por dignidad personal).

— El hijo mayor es la ley antes de la misericordia. Que su hermano empiece pagando, y que lo haga en serio… Sólo después, si se convierte de verdad y paga la deuda, se podrá hablar de fiestas.

Otras formas de contar la parábola

  • El hijo menos ha gastado le herencia con “malas mujeres”
  • - Si el hijo menor es mujer…creada para sometimiento de hombres
  • -Si el hijo menor es negro, indio… o chino…
  • -Si el menor es enfermo, lunático, niño… pobre, de una minoría sexual

La solución del problema no es fácil. Porque el problema no habla sólo de hermanos en privado y de padres buenos… Habla de la vida social, de la responsabilidad ante la justicia… y de la misericordia. Hay que intentar reconocer también las razones del hermano mayor… (así lo he querido mostrar en mi libro sobre la misericordia).

El principio misericordia: El Padre

El hijo pródigo vuelve y le dice al Padre:»Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. ¿Dice la verdad…? Está mintiéndola al padre?

»Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» Y empezaron el banquete.

  1. Principio justicia. El hermano mayor

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

  1. Un intento de solución

Y él mayor replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»

El padre le dijo: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»»

Una reflexión abierta

El centro no es el hijo que vuelve, quizá arrepentido, sino el Padre que le espera y acoge, con misericordia, ofreciéndole una terapia de amor y de fiesta.

El centro es también el hermano mayor, que quiere que se cumpla la justicia, que el menor pague por lo que ha hecho, de devuelva lo gastado, que ha de ser para los dos (no quiere darle otra vez la mitad de la herencia del padre a quien ya la ha gastado).

La respuesta del Padre refleja la conducta específica de Jesús, que ofrece amor y anuncia salvación a quienes parecían haberse separado de la alianza israelita, es decir, a los expulsados e impuros, teniendo que enfrentarse por ello con los “puros” y los cumplidores según ley. Pero los puros como el hermano mayor… y los limpios tienen también su razón. 

(a) Este padre de misericordia. Es eficaz la misericordia del Padre…Es el padre un buen educador…? que es símbolo del Dios de Jesús, recibe en su casa al hijo pródigo, sin reprocharle nada, al contrario, haciendo fiesta.

(b) El hermano mayor, que reproduce los principios religiosos y sociales de los fariseos y escribas, se opone según ley a la misericordia del padre.¿Es eficaz la justicia del hermano mayor?

¿Es justo el mayor… o es envidioso? ¿Ha cumplido siempre bien la ley del padre… o se ha aprovechado de ella? ¿Qué está antes, la justicia de la ley o la fraternidad….? ¿No es arriesgadísimo darle de nuevo el anillo al hijo mejor?

La iglesia…¿ha cumplido la misericordia del Padre….? El derecho de la iglesia responde a la ley del padre que es misericordia… o a la ley romana… del derecho romano…?

© Que relación tiene la parábola con el derecho canonico, con el sacramento de la reconciliación:

  • - En un plano familiar
  • - En un plano de vida religiosa y de parroquias
  • - En un plano económico, social… Gasto y ayuno… Hijo menor se divierte y gasta… Hijo mayor ahora…¿para qué? ¿Qué hace con el ahorro…

-Donde están las mujeres en todo esto:

- No aparece la madre… sólo la “malas mujeres”

- Relacionar esta parábola con la Marta y María

Esta parábola rompe los estereotipos y principios de la justicia social, proponiendo un principio superior u subversivo de misericordia, que no ha de entenderse sólo en un plano intimista de relación con Dios (o entre familiares íntimos), sino de organización eclesial y social.

Pero esa misericordia del padre ha de ser capaz de engendrar justicia social, pues el hermano mayor también tiene su razón. El problema está en cómo aplicar esta parábola a la vida concreta de la iglesia y del conjunto social, el problema es cómo hacer que la misericordia se vuelve principio de justicia.

El principio de la justicia social es claro, está de parte del hermano mayor, que quiere aplicar la ley al hermano menor que ha vuelto tras gastarlo todo. Esta parábola no habla de justicia legal, pero es claro que el tema está en su fondo. Un padre particular, como el de la parábola, puede actuar como en la parábola, pero en un contexto social (o eclesial) su actitud puede causar problemas.

? Sin duda, la respuesta de ese padre responde al principio de una justificación gratuita, propia del Dios que acoge y justifica al pecador, según Pablo. Pero ¿cómo construir sobre esa base un orden social, una iglesia? La conducta de este padre responde al “rehem” divino de Ex 34, es decir, a la conmoción interna, que precede a toda ley concreta, y que está por encima de. Pero ¿cómo organizar desde ese rehem una sociedad concreta?

Nueva reflexión

Ésta es una parábola del amor escandaloso y provocador, parábola de la fiesta del padre… Pero ella ve en contra de una justicia que exige que a cada uno se le sancione según sus obras.

(1) El hermano “fiel” ha hecho lo que debe y por eso critica con todo derecho a su padre: ha cumplido la ley y así quiere que nadie (ni su hermano menor) derroche la herencia.

(2) El menor no ha sido fiel, pero, al final, quiere ponerse bajo la ley del padre: ¡quiere que le trate como a un jornalero! No exige la entada en la familia e intimidad de la casa, no viene por más herencia. Le basta con que quieran recibirle y mantenerle a sueldo.

(3) Pero el Padre le recibe como hijo de casa, no como jornalero, en amor y no por ley, queriendo que el otro hermano haga lo mismo. El Padre hace fiesta.  

Una anotación crítica. El hijo pródigo

El pródigo podría ser un aprovechado, un puro vago, un hombre sin conciencia y  

La parábola no dice si el hijo/hermano pródigo viene arrepentido, sino simplemente por hambre. La necesidad le hace volver en la casa de su padre, no el cariño (que vendrá después). Posiblemente no sabe de amor: ha malgastado la fortuna con mujeres sin amor (Lc 15, 30) y que no ha encontrado casa en ellas.

Ha derrochado su herencia y al fin se encuentra sólo, entre los puercos de una herencia ajena, tratado como mercancía, a pan tasado. Por eso vuelve sin amor, por necesidad. Vemos así que ésta no es una parábola del arrepentimiento, sino de la miseria del hijo y de la misericordia del padre, de manera que son equivocadas las interpretaciones moralizantes que acentúan la bondad del pródigo, para resaltar después la dureza legalista del otro hermano.

El pródigo no vuelve por bondad; ni siquiera se dice en el texto que vuelve como arrepentido,

pues sus palabras (¡he pecado contra el cielo y contra ti…!) pueden ser ejercicio normal de retórica. No tiene por qué ser bueno; es simplemente necesitado. Pero vuelve y el padre le ama y ese amor del padre puede trasformarse, llevándole del plano de la ley al plano del amor gratuito. Por su parte, el mayor no es malo, pero quiere mantener el orden de la casa, según la ley, conforme a los principios de administración del mundo. Para que exista justicia, tiene que oponerse al gesto del padre que convierte nuevamente al pródigo en dueño de la casa.

Más allá del engaño del pródigo y del legalismo del mayor

Ni el pródigo es justo (es sólo un perdido en busca de comida), ni el mayor injusto (es simplemente un hombre de la ley).

Bueno y amoroso es sólo el padre porque cree que los hijos pueden vivir en gratuidad, juntos en la misma casa, en gesto de alegría compartida. Así termina el texto, de manera abierta: no sabemos si el hermano mayor entrará en la casa que el padre ha abierto de par en par para el pequeño que vuelve. No sabemos si el pequeño se dejará amar hasta el final… El final de la parábola depende de los mismos oyentes o lectores, que son los que tienen que responder y completar el lo que ha dicho Jesús: ¿Acogerá el hermano mayor al menor? ¿Cómo podrán relacionarse después? Esas preguntas nos sitúan en el interior del evangelio y de la vida de la Iglesia.

El hermano mayor es como el dueño de los cerdos.

No deja que el pródigo coma ni las  bellotas que son para los cerdos. Lo que importa es el negocio de los cerdos, que ellos engorden, aunque muera su hermano porquero

- El hermano mayor es el dueño de los cerdos, el menor el que los guarda, es pastor de cerdos, porquerizo. ¿O tiene derecho el porquero a utilizar al pródigo…? O es mejor dejarle trabajar a sueldo pequeño, entre puercos, sin poder comer ni bellotas…? ¿Quiénes son los porqueros de nuestro tiempo… que trabajan para los animales, para lás máquinas y no para los hombres?

- Ejemplos de empresarios porqueros… que no te dejan ni comer las bellotas… que emplean todo en máquinas y en cerdos y tienen a los trabajadores menores/pródigos, a pan y agua…, a base de hambre, sin derechos…

Entre cerdos anda  en negocio:

¿No puede el padre crear un trabajo/industria para los dos hermanos…aunque sea una industria de cerdos  para que trabajen y coman todos en paz, acompañándose unos a otros, gozando del trabajo compartido, del éxito de todos… conforme a principio del win-win, gana el uno y gana el otros, se ayudan mutuamente y gozan:

- ¿No ha podido crear el padre un trabajo industria para todos? ¿No ha sido capaz de educar a los dos hermanos en trabajo, fiesta y fraternidad… ¿No estará poniendo un parche con su misericordia… pero sin arreglar los problemas de raíz?

¿Por qué no se siéntanlos dos hermanos (con papá, mamá, las mujeres….) y arreglan el tema del cariño, el trabajo, el perdón… en el mundo entero Los negocios son de cerdos como el del patrono donde ha ido a trabajar el pródigo, poque no hay para él otro negocio/trabajo en la tierra?

La catequesis y el magisterio de la Iglesia:

 han utilizado esta parábola con fines pedagógicos: para que los pródigos se conviertan, para que los hermanos mayores sean capaces de aceptarles en casa. El segundo caso es claro, el primero no tanto.

Desde un punto de vista literario y religioso, la parábola no exige que el hijo menor se convierta… Si vuelve es, de hecho, expresamente, por hambre. Sólo por hambre, pero vuelve… Y vuelve dispuesto a tratar con su padre… Pero el padre no le exige tratos, ni disculpas. Simplemente le acepta en la casa, le ofrece su fiesta… No le ha ido a buscar (porque respeta la libertad del hijo); pero está esperando su vuelta, sin condiciones. El texto no lo dice. Algún lector puede suponer que el pródigo vuelve arrepentido, pero ni el texto lo exige, ni el padre habla para nada de arrepentimiento.

Fiesta de luz y de  padre, la terapia del b<il<

¿Para que el menor se convierta, para que al fin pueda haber justicia? El Padre hace fiesta por su hijo que ha vuelto. Una fiesta sin condiciones. Una fiesta en la que quiero destacar estos rasgos:

El hijo mayor… cuando vuelve del trabajo escucho en la casa la sinfonía y lo coros de baile (êkousen symphonias kai khorón, ἤκουσεν συμφωνίας καὶ χορῶν 15 25). La ayn-fonía es la música del cielo; es cielo es una sinfonía, música ángeles cantores, con instrumentos de orquesta. Los joros son los coros de canto  y de baile… en la teología oriental, bizantina, Dios es es peri-joresis, baile es personas…, coro de baile sel padre, el Hijo y el Espíritu Santo

Vestido/dignidad, como en Mt 25. El padre pide a los criados que traigan para el hijo su vestido antiguo (stolêntên prôtên, el de siempre, el de hijo querido)…, la estola primera de autoridad y de fiesta. La estola es una túnica talar de fiesta y de gloria, como la que lleva en ángel de pascua (Mc 16,5) y los glorificados de Ap 6, 11; 7, 9… Las estolas largas son signo de autoridad y así las llevan los escribas vanidosos de Lc 20, 46 par. El padre no pone a su hijo un traje de faena (de obrero), sino el vestido de autoridad y gloria.

Poned el anillo en su dedo… El anillo no es aquí signo de novio en matrimonio, ni objeto de adorno… sino expresión de autoridad. Los reyes son los que llevan el anillo con el que firman sus documentos. El padre le da al hijo su cuenta, la firma de banco, la autoridad sobre la casa…, sin haberle preguntado nada, sin cerciorarse de que viene arrepentido… Simplemente por gozo, simplemente por fiesta.

Lo mismo las sandalias… No son las sandalias ordinarias del camino, sino las de la casa… Sandalias para vestir, para bailar, para comer en el banquete que llega…En contra de los pobres/porqueros que van descalzos

Comamos, celebremos… El traje es de fiesta, de fiesta la comida, que es comida de alegría del padre. Quizá pudiéramos decir que lo que puede curar al hijo es la alegría del padre… La música y el baile… Esto es lo que oye, esto es lo que siente el hijo que vuelve del trabajo (sinfonía y bailes….). Oye la música, siente los bailes… Viene del trabajo y encuentra en casa la orquesta o grupo musical, y todos cantando mariachis, habaneras o zambas No se dice cómo son, pero todo permite suponer que son bailes de de chicos y chicas.. El mayor dirá que su hermano ha gastado la fortuna con «malas mujeres» (15, 30).

Lógicamente el padre invita a las mujeres buenas y a las buenas mujeres (hombres y mujeres buenos, en la fiesta del Padre).  

¿No estará loco el viejo haciendo esta fiesta? ¿Se arreglan las cosas con más fiesta y baile? Da la impresión de que lo que le faltaba al menor (y al mayor) es más fiesta, más gozo en la vida…

Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada para pródigos .

En esa iglesia samaritana la primera “jerarquía” (autoridad de Dios) son los pródigos, con los niños y menores (como dice Mt 18). El mismo Jesús plantea la alternativa: O crear una iglesia de sabios y prudentes, pero sin el Dios de Jesucristo, o ser iglesia de menores y pródigos que se abren y acogen a todos en su casa abierta (cf. Lc 10, 21‒22, en la línea Mt 25, 31‒46).

- En esta casa de pródigos y mayores… hace falta fraternidad, misericordia…. Y fiesta. Alegrarse juntos…      La parábola del hijo pródigo nos invita a crear una iglesia de “pródigos” a quienes el padre les abre y regale su casa, para iniciar en ella una fiesta de vida en la que caben todos. La iglesia de los grandes, hermanos mayores (que quieren dominar el mundo con métodos de ley) excluye a los pródigos. Sólo una iglesia de pródigos abiertos a la vida puede abrir su casa a todos, incluso los grandes, pero convertidos. Así lo ha puesto dramáticamente de relieve el papa Francisco, no sólo en Evangelii Gaudium (2013), sino en Laudato si (2015).

Recapitulación La fiesta del Hijo Pródigo y del hermano mayor  

 Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe, como muestran dos cuadros famosos, uno de  Rembrandt y otro de Murillo  Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia.  

Empezando por Caín y Abel (Gen 4), la historia de vuestro mundo

Una parábola difícil, a contra-corriente.Así la contaba un colega la Universidad de Salamanca: “A vosotros, hombres de Iglesia, os pasa lo mismo. Os emocionáis, hablando de lo mucho que Dios quiere a los pródigos… pero después les echáis de la iglesia, no dejáis que sea una fiesta para ellos.      “Los grandes de la iglesia habéis corregido de plana a Jesús, y os habéis han apoderado de la casa del padre, no dejando entrar a pródigos y prostitutas, emigrantes, posesos, enfermos y pobres…   Leéis la primera parte, donde se dice que Dios perdona a los pródigos, pero no la segunda, donde Jesús pide al hermano mayor que acusa al pequeño, acusándole  de haber gastado todo con malas mujeres.

Responder a mi colega. La iglesia, una casa para los sin casa

 ‒ En un sentido, los “hermanos mayores”, críticos de Jesús, según esta parábola, eran y son necesarios: producen y ganan dinero, y con su ganancia pueden incluso sufragarse las fiesta del hijo que vuelve, con los músicos y el baile (symphoniaskaikhorôs, Lc 15, 25), comiendo el ternero cebado… Esos grandes, buenos trabajadores, defensores del orden legal, son necesarios para que haya cierto orden, para que funcionen los trenes y la luz eléctrica en la noche y pan por la mañana, para que haya diócesis y universidades de iglesia.  

‒ Y sin embargo allí donde esos grandes y ordenados se imponen por la fuerza, creyéndose dueños de la casa, la casa de la iglesia se destruye. Jesús no dijo nunca que los pródigos, enfermos, extranjeros, “pecadores” fueran moralmente mejores, pero añadió que estaban necesitados, e insistió en abrir con y para ellos la puerta de la casa, para fundar así la iglesia.  Ciertamente, él sabía que es preciso trabajar (era un tekton o artesano), y su lenguaje está lleno de pescadores eficientes, agricultores, pastores, en un mundo necesitado de justica… Pero supo que esa justicia se vuelve inhumana, contraria a la casa, si no acoge a expulsados y emigrantes, los pródigos del mundo, y no deja que ellos sean los primeros. Por eso él optó por ellos, por los pródigos, invitándoles a casa (la del padre), para iniciar con ellos una iglesia abierta al Reino.

Leída así, esta parábola cuenta la “historia imposible” de Jesús, una historia “a pie cambiado”, una historia que va en contra de los intereses y poderes de los grandes que guardan la casa, impidiendo que vengan a ella (por la puerta, de un modo visible, los extraños). En contra de eso:

Jesús acogía en su casa y camino de Reino a los pródigos: leprosos, emigrantes, expulsadas, enfermos, pobres, publicanos, rompiendo barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, mayores y menores, pues en su casa, la de Dios, cabían todos.

– Jesús protestaba contra todo lo que lleva a la opresión de los pródigosPor eso resulta normal que los “grandes” (sabios y limpios, oficiales del sistema) le acusaran y al fin le condenaran, porque ponía en riesgo su “negocio” (diciendo incluso que al rechazar a Jesús estaban dando gloria a Dios (a su Dios: Jn 16, 2). 

No es que el pródigo (Jesús) fuera más piadoso, sino al contrario. En sentido convencional eran y aon más piadosos los grandes, los cumplidores que vuelven de su campo cada tarde (Lc 15, 25), ganando el pan y cebando los toros que, lógicamente, les pertenecen, y no quieren compartirlos con los pródigos que han gastado su dinero con malas mujeres. Estos grandes son realistas, saben que la ley es necesaria, y les parece peligroso este Jesús, rompedor de vallas, que se opone de hecho al Dios del orden establecido.  

Esta es la palabra clave, la acusación del hijo grande contra el padre que defiende al menor pródigo... Esta es una parábola en contra del Dios de los grandes. El conflicto no es solo enre dos hermanos, sino entre dos formas de entender a Dios, de forma que el grande se enfrenta con el padre y quiere darle lecciones, sobre lo que debe y no debe hacer. Ciertamente, el padre escucha las acusaciones de su hijo grande y le responde con respeto, como si supiera que, en un plano, tiene cierta razón; pero después le rebate, añadiendo que la razón suprema es la misericordia, y que la casa es de todos, en especial de los pródigos y que en la mesa ellos han de ser los primeros.  

  Estas palabras  constituyen la carta magna de la casa mesiánica, donde los primeros son los pródigos, y donde (por amor de los pródigos) pueden estar también los grandes, si cambian y se dejan acoger por ellos.  Esta es la voluntad del padre, es la tarea de Jesús: que los hermanos se quieran y comparten la casa.

Esta respuesta (y propuesta) del padre expresa la voluntad más honda de Jesús, que sabe que una sola cosa es necesaria: Escuchar la palabra del Padre y cumplirla, amando a Dios y al prójimo necesitado, empezando por el más cercano, como el samaritano (cf. Lc 10, 27‒37. 42).  Dos cosas aparecen así claras en esta visión del “hijo pródigo”.

‒ El hermano menor ha sido acogido para siempre, y, por ser quien es, el padre no quiere expulsarle, ni construir una valla, para tenerle sometido o separado, bajo el dictado de grandes escribas, fariseos o sacerdotes (15, 1‒2).

‒ Si el grande no se deja acoger por él queda fuera de la casa de la vida de Jesús, pues su Iglesia es hogar de pródigos y de misericordia. ¿Qué hará? ¿Entrará a la fiesta? ¿Quedará fuera? ¿Hará para sí y para los suyos otra casa de mucha ley pero sin misericordia, en contra del Dios de Jesús? (cf. Lc 18, 9‒14).

Esta parábola es por tanto una revelación de la gracia de Dios que se encarna por Jesús, a fin de que la vida de los hombres se arraigue y expanda de forma gratuita, en perdón y acogida. En el principio está el Padre Perdón, que recibe en la casa al pródigo, con fiesta y baile. Después viene el pródigo que, sabiéndose perdonado, ha de ofrecer vida y solidaridad a todos, especialmente a su hermano grande. Y al fin queda pendiente la respuesta del grande, para ver si se convierte y entra en la casa de los pródigos para aportar también sus dones, al servicio de todos.

Esta es una parábola arriesgada, pues aquellos que perdonan e inician un camino de perdón pueden acabar siendo perseguidos, como Jesús, crucificado por romper (superar) la ley de los mayores (escribas‒fariseos…). Ese gesto mesiánico de Jesús puede y debe estructurarse en forma de comunidades de perdón y acogida, en una iglesia formada por aquellos que mantienen su recuerdo y camino (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 23), una iglesia de pródigos, pero no contra los “grandes”, sino para todos, incluso los grandes.

‒ El primer gesto de Jesús, el más sencillo y profundo, ha sido el acoger en su casa y su mesa a los “pecadores”  y pobre, con pecadores y mujeres expulsadas, prostitutas….(cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), haciendo así casa con ellos.  Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje.  Comer es acoger al hambriento (como el hijo pródigo que viene con hambre), y es, al mismo tiempo, perdonar (reconciliarse), formando así una casa‒comunión donde quepan todos, partiendo del pan.

Jesús no habría dicho nunca a Dios “este hijo tuyo que gastado su/nuestro dinero con prostitutas…”. Al contrario, en contra de una larga historia de utilización y condena de las prostitutas,  Jesús ha venido a “defenderlas” (a publicanos y prostitutas), porque hay sitio para todos, con amor y perdón, en una casa abierta de hombres y mujeres.

Jesús no solo come con pecadores, sino que cura perdonando a los enfermos, como el paralítico (Mc 2, 1-10), haciéndole capaz de caminar, cuando le dice: ¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados! La curación verdadera de la vida es el perdón, la reconciliación con Dios que se expresa en la reconciliación con los hermanos, suscitando así una humanidad liberada (sanada) para comunión de amor.  

  Sólo el perdón libera y funda comunión entre los hombres, rompiendo la barrera que separa a los hermanos (Ef 2, 14‒15. Sólo los pobres pueden perdonar de verdad, los menores a los grandes que les han ofendido y les oprimen, pues los grandes no han sido ofendidos.  Siendo don de Dios (perdón), la casa del reino (iglesia) sólo puede fundarse sobre fundarse sobre el perdón de Dios y el de pobres (excluidos y pródigos) que acogen a los ricos.  Este perdón es la palabra suprema de los pródigos de Jesús que oran con (como) él, pidiendo a Dios que les perdone, como ellos perdonan a sus deudores.  

La culpa no es de Dios, sino de aquellos que no quieren su banquete, la fiesta de la vida, con los cojos‒mancos‒ciegos, expulsados, emigrantes y pródigos de todos los caminos, como ha seguido poniendo de relieve de forma impresionante el evangelio apócrifo de Tomás 64, cuando retomando la parábola de Lucas y Mateo acaba diciendo: “No entrarán a ese banquete los comerciantes y mercaderes”. Esta misma advertencia es la que Jesús ha dirigido a los sacerdotes, compradores y vendedores del templo (cf. Mc 11, 17), acusándoles de haber convertido la casa del Padre en un “emporio” o casa de negocios (cf. Jn 2, 16).

REFLEXIÓN  FINAL EL PERDON ES UN MILAGRO

  1. El perdón es un milagro, mejor dicho, es el milagro. Milagro no es lo que se opone a la racionalidad… sino lo que llega hasta el final de la racionalidad y la desborda, en la línea de la vida. El milagro es el despliegue de un poder que va más allá del nivel de la necesidad donde el hombre se encuentra sometido al poder de lo fáctico, de lo que siempre ha sido y seguirá siendo como es. El milagro rompe la lógica de poder fáctico (lo que es), para mostrarse como expresión de un poder creador, que supera la fijación de lo existía, para hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). El milagro no es la eternidad, sino la superación de una eternidad fijada en el destino. Desde ese fondo distingo la fatalidad ontológica y el poder del Reino de Dios.
  2. En un nivel ontológico se puede hablar de la fatalidad de lo que ha sido y se mantiene siempre en su ser. Las cosas son simplemente como son, de manera que no pueden cambiar. La racionalidad del poder fáctico define las cosas por lo que son en sí mismas. El imperio romano (lo mismo que el poder del templo de Jerusalén) se situaban dentro de esa lógica de fatalidad, que sanciona lo que existe, de un modo necesario. En ese plano tiende a situarse la justicia en cuanto tal.
  3. Pero, en otro nivel, el hombre desborda el plano de la fatalidad ontológica, viniendo a expresarse como ser de libertad, creador de sí mismo. En ese sentido decimos que el Reino de Dios no es fatalidad, sino creación, en libertad… Por eso, en este plano, las cosas no son como son, sino como las vamos haciendo, desde sí mismas o, en lenguaje cristiano, desde elDios que va creando vida, manifestándose así en aquello que somos y haciendo que podamos hacernos distintos En esa línea se sitúan los milagros: son algo que está más allá de lo que se puede imponer y razonar; son la expresión de lo gratuito, de lo que acontece desde el Espíritu de Dios (tal como se ha manifestado en Cristo).Pues bien, el milagro más grande es el perdón.
  4. Los milagros no son algo que rompe la esencia de la naturaleza (tomada como realidad absoluta), sino la experiencia de una realidad sobre-esencial: no son lo extraño (en la línea de lo mágico), sino lo profundo y lo futuro, en la línea de la creatividad de Dios que se expresa en la vida de los hombres. Siguiendo en esa línea, se puede afirmar que el mismo Reino de Dios es el milagro. (1) La justicia puede fijarse en línea de poder y de esa manera se impone, conforme a la famosa distinción de los tres poderes: legislativo, político y judicial. (2) El perdón, en cambio, no puede programarse ni fijarse en línea de poder, sino que se vincula con la posibilidad de una mutación imprevisible, pero creadora.
  5. La razón judicial permite manejar la realidad… pero lo hace con fuerza, imponiendo su orden sobre las cosas (y sobre todos los sujetos), de tal forma que podemos hablar de una violencia legítima o legal. Esta es la razón de los que utilizan el poder como medio de mantener lo que existe, conforme a la lógica de lo mismo (¡siempre igual, el Dios ontológico!). Esa razón exige y se impone: ella puede y debe apelar al orden que se consigue con un tipo de lógica de poder. En esa línea, el templo de Jerusalén era una racionalización de Dios…, lo mismo que el imperio de Roma era una racionalización del orden social. Desde este contexto de la razón no había (ni hay) lugar para el perdón, para la vida de aquellos que no valen. Ellos quedaban así como un residuo del sistema.
  6. Por el contrario, el perdón es un acontecimiento, un milagro que sucede allí donde alguien se pone en contacto con las fuentes de la Realidad, entendida gracia… En ese sentido, el perdón implica un tipo de capacidad creadora: más allá del puro juicio hay algo superior, que pertenece al plano de la gracia: hay un perdón en el que podemos esperar, porque nos lo han ofrecido (¡Dios nos ha perdonado!) y porque podemos ofrecerlo a los demás: así nos descubrimos creadores, en Dios, con Dios (perdónanos, como perdonamos). Ésta es la novedad del evangelio que nos permite ser creadores en un espacio que parece dominado por la muerte, que lo iguala a todo. Por eso, la resurrección de los muertos va unida a los milagros de Jesús (cf. Mt 11, 2-5) y al perdón de los pecados (como sabe y dice el Credo).
  7. El perdón como tarea. Desde el punto de vista de la ontología teórica (sistemática), todo este tema carece de sentido. El perdón sólo es posible en el plano práctico, como tarea de aquellos que se quieren perdonar porque se descubren perdonados por el Dios de Cristo, un Dios que se sitúa más allá de la ontología legal en la que todo permanece siempre idéntico (¡nade se crea, nada se destruye, todo se trasforma!). En ese sentido, siendo un milagro (¡supera las leyes de la razón!), el perdón es una tarea, un tipo de actuación creadora, que no se limita a responder a lo que existe, sino que es capaz de crear algo distinto. En este contexto puedo hablar otra vez de «mutación». Las mutaciones biológicas abren una perspectiva vital que antes no existía: a través de ellas, la vida encuentra unas formas distintas de estabilizarse y expresarse. Pues bien, toda la vida de Jesús fue una mutación antropológica. No quiso cambiar las cosas en el plano militar y político… Tampoco quiso cambiarlas en el plano económico… Al contrario, él se situó y quiso situarnos ante un nivel más alto de realidad, como si fuéramos una “nueva especie” humana, que puede existir y existe más allá del puro nivel de la justicia. De esa forma aparece como el representante o adelantado de una humanidad que va a surgir (que aún no ha surgido), en la línea del hombre nuevo que viene (Dan 7).

Jesús no quiso introducir un pequeño cambio en las cosas que ya teníamos (en línea de ley), sino que introdujo (que fue) una mutación, un cambio antropológico, en la línea de la gracia y del perdón, un cambio que nos permite actuar y vivir en un nivel de gracia. Esa fue, en mi opinión, la esencia de la “meta-noia” (conversión, cambio de mente) de Jesús, tal como aparece en Mc 1, 14-15. Sin esa meta-noia radical, en línea de gracia, no se entiende el perdón; más aún, sin esa ella, el perdón sería al fin injusto. En ese sentido, Jesús puede parecernos un “extraterrestre” o, mejor dicho, un supra-terrestre, alguien que abre una nueva dimensión o, quizá mejor, un futuro de Dios; como adelantado de una humanidad donde el perdón no sólo es posible, sino que es creador.

Desde ese fondo se entiende la reacción de Jesús frente a los poderes de Jerusalén y Roma. No se “venga” de ellos, ni se sitúa ante ellos en un plano de justicia. La venganza (y la misma justicia) siguen dejando los temas en el mismo plano anterior. Si Jesús quisiera vengarse de Roma se hubiera situado en el mismo nivel de Roma (con unas legiones bien armadas), como han dicho, de formas distintas, los evangelios de Mateo (cf. 26, 53) y de Juan (18, 36). Por el contrario, al presentarse como “mutación mesiánica”, Jesús sitúa los problemas en otro nivel, introduciendo en ellos la lógica de la creación de Dios, que es lógica de perdón. Por eso no propone a venganza ni la lucha contra Roma, pues ello sería seguirse situando en el mismo plano de Roma.   

Bibliografía básica:

  • - Bartolomé, La alegría del Padre Lc 15, Verbo DivinoEstella, 2000
  • - Meier, Un judío marginalV, Verbo Divino, Estella 2017
  • - M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo:, PPC, Madrid 2005
  • - Calleja, J. I. , Moral samaritanaI‒II, PPC, Madrid 2005
  • - Legido, M., La iglesia del Señor, Pontificia, Salamanca 1978; Misericordia entrañable. Sígueme, Salamanca 1987
  • Pikaza y J. A. Pagola,  Entrañable Dios. Las obras de misericordia: Hacia una cultura de compasión, Verbo Divino, Estella 2016.
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